La naturaleza de la inflación se mantiene como una gran desconocida para no pocos. Incluso para muchos que, aun teniendo formación económica, siguen pensando en ella como hace décadas.
La tan temida inflación permanente, como no me he cansado de repetir, necesita de unos combustibles muy específicos y determinantes sin los cuales no terminará de prender. Sin dicho combustible, por mucho que se prolonguen sus causas, no dejará de ser temporal (retorno a su tendencia en cuanto estas causas desaparezcan).
Son los temidos efectos de segunda ronda los que generan buena parte de ese combustible necesario para que un shock temporal de una serie de precios energéticos, en este caso y en aquel, pueda llegar a más y convertirse en uno permanente. Y estos efectos vienen, en parte, motivados por el deseo de cada cual (empresarios y trabajadores), individualmente lícito, pero en agregado peligroso, por no ser el pagano de la subida de precios. Este deseo individual genera una carrera de obstáculos y de fondo entre los precios y las rentas que nos lleva a una espiral inflacionista. Paradójicamente, en esta carrera, todos pierden, por lo que es muy necesario entender qué consecuencias tiene dar ciertos pasos en la creencia de que así nos resguardamos de unos vientos que, a pesar de todo, terminarán por barrernos.
Alguien tendrá que pagar. Y por mucho que queramos creer que no es necesariamente así, lo único que lograremos es engañarnos a nosotros mismos
Siento ser tan claro y aguafiestas, pero las cosas deben decirse con claridad, en especial si uno no tiene la obligación de ser políticamente correcto. Si suben los precios de productos importados hay que aguantarse y asumirlo. Y ya. No hay solución gratuita. Alguien tendrá que pagar. Y por mucho que queramos creer que no es necesariamente así, lo único que lograremos es engañarnos a nosotros mismos.
Hace más de doscientos años, un economista británico de origen portugués de familia sefardí expulsada a su vez de España, David Ricardo, formuló una serie de ideas y teorías económicas que, a pesar del tiempo transcurrido, aún tienen su utilidad. Sus fundamentos económicos sirven de base para la teoría del comercio que, desde aquellos años, ha avanzado muchísimo. Sin embargo, y a pesar del tiempo transcurrido, algunas de sus ideas más básicas permanecen y, gracias a su insolente sencillez, nos permiten entender algunas cuestiones importantes.
Si mi bien es muy demandado y tiene un precio alto relativo al de otro bien, por cada unidad de producto que pueda fabricar podré comprar mucho del otro. Sencillo, ¿verdad?
El mundo del comercio hay que entenderlo en términos relativos. La capacidad de compra que tiene alguien, una vez obtiene una renta, no depende de dicha renta en términos absolutos, sino de lo que puede comprar con ella. Esta capacidad de compra es directamente proporcional a lo precioso que es lo que vendes e inversamente proporcional a lo que compras. Dicho en palabras más sencillas, podrás comprar aquello que puedas gastar en función de lo que puedes ganar. Así pues, todo es relativo. Son los precios relativos los que importan. Si mi bien es muy demandado y tiene un precio alto relativo al de otro bien, por cada unidad de producto que pueda fabricar podré comprar mucho del otro. Sencillo, ¿verdad?
Desde entonces, ya sea de un modo más complejo o amplio, esta idea básica está en el centro de toda teoría del comercio, e incluso del crecimiento. Básicamente nos indica, de una forma muy simple, que los países con productos que se venden a menor precio comparado con aquellos que deben comprar son países relativamente pobres. Esto solo se puede revertir si dejas de fabricar tales productos a favor de otros mejores (desarrollo).
Un final dramático
¿Y qué tiene que ver esto con la inflación? Mucho. Lo normal es que la subida de los carburantes y del precio del gas fuercen a los agentes a buscar medidas compensatorias ante la pérdida relativa de capacidad de compra. Estas medidas pueden traducirse en subida de precios, blindando el margen comercial, los salarios o ambos. La respuesta a esta subida será, pues, esos temidos efectos de segunda ronda. Pero con ello no se soluciona nada, tan solo se hace la bola de nieve más grande. Dado que nadie está dispuesto a aceptar un recorte en su capacidad adquisitiva (en realidad mayor pobreza porque, simplemente, tus bienes han perdido valor relativo respecto a los importados), lo que se consigue finalmente es elevar todos lo precios e iniciar esa carrera de final conocido y dramático.
Por esto hay que explicar dichas cuestiones. Cuando los precios de productos importados suben, la única opción menos dolorosa (no hay ninguna buena a corto plazo) es reducir en la medida de lo posible su consumo. Si esta subida afecta desigualmente, plantear medidas de traslado equilibrado de costes mientras se trata de ajustar la economía. Si el precio del gas sube, no hay que subvencionar a las familias y empresas (ojo, excepto en casos de necesidad evidente y sin margen para el ahorro), sino que estas busquen la eficiencia en su consumo. Tal cual. Cualquier otra opción solo supone postergar medidas más dolorosas.
Quienes tengan una edad y recuerden sus experiencias de los setenta saben muy bien de lo que hablo. Yo, por entonces, era muy pequeño y no recuerdo casi nada. Pero sabemos muy bien que lo que no se quiso o supo arreglar en 1974 arrastró a la economía española como una zombi durante toda una década. Fue una dura lección que merece la pena conocerla y aprovecharla.