Mi amigo Javier, que está un poco sobrado de peso (bueno, lo mismo que yo), resbaló hace unos días bajando al Metro, se cayó por la escalera mecánica y se descachifolló la rodilla izquierda. Sé bien lo que es eso. Me pasó algo parecido en el tobillo hace nueve meses. El dolor es terrorífico, pero mucho peor es darte cuenta de que la vida te ha cambiado en dos segundos: antes eras una persona normal que jamás pensaba en sus rodillas, en ninguna de las dos; ahora, después de un simple resbalón, se han convertido en el centro de tu vida, en algo que reclama tu absoluta atención. Lleva tiempo y esfuerzo entender eso.
Javier explica que, como malamente pudo, logró parar un taxi que le llevase al hospital. Y añade: “Como es lógico, me estuve dando reiki todo el tiempo, pero no veas qué dolor, caballito”. Y a renglón seguido, con toda naturalidad, nos ponemos los dos a hablar de analgésicos, de férulas, de las distintas marcas de muletas, de si a ti te va mejor el tramadol que el gelocatil, del peligro estomacal de los antiinflamatorios y del día en que le van a operar. Ah, y de las vendas compresivas. Gran invento, las vendas compresivas.
Y cuando ya nos llamaban a la reunión no resistí la tentación de preguntarle:
–Oye, Javi, una cosa: ¿Tú estás convencido de que el dolor en el taxi fue menor porque te estabas dando reiki o tienes tus dudas?
Le cambió la cara, resoplaba, me miraba como se mira a los réprobos:
–No empieces, Inci. No empieces, que nos conocemos. No te voy a contestar a eso porque ya lo sabes.
–Pero si no quiero que me contestes a mí. Quiero que te contestes a ti. Si tienes tus dudas o si no las tienes.
Tiene razón Javier: ya sé la respuesta. No tiene ni la más mínima duda. Para él, el reiki le libró de un dolor muchísimo más terrible. ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede medirlo? Ahí está la clave de todo: no necesita hacerlo o, mejor dicho, no quiere hacerlo, porque lo que tiene Javier con el reiki y con otros asuntos semejantes es una creencia. Y las creencias, como todos ustedes saben bien, son algo que, para quien las tiene, ni necesita demostración, ni la busca, ni en realidad la quiere. Alguna vez me lo dijo: “Yo no tengo que demostrarte a ti nada de todo eso. Si no lo quieres creer, peor para ti”.
Terapias naturales, alternativas, biológicas o energéticas. No son terapias. No curan. En el mejor de los casos, no hacen nada
No es que no lo quiera creer: es que no puedo porque, en la medida de lo posible, procuro manejar mi vida con evidencias, con certezas (algo que se puede demostrar sin lugar a dudas) y no con creencias. La ciencia se diferencia de la fe, de cualquier fe, no en que sea más o menos cierta, que atine mejor o peor: la diferencia es que la ciencia está en constante y permanente revisión por los científicos, y las creencias no lo están jamás. De ahí que las sangrías que se aplicaban a los enfermos hace cinco o seis siglos hayan sido desechadas como inútiles o contraproducentes, y han sido sustituidas por remedios mucho más eficaces, mientras que las oraciones a San Blas como socorro (¿?) a las afecciones de garganta permanecen incólumes (¡e igual de eficaces!) desde hace siglos.
El gobierno de Pedro Sánchez ha decidido eliminar de los hospitales y de los estudios universitarios las pseudoterapias. Entre ellas, el reiki, la homeopatía, la acupuntura, diversos tipos de sanación, la terapia Gestalt, la angeloterapia, la dianética y por ahí seguido hasta completar una lista que alcanza casi el centenar de ilusiones diversas. Digo ilusiones: trato de ser respetuoso con quienes no piensan lo mismo que yo, porque la última vez que escribí aquí sobre esto (julio pasado) me cayó una larga ristra de rapapolvos propinados por gente a la que quiero mucho y a quienes pareció muy mal que yo no compartiese sus creencias. También eso lo esperaba, aunque amargamente: es propio de los que no tienen dudas emprenderla a bastonazos con quienes sí las tienen y así lo dicen, y también lo es confundir la crítica a una idea o concepto con un ataque personal a quien lo defiende. Y no es así.
Se llaman pseudoterapias, o pseudociencias, porque no están sujetas a ninguna demostración que haga evidente y ponga fuera de toda duda su utilidad o su capacidad curativa. Es decir, estamos hablando de creencias personales. Quienes las siguen o practican prefieren, como es comprensible, otros nombres: terapias naturales, terapias alternativas, biológicas o energéticas. Suena muchísimo mejor, desde luego, pero no se sabe qué quieren decir esos adjetivos tan hermosos (¿una terapia natural es comer más sano y hacer ejercicio? Pues vaya noticia) y, por más por más calificativos que les pongan, el fallo está en el sujeto: no son terapias. No curan. En el mejor de los casos, no hacen nada. Son tan solo y nada más que las ganas que tiene el enfermo de sentirse mejor lo que produce una ilusión de mejoría. Esas ganas son importantísimas, eso no puede dudarse, pero en ningún caso sustituyen completamente al efecto terapéutico de los verdaderos medicamentos.
Se llaman pseudoterapias, o pseudociencias, porque no están sujetas a ninguna demostración que ponga fuera de toda duda su capacidad curativa
El peligro está en que, al tratarse de creencias y no de certezas, haya quien sea bastante más irresponsable que mi amigo Javier y sustituya el tratamiento médico científico por estos ensalmos, globulitos de azúcar, diluciones infinitesimales, pases de manos o cristalitos o estampas bendecidas o energías “positivas” o cualquier otra superchería semejante. Eso puede ser muy peligroso porque hay “terapias”, como el mismo reiki, a las que hay quien atribuye la curación del cáncer. Y eso ya son palabras mayores.
El “a mí me funciona” es una de las falacias más peligrosas (y más lucrativas) de este género de falsos remedios. No, no te funciona. Ni a ti ni a nadie. Lo que sí funciona es que tienes muchísimas ganas de creer que eso te funciona. Y crees que te sientes mejor, y quizá hasta te sientes mejor de verdad. Pero cuando tengas verdaderos problemas, cuando te partas una rodilla o tengas una depresión seria o te dé un ictus o un tumor maligno, más te vale que vayas al médico de verdad y te pongas en sus manos, como ha hecho Javi, porque el efecto placebo aguanta hasta donde aguanta y ni un centímetro más.
Ojalá tenga suerte el Gobierno en este empeño que no puede ser solo de nuestro país. Se enfrenta a poderes económicos muy poderosos, pero la idea es intachable: que ningún centro educativo pueda amparar las pseudociencias ni las pseudoterapias. Que ningún médico titulado pueda recetar cosas que sabe que no curan. Que desaparezca el curanderismo de los hospitales. Que se deje de mezclar la fe con la medicina. Y que quien, en legítimo uso de su libertad, prefiera ponerse en manos de sanadores en vez de en manos de médicos, que lo haga. Pero responsabilizándose de su propia salud. Ahí sí, muchísimo reiki. Y que san Blas le cure la faringitis. Si puede.