Los frenéticos y nada edificantes acontecimientos de la última semana, que han ofrecido el insólito espectáculo de la autodestrucción de uno de los dos grandes partidos nacionales, conducen inevitablemente a una amarga pregunta: ¿cómo se ha llegado a este desastre? Los medios, en su febril seguimiento de las sucesivas etapas de esta tragicomedia, se han fijado predominantemente en los protagonistas con nombre y apellidos, en sus declaraciones, sus maniobras, sus intrigas y sus tremendos errores. Esta es, sin duda, la parte más entretenida del folletín, pero es más interesante el paisaje de fondo, los antecedentes que explican tal catástrofe, en la que personas situadas en posiciones de muy alta responsabilidad política se han comportado con una mezcla de puerilidad, miopía estratégica, estupidez y bajeza moral que produce a la vez asombro y rechazo.
Hay dos factores que a lo largo de décadas han ido gestando el cuadro desolador que es hoy la política española con las dos principales fuerzas parlamentarias en un estado lamentable, una en manos de un desaprensivo carente de escrúpulos capaz de entregar España a sus peores enemigos con tal de alcanzar, conservar y explotar el poder y la otra pilotada por un dúo intelectual y éticamente imberbe que a punto ha estado de reducirla a escombros.
Las listas electorales elaboradas por el jefe reemplazan las necesarias preparación, experiencia y probada honradez por la lealtad sumisa a la dirección
El primero es la gradual y sostenida degradación -salvando las honrosas excepciones que sin duda existen- del nivel profesional, académico, humano y moral de nuestra clase política desde la Transición hasta la actualidad. Esta evolución descendente se debe, como se ha señalado reiteradamente, a la combinación de un sistema de partidos y de una ley electoral que anula el vínculo entre representantes y representados y que elimina la sana competencia entre candidatos generadora de calidad. Las listas electorales elaboradas por el jefe reemplazan las necesarias preparación, experiencia y probada honradez por la lealtad sumisa a la dirección, lo que se traduce en asambleas legislativas formadas por empleados de la cúpula y no por personas dotadas de la independencia de criterio, el prestigio y los conocimientos que requiere el servicio a la Nación.
El segundo es la proliferación de profesionales de la política que empiezan muy jóvenes su carrera en este campo sin haber demostrado previamente su capacidad de hacer algo útil en la vida que demuestre que pueden ganarse el sustento sin depender del presupuesto público. Una vez atrapados en el ámbito endogámico de la organización, van trepando los peldaños que en los distintos niveles institucionales y orgánicos les permiten ir mejorando sus ingresos, su influencia y su estatus social. Dado el elevado tiempo que exigen los caminos de progreso en este itinerario mentalmente esterilizante, a saber, la conspiración de pasillo, los codazos a los rivales internos y la adulación a sus superiores jerárquicos, descuidan sus estudios que o bien realizan de manera deficiente o dejan inconclusos. Sin ir más lejos, España tiene en estos momentos un ministro de Cultura carente de titulación universitaria, un presidente del Gobierno que se doctoró mediante un fraude y un cabeza de filas de la oposición -en vías de salida- que fue invitado a dejar una universidad privada de élite por falta de rendimiento para acabar recalando en un centro público de educación superior donde terminó sus estudios de Derecho recorriendo atajos sospechosos.
En lugar de concentrarse en el diseño y difusión de un ambicioso programa de reformas estructurales que saquen a España de la partitocracia ineficiente, corrupta y peligrosamente endeudada en la que se contorsiona impotente para transformarla en una democracia representativa saludable, una economía vibrante y un referente internacional de prestigio y de éxito, la extinta pareja que ha timoneado el Partido Popular durante los últimos tras años ha dedicado ímprobos esfuerzos a triturar el más valioso activo electoral con el que cuenta y a controlar los órganos territoriales de la formación. Solamente unas biografías vacías de todo logro personal que no sea el laborioso ascenso desde las Nuevas Generaciones hasta la planta séptima de Génova 13 pueden explicar un comportamiento tan absurdo como contrario a los intereses del país y de los propios impulsores de semejantes desatinos.
De promocionar a Isabel Díaz Ayuso a la máxima categoría en la esfera autonómica para, tras su espectacular victoria electoral, intentar liquidarla política y personalmente
¿Qué trayectoria es ésta de ser primero amigo y potencial aliado de Vox para a continuación convertirse en su más despiadado debelador, de nombrar a Cayetana Álvarez de Toledo portavoz en el Congreso para cesarla al cabo de un año cuando su trabajo era excelente, de promocionar a Isabel Díaz Ayuso a la máxima categoría en la esfera autonómica para, tras su espectacular victoria electoral, intentar liquidarla política y personalmente, de arrancar con vigor de alazán una recuperación de los principios liberal-conservadores abandonados en el período de tecnocracia indolente de Rajoy para terminar en parada de pollino diluyendo esas mismas ideas y valores en una deshuesada elocuencia de papagayo parlanchín sin contenido ni propósito reconocible?
Ojalá el Partido Popular encuentre de nuevo la unidad y la sensatez y el Partido Socialista prescinda un día del aventurero temerario y amoral que lo ha desnaturalizado envileciéndolo con las peores compañías. Sólo así España podrá enfilar de nuevo el rumbo que emprendió con tanto ímpetu y optimismo hace cuarenta y cuatro años y que la venalidad, la impericia, la ceguera para el largo plazo y la ausencia de sentido de Estado de sus políticos le ha hecho lamentablemente perder.