La Ética y la Filosofía desaparecerán de la enseñanza obligatoria tras la nueva ley de Educación del Gobierno. Ahora se apuesta por inculcar valores como la educación de género o la educación para la transición ecológica, que se enseñan en otra asignatura bajo el eufemismo de “Valores Cívicos”. Es importante observar que los valores son normas prescriptivas, mientras que la ética cuestiona en qué medida nuestro código de valores es aceptable, nos ayuda a analizar los porqués en lugar de adscribirnos a un código cívico externo.
Spinoza, el padre de nuestra modernidad política, pensaba que si la “obediencia exterior” es más fuerte que “la actividad espiritual interna”, usando sus propias palabras, nos acercamos a una democracia de masas. Y a la par que sustituimos la ética por los valores cínicos, nuestro socialismo autóctono convierte a los ministerios en púlpitos desde los que dictan cómo vivir, imponen las normas hasta en el lenguaje y critican a los “nostálgicos” que no se adaptan a las normas del mundo que viene.
La arquitectura de la certeza religiosa es muy parecida a la que profesan las ideologías, es un regreso de aquella nostalgia ante el vacío provocado por la muerte de Dios (Nietzsche), o nostalgia del soberano (Steiner). El socialismo, que siempre será una iglesia llena de creyentes, lo que añora es un mundo de metanarrativas que todo lo abarcan y lo simplifican. En la educación buscan sustituir el método socrático por los valores cívicos, y voilà, se acabarán las herejías. Contarán a los niños el viejo cuento del progreso del hombre desde el estado de esclavitud hasta el reino de la justicia social. En su versión revolucionaria, utópica, esta nueva educación cívica nos conduciría a una sociedad “nueva”, igualitaria. Para ello apuestan por desmantelar lo que se considera un sistema de poder y privilegios perpetuados en las sombras. Y la culpa es de la meritocracia porque no funciona.
Los viejos liberales como Smith y Mill sentían una responsabilidad hacia la educación y la pobreza. Cultivar el espíritu para contrarrestar esta tendencia a la degradación de los valores morales
Paradójicamente, para garantizar la igualdad de oportunidades y la meritocracia es imprescindible que la educación no se degrade. Los viejos liberales como Smith y Mill sentían una responsabilidad hacia la educación y la pobreza. Cultivar el espíritu para contrarrestar esta tendencia a la degradación de los valores morales. Esta era la tesis del famoso ensayo Sobre la libertad (1859), en el que Mill expresaba su preocupación no tanto por los peligros del intervencionismo del Estado como por la manera de dirigir la educación moral de los ciudadanos.
Hoy la educación va camino de convertirse en una metanarrativa. No enseñan a pensar en las cosas como un utilitario o un kantiano, un freudiano, un matemático, como un físico o un liberal. “Ahora los alumnos solo reciben una lente –el poder– y se les dice que la apliquen a todas las situaciones” (Haidt) Esta teoría no es educación, sino una visión paranoica del mundo que separa a la gente y la manda por el camino de la alineación, la ansiedad y la impotencia, dice el psicólogo social.
Podemos incluso estar de acuerdo con algunos de estos valores progres, pero el debate no debe centrarse solo en los gustos y colores de las asignaturas, o el género de las matemáticas, sino también en un asunto clave: mantener al zorro lejos de las gallinas. Seguro que el señor Zorro es un funcionario bueno y honesto, dicen los devotos del gran Gobierno. Un consejo a los creyentes: las profecías igualitarias del socialismo nunca se han cumplido, para bien de la sociedad. Y a la historia podemos remitirnos. El progreso solo ha sido posible gracias al capital humano, al trabajo de los individuos con ideas propias. La Ética, o la Filosofía, que generan individuos pensantes y herejes de cualquier ideología, podría ser un ladrillo y motor de progreso imprescindible.