Opinión

Que no falle el castigo

Por el bien de la paz y la estabilidad mundial, Estados Unidos y Europa deben poner fin a esto

  • Un lanzador de misiles antiaéreos Buk se ve en Armyansk, en el norte de Crimea

La invasión rusa de Ucrania este jueves es la demostración definitiva de que la estrategia de la disuasión seguida por Occidente con respecto a la Rusia de Vladimir Putin ha fracasado estrepitosamente. Queda por ver si Estados Unidos y sus socios europeos de la OTAN se sacuden la modorra y despiertan del profundo letargo en el que están instalados desde hace tres décadas. La seguridad que trajo el final de la guerra fría ha llegado definitivamente a su fin y es necesario que los líderes occidentales empiecen a reconocérselo a sí mismos. El primer paso es admitir el inexplicable error de juicio que cometieron cuando creyeron que se podría apaciguar al régimen Putin con simples amenazas de sanciones, más aún si tenemos en cuenta que no era ni la primera ni la segunda vez que se había pasado la legalidad internacional por el arco del triunfo.

Rusia ya invadió Georgia en 2008 ocupando dos regiones, la de Osetia del Sur y la de Abjasia, que siguen bajo control ruso catorce años después. En 2014 invadió la península de Crimea y poco después la anexionó a Rusia como sujeto federal. Acto seguido desestabilizó la región del Donbás, en la Ucrania oriental, impulsando la aparición de dos repúblicas títeres. En aquel momento tanto Washington como Bruselas le advirtieron de que aplicarían severas sanciones y aislarían a Rusia, pero no sucedió nada de eso. Se decretaron algunas sanciones, pero el asunto pronto se olvidó y siguieron haciendo negocios con Rusia, especialmente en Europa, donde los alemanes se han convertido por voluntad propia en rehenes energéticos del inquilino del Kremlin.

No contento con sus hazañas en Georgia y Crimea, Putin interfirió en el referéndum del Brexit, en las elecciones estadounidenses de 2016 y en la crisis catalana de 2017, que puso contra las cuerdas a España, un miembro de la OTAN y una de las principales economías de la Eurozona. No es de extrañar que, con semejante currículo de éxitos, se haya atrevido ahora con una pieza mayor. Si consigue salirse con la suya e instaurar en Ucrania un Gobierno a su servicio no sólo habrá incrementado considerablemente su poder, sino que habrá dejado a la OTAN y a todo Occidente al pie de los caballos. Nada le impedirá en ese punto seguir avanzando por las repúblicas bálticas y condicionar la política europea a su antojo de aquí en adelante.

Si Putin se encuentra ante un número significativo de bajas su apoyo en Rusia disminuirá. No tiene mucha capacidad de resistir

Muchos se preguntan qué se debería de hacer ahora. Ni Estados Unidos ni la OTAN necesitan declarar la guerra a Rusia o enviar tropas a luchar en Ucrania. Deberían responder con lo que tienen a mano sin necesidad de disparar un solo tiro. Deben imponer a Putin un alto precio por esta violación flagrante del derecho internacional. Esto significa ayudar a Ucrania a resistir la invasión suministrándoles armas y asesores, también deberían facilitarles información obtenida a través de los satélites y operativos de inteligencia. Señalarles, en suma, en qué dirección disparar y a quién hacerlo. El ejército ucraniano es inferior en número al ruso, pero sus hombres están bien entrenados y tienen el incentivo añadido de estar defendiendo su propio país. No les debería faltar el equipamiento y la información. Si Putin se encuentra ante un número significativo de bajas su apoyo en Rusia disminuirá. No tiene mucha capacidad de resistir. La economía rusa es minúscula y atraviesa una profunda crisis. Carecen de reservas financieras y vender una invasión a un país extranjero de puertas adentro es complicado, incluso en Rusia.

Biden ha prometido las sanciones más duras de la historia y así debería ser. No sacar a Rusia del sistema de transferencias Swift sería un error. Si no pueden acceder a él, los bancos y empresas rusas quedarían fuera del mercado mundial. Respecto al gasoducto Nord Stream 2, los alemanes deberían ir interiorizando que ni va a entrar en servicio ni lo hará, al menos mientras Putin siga al frente del Gobierno ruso. Las sanciones también deberían apuntar personalmente a Putin y a la mafia que le rodea en el Kremlin. Es necesario mostrar al mundo y al pueblo ruso la opulencia en la que viven los capitostes del régimen, multimillonarios sin escrúpulos que mantienen sus activos a buen recaudo en Occidente. Esos activos deberían hacerse públicos y ser embargados de inmediato.

Occidente ha de actuar ya porque Putin desea que esto pase rápido. No tiene ni tiempo ni dinero para prolongar el conflicto. Quiere deponer al Gobierno de Volodímir Zelenski y colocar en su lugar a otro afín a sus intereses. Tras ello llamará a una conferencia de paz en la que querrá imponer sus condiciones. Atraerá a Occidente con buenas palabras, gas natural sin restricciones y la oferta de ponerse del lado de Estados Unidos en sus diferencias con China. Llegar a eso sería un fracaso colosal, supondría la derrota de Occidente y de los valores que representa.

No será porque no nos han enviado avisos con antelación. La invasión de Ucrania es seguramente el último. La voluntad de Putin es romper el vínculo transatlántico y crear problemas para Estados Unidos en todo el mundo. Por el bien de la paz y la estabilidad mundial, Estados Unidos y Europa deben poner fin a esto. El enemigo no es Rusia ni el pueblo ruso, que se merece una democracia liberal en la que impere el Estado de derecho. El enemigo es Vladimir Putin y la camarilla de tiranuelos que le aplauden hasta romperse las manos como Nicolás Maduro, Aleksandr Lukashenko o los ayatolás iraníes.

El orden posterior al fin de la Guerra Fría ha dependido del poder financiero y militar de los Estados Unidos y sus aliados, de la hegemonía de un Occidente liberal que es la encarnación misma de la civilización. Ese orden debe prevalecer porque es el lado correcto de la historia, el de los derechos humanos, el respeto a las minorías, el libre mercado y el poder limitado de los Gobiernos. Eso es lo que estará en juego los próximos años. Va siendo hora de que Occidente abandone su autocomplacencia y mire de frente a la realidad.

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