Opinión

La pregunta fundamental tras las elecciones

La mayoría de los análisis postelectorales ajenos al ecosistema socialista han coincidido en una primera idea apresurada y consoladora para explicar el fracaso de la veraniega y relajada campaña del Partido Popular: "Mientras Vox

  • Gente celebrando los resultados del 23-J en la calle Génova -

La mayoría de los análisis postelectorales ajenos al ecosistema socialista han coincidido en una primera idea apresurada y consoladora para explicar el fracaso de la veraniega y relajada campaña del Partido Popular: "Mientras Vox exista, la derecha no podrá gobernar". Esta idea confía en que la existencia de un partido conservador sea una enfermedad pasajera, y en que los votantes de ese partido volverán a su casa electoral cuando se cansen de las aventuras políticas. Puede que sea eso lo que ocurra. UPyD y Ciudadanos nunca consiguieron consolidarse como complemento necesario o alternativa al PP. También puede que no sea así. La retórica de la gestión sin proyecto nacional podía servir hace años, pero no es descabellado pensar que no será suficiente cuando al otro lado se está consolidando un bloque que expresa sin complejos una idea muy concreta sobre el poder: la anulación de los límites en el ejercicio del poder. Sea como sea, lo que parece seguro es que la principal estrategia electoral del PP seguirá consistiendo en apelar al voto útil con el objetivo de echar a Sánchez para después pedirle un pacto a ese mismo Sánchez.

El votante socialista acepta sin ningún problema que el Gobierno de España dependa de los practicantes del golpe de Estado y de los defensores del asesinato político

Ésta es precisamente la segunda idea que ha reaparecido tras las elecciones, derivada de la primera. La gran coalición. Los pactos de Estado. El abrazo entre los partidos constitucionalistas. Otra vez. Cuatro años de decisiones y elecciones consistentes del Partido Socialista no han sido suficientes para dejar claro cuál es su lugar en los dos supuestos bloques que conforman la política española. Andrés Trapiello defendía el viernes el gran pacto con poca esperanza, y planteaba dos preguntas que debían ser respondidas de manera inexcusable. ¿Por qué a Sánchez le resulta más fácil pactar con Otegi y Puigdemont que con Feijóo? ¿Y qué virtudes democráticas tienen Bildu/Junts/Erc/Pnv que no tenga el PP? El problema es que esas preguntas fueron respondidas hace ya mucho tiempo, y se han respondido ya muchas veces. El problema no es que no se le hagan las preguntas al PSOE, sino que cuando contesta no se quiere escuchar lo que dice. ¿Por qué le resulta más fácil pactar con esos partidos que con el PP? Fácil: porque todos esos partidos son, según el electorado socialista, más democráticos que la derecha española. No es algo estratégico. No se trata de una política de alianzas antinatural y forzada por las circunstancias. El votante socialista acepta sin ningún problema que el Gobierno de España dependa de los practicantes del golpe de Estado y de los defensores del asesinato político. Lo que no puede aceptar es que se normalice a la derecha española. ¿No es racional? Pues claro que no es racional. Casi nunca la política es racional, porque opera en el ámbito de las pasiones y los afectos.

¿Qué tienen en común los socialistas y los nacionalistas catalanes? La expulsión de policías nacionales de los hoteles en los que se alojaban tras el 1-O

Las preferencias del PSOE y de sus votantes aún generan desconcierto, a pesar de estos cinco años y de los resultados del domingo. Diego S. Garrocho se sumaba también el viernes a la sorpresa manifestada por Trapiello: "¿De verdad tienen más en común Junts y el Partido Socialista que los partidos constitucionalistas?". No hay nada malo en desear que las cosas sean de otra manera, pero ese 'de verdad' encierra un deseo no de que las cosas sean de otra manera, sino de que hubieran sido de otra manera. ¿De verdad tiene el PSOE más en común con cualquier partido nacionalista que con el PP? Evidentemente. La política de alianzas del PSOE actual se consolidó en 2017 y basta acordarse de Calella y Pineda de Mar. ¿Qué tienen en común los socialistas y los nacionalistas catalanes? La expulsión de policías nacionales de los hoteles en los que se alojaban tras el 1-O. 

La política española durante el primer cuarto del siglo XXI no se puede entender sin asumir que vivimos en un Pacto del Tinell ampliado. El martes en El Mundo Juan Claudio de Ramón abordaba la cuestión clave de nuestra política nacional con un enfoque distinto al de Trapiello y Garrocho. Al final del primer párrafo aparecía esta idea:

"Si PP y PSOE no comprenden que solo una entente entre ellos ofrece una fórmula viable, no ya de Gobierno, sino de recuperación de una mínima concordia entre españoles, es que ya no hay un «nosotros» español".

Creo que tiene razón, como es habitual, pero hay dos maneras de entender lo que dice. La primera puede verse como una propuesta, una especie de deseo con alguna probabilidad de cumplirse. PP y PSOE deberían ponerse de acuerdo, porque la alternativa es terrible. La segunda interpretación no alberga ninguna esperanza ante el futuro próximo, y se entiende mejor dando la vuelta al párrafo: si no existe ya un «nosotros» español, el pacto PP y PSOE es inviable.

Y no lo hay. No existe ese nosotros. Creo que no es ninguna hipérbole, y no es un desbocado apasionamiento patriótico. Podríamos recordar la facilidad con la que se ha aceptado que en España no esté garantizado algo tan esencial como estudiar en la lengua común de los españoles, pero vamos a terminar con una última pregunta, por no recurrir siempre a lo obvio. ¿De qué país ha salido el Tour 2023?

La respuesta no es fácil, pero hay algo seguro: no se puede decir que ha salido de España.

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