Opinión

¡Quiero mi silla en RTVE!

Tanta comedia con aquello del concurso de méritos para volver al dedazo

  • Instalaciones de TVE


Hay que rendirse ante la evidencia: los fabricantes de sillas, sillones, poltronas y demás muebles destinados a soportar posaderas políticas tienen exceso de trabajo en España. Porque todo el mundo reclama esa silla que va pareja con jugosos sueldos y gabelas extraordinarias, y aunque fuera un simple taburete, un escabel, reposapiés, banqueta de zapatero -el honesto fabricante de zapatos, no el otro- o un humildísimo silletín, en siendo oficial ya le vale a esa masa ávida de cargos que miran, adulan y lamen las suelas del ínclito monclovita.

De ahí que el César Pedro I el Magnánimo haya decidido acabar de asaltar RTVE cambiado reglamentos, normas y usos para dar cabida en el consejo a sus amiguitos entrañables y, ya de paso, anular a esos peperos molestísimos y solo son de utilidad cuando tiene que enredarlos con algún supuesto pacto de estado, precisando de su aquiescencia para que no se note el golpe de estado que está dando con notable éxito, por cierto. La algazara se ha desbordado en Junts, Esquerra -bien sabe Dios que precisan de alguna alegría con el duelo a cuchillo que tienen a ver quien se queda con la herencia de padre-, y los bilduetarras, que seguro que se pedirán los programas que traten de las fuerzas de seguridad del estado para darles así “el contexto político e histórico adecuado” cuando se trata de ETA. “Todos tendréis cabida, hijos míos” ha dicho el prócer, intentando esconder tras su capa a Begoña, el hermano, la cuñada y demás Banda del Mirlitón. Oiga, y a mi me parece muy bien. Que la Espantosa hace mucho tiempo que no es un medio público, sesgada descaradamente hacia la izquierda demagógica, anti israelita, defensora de dictadores y, en ocasiones, más fustigadora de la oposición que el gobierno.

Que la Espantosa hace mucho tiempo que no es un medio público, sesgada descaradamente hacia la izquierda demagógica, anti israelita, defensora de dictadores y, en ocasiones, más fustigadora de la oposición que el gobierno

Debemos ser un país raruno en el que cuando se cambia al gobierno se cambian también a los presentadores de los telediarios. Y ya no digamos a los jefes de informativos o de programas, incluso cuando los cambios proceden de los tuyos. Todavía recuerdo, hace bastantes años, cuando fui a tomar café al despacho de un importantísimo directivo de TVE, socialista pata negra, que me recibió nerviosísimo cual padre primerizo. “Estoy en la cuerda foja y hoy igual me cesan”. Al preguntarle cómo era aquello posible puesto que era una persona leal al partido me replicó sudando como un condenado a muerte “¡Y qué coño tendrá eso que ver, aquí lo que cuenta es que le caigas bien al gobierno!”. Sonó el teléfono en aquel preciso instante y jamás he visto a nadie pegar un salto como el de mi amigo. “¡El cese!” murmuró mientras descolgaba el auricular. Y no, no era el cese, era la confirmación. Lo cesaron años después los suyos, con la misma arbitrariedad que lo nombraron.

Yo les diría a esos que se postulan para tener un sitio en el Consejo que a la alegría del nombramiento siempre ha de ir grapada la tragedia del cese, y que disfruten mientras puedan, regalen programas a sus amiguetes, novias, novios o novies, barran siempre para casa, saquen todo el rédito económico y político que puedan, funden una productora con dos o tres de su partido y a vivir, que son dos días. Porque esa televisión que pagamos entre todo es desde hace décadas el coto privado de los sindicatos, los del colmillo retorcido y los que con el PP se vestían de negro de pies a cabeza mientras que ahora no van de negro ni así estén de luto. Y es que todos quieren su silla pero nadie quiere ser la BBC. Tanta comedia con aquello del concurso de méritos para volver al dedazo. Ay, qué cándidos aquellos que se lo creyeron…

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