La formación de un Gobierno socialcomunista con apoyo de los independentistas, basado en cambiar el régimen a su gusto sin contar con la oposición, es una preocupación bastante lógica. Ver a los diputados de Bildu, el brazo político de un grupo terrorista, y a ERC, partido condenado por golpismo, celebrar la constitución de ese Ejecutivo no puede tranquilizar a nadie que crea en la conveniencia de la democracia liberal en el marco de la Unión Europea.
Al tiempo que celebraban la victoria parlamentaria, se puso en marcha un discurso que deslegitimaba a la derecha, así, en general. No importa que sean varios partidos. El caso era identificar al enemigo: la derecha no acepta la democracia. La descalificación es grave si se profiere en el inicio de un proceso de reconfiguración de lo político, de las reglas de juego que van a constituir el nuevo Estado español. Porque no seamos ingenuos: el alborozo de los independentistas y las lágrimas del comunista Iglesias solo tenían ese sentido, el de que habían tomado el Palacio de Invierno para dictar las normas, y excluir al “no demócrata”.
Socialistas, comunistas y nacionalistas de toda condición van a evacuar la nueva moral a través de la legislación, ese neopuritanismo que dividirá a la sociedad entre progresistas y reaccionarios, feministas y violadores, ecologistas y negacionistas, demócratas y derechistas. El caso es crear fronteras políticas, trincheras, a través del método de convertir cualquier asunto en un conflicto en blanco o negro.
Revancha guerracivilista
Sánchez y sus aliados dedicaron los días de la sesión de investidura a poner las bases de lo que será la marginación de los otros. Jamás se ha visto una toma del poder así en democracia, basada casi en exclusiva en sacar a la oposición de la ecuación política. El tono, las palabras y los ademanes fueron los de la revancha, inéditos en España desde febrero de 1936, cuando la bancada frentepopulista maltrató a los diputados de la derecha.
Hay quien dice que en España quedan tres elementos para ejercer la resistencia: el Rey, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y la Justicia. Mal asunto si lo que queda es eso; es más, tener que recurrir a cualquiera de estos tres es una muestra de la situación en la que estamos. El espíritu democrático y la conciliación no están de moda. Los electores del PSOE sabían que Sánchez es un mentiroso, y siguieron votándole; como sabían el latrocinio organizado en Andalucía y ahí está Susana Díaz. El motivo es que el socialismo es una religión que no contempla la apostasía por muchos pecados que se cometan.
Hay que resistir, sí, y también es imprescindible proponer un proyecto político común consistente y creíble, español y europeo, moderno, alternativo e ilusionante
La resistencia, por tanto, cambia de bando. Los modelos son Andalucía y Madrid, pero yendo un poco más allá. Ya no se trata de que cada partido tenga su cortijo para repartir cargos y presupuestos, para cuidar de los suyos e ir tirando. Estamos en una situación excepcional, marcado por un golpe de Estado en Cataluña en plena quiebra del sistema bipartidista, y su sustitución por un bloque hegemónico socialcomunista y nacionalista.
La izquierda y los independentistas ya han creado su antítesis, y así se vio en el debate de investidura: la “ultraderecha”. Todo era “ultraderecha”. Eso puede servir para movilizar al izquierdismo, y es un lastre para crear una verdadera alternativa. La unidad de acción entre los constitucionalistas debe ser un hecho; es decir, se acabó el tiempo de los particularismos y egoísmos, y comenzó el del patriotismo y la sensatez. En realidad, se trata de ser realista: sin unidad gana el adversario.
Esto que ocurre en España es una guerra de posiciones, y hay que reconocer que las izquierdas y los nacionalistas están ganando por la inacción de la derecha. Al alcance de la mano de las tres fuerzas del centro-derecha, del constitucionalismo, está la posibilidad, sin salirse de la ley, sino defendiendo su letra y espíritu, de generar una resistencia. Hay que resistir, sí, y también proponer un proyecto político común consistente y creíble, español y europeo, moderno, alternativo e ilusionante. Porque sería conveniente, por higiene democrática y decoro, que los de Bildu y ERC no vuelvan a ser los ganadores y se reían una vez más de todos.