Opinión

Renacimiento

No apegarse a una identidad es dejar la puerta abierta a un Renacimiento, es ser capaz de observar los orígenes con una nueva mirada

“Renovarse o morir” nos dice sabiamente el refranero español. Esta expresión proviene de la frase de Miguel de Unamuno “el progreso consiste en renovarse”. Así, cada vez que empieza un nuevo curso, como ahora, o nos bloqueamos ante una situación difícil, echamos mano de ese refrán para permitirnos un cambio, una metamorfosis, un renacimiento.

Con la palabra Renacimiento, todos pensamos en el movimiento cultural comprendido entre los siglos XV y XVI que produjo una gran renovación en el mundo de las artes y en las ciencias. Su origen abogaba por una vuelta a los valores grecolatinos tras la mentalidad dogmática que había imperado durante la época medieval. El primero que utilizó el concepto de Renacimiento (Rinascita), fue el arquitecto, pintor y escritor italiano Giorgio Vasari para intentar mostrar la ruptura con la tradición artística medieval. Esta vuelta al origen trajo un progreso. Se trató de reinventar el mundo grecolatino de la mano de otra época y de otra mirada. Artistas como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, o Rafael mostraron su esplendor. Nació un nuevo tiempo. Se produjo un Renacimiento.

El 2 de diciembre de 1980, el escritor y diplomático Romain Gary se suicidó  de un tiro en la garganta. En ese instante murió un hombre y dos identidades: Romain Gary y Émile Ajar. Romain Gary nació en la ciudad de Vilna en mayo de 1914, en una familia judío-lituana. A sus trece años llegó a Niza. Fue condecorado como héroe de guerra por el general Charles de Gaulle tras la Segunda Guerra Mundial. Tuvo una brillante carrera de diplomático y escritor. En 1956 ganó por primera vez el prestigioso "Prix Goncourt", el más esperado de la literatura francesa, con la obra Les Racines du ciel (Las raíces del cielo). En 1975 volvió a ganar de nuevo el mismo premio bajo el nombre de Émile Ajar, a quien ponía voz y rostro Paul Pavlowitch, hijo de una prima hermana suya. Es la única vez en la historia de la literatura francesa que un mismo autor gana este premio en dos ocasiones, lo cual está prohibido. La verdad se supo tras su fallecimiento. Durante cinco años, la misma crítica literaria que se desinteresaba de la obra de Gary alababa la nueva voz de un escritor joven que estaba revolucionando el panorama literario francés.

Quería darse una nueva oportunidad, mostrar que era posible ser “otro” como escritor y, a la vez, burlarse de la crítica literaria francesa que minusvaloraba su obra

Según Pavlowitch, Gary le comentó que ya no tenía la libertad necesaria para escribir. Decía que él quería alcanzar algo muy grande que ningún escritor habría conseguido. Quería darse una nueva oportunidad, mostrar que era posible ser “otro” como escritor y, a la vez, burlarse de la crítica literaria francesa que minusvaloraba su obra, al mismo tiempo, que resaltaba los títulos de un escritor joven al que todos querían conocer. Esas obras salían de la misma pluma de quien pensaban que su época había pasado. Fue una denuncia contra la hipocresía de la élite literaria francesa. También fue un Renacimiento.

Así lo afirma Pavlowitch, "para Gary cada novela era una especie de Renacimiento". Le permitía encarnarse en vidas diferentes en cada uno de sus títulos. Aunque esta frase alude a la vida de los escritores en general, Gary quiso llevar esta experiencia al extremo. Quiso desaparecer para poder soltar, para poder tener la libertad del autor primerizo que aún tiene un futuro por escribir, para demostrar que se puede ser otro, “que uno contiene multitudes”, como diría Walt Whitman, bajo una misma identidad.

Ponerse límites, cerrar puertas

Dice Delphine Horvilleur, rabina y escritora francesa, en una obra sobre Romain Gary/Émile Ajar, "que para renacer hay que saber relativizar lo que nuestro nacimiento ha dicho de nosotros (...) Gary nos dice que está permitido y es sano no dejarse definir por nuestro nombre o por nuestro nacimiento". Y concluye: "Gary o Ajar quiso asegurarse de que nadie lo definiría".

Definirse es determinarse. Ponerse límites. Cerrar puertas. Sin duda, la identidad nos da un origen y nos enriquece, pero también puede cegarnos y no dejarnos ver más allá. Horvilleur afirma que la "identidad" te puede hacer creer que es el fin de tu viaje. No apegarse a una identidad es dejar la puerta abierta a un Renacimiento, es ser capaz de observar los orígenes con una nueva mirada, como lo hicieron los artistas renacentistas.

En su segundo “Prix Goncourt”, Émile Ajar cuenta la historia de amistad entre una anciana prostituta judía y un niño árabe en el barrio de Belleville. Dice uno de los personajes de Horvilleur que “hoy nadie publicaría una historia así”. Quiero pensar que no tiene razón. Aunque es cierto que vivimos en un panorama de “obsesiones identitarias”, como lo describe la autora y como se puede observar con los nacionalismos exacerbados y las guerras que nos rodean, es posible un “Renacimiento”, una mirada que nos permita ver al otro desde nuestra propia pluralidad. La literatura es todavía un reservorio para ver las multitudes que albergamos. La política, el arte de vivir juntos, debería aspirar a renacer bajo este reflejo.

                                                                                    

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