Seguramente el lector no sabrá quién es Robert Lighthizer, algo del todo normal. Lo que ya es anormal es que no lo sepan toda una legión de diplomáticos y burócratas occidentales a quienes les pagamos unos sueldazos y a los que, además, les hacemos el trabajo gratis mientras soportamos a los haters; así de paupérrimo es el nivel de quienes, cual ludópatas en un casino, se juegan nuestro bienestar futuro en la esfera del comercio internacional.
Robert Lighthizer fue uno de los fontaneros de los llamados “Acuerdos Plaza”, promovidos por Ronald Reagan, allá por 1985, para que Alemania Occidental, Japón, el Reino Unido y Francia le ayudaran a devaluar el dólar, que se había ido por las nubes tras las fuertes subidas de tipos de interés para luchar contra la inflación de los 80’s. Hecho el acuerdo consiguieron lo que buscaban: el dólar bajó, se evitó el proteccionismo y el déficit por Cuenta Corriente estadounidense se redujo. Y sí, tuvo más efectos pero solo destacaré dos aspectos: uno, que el hotel Plaza tuvo entre sus propietarios a Donald Trump; el otro, que Robert Lighthizer fue uno de sus primeros nombramientos (junto con Peter Navarro, enemigo de la actual relación comercial con China) como Representante de Comercio de Estados Unidos y cuya web te recibe con un: “Promoviendo un comercio libre, justo y recíproco”. ¿Dixit Trump? Seguramente. Aun así, todavía hay quien no pilla el mensaje.
Las guerras del opio
Ha habido muchas (en Afganistán, p.e.) pero normalmente se citan las de los británicos, principalmente, con China. Muy resumidamente, decir que La Primera, 1839-1842, empezó por la negativa china a comprar productos británicos (hubo más factores secundarios) aunque sí a venderle los suyos, principalmente seda, té y porcelana. Aquello creaba un serio inconveniente de logística, pues tenían que transportar desde distintas partes del Imperio grandes cantidades de plata en barcos medio vacíos (o lastrados con arena, etc.), no pudiendo sacarle rendimiento a la mitad del viaje.
El caso es que, sea por imitación de los mongoles o por recomendación de algunas tríadas chinas (mafias locales; aquí ya tenemos varias), “sabes qué, aquí lo que se vendería de fábula es el opio”, que entonces las drogas no estaban tan mal consideradas como ahora, salvo que las consuman los jóvenes occidentales, que entonces es moderno, pero ese, como el de la inmigración masiva, es otro negocio político. El resultado fue que el consumo alcanzó tal nivel que el emperador, que se decía celeste, lo prohibió y, al usar la fuerza, estalló la guerra; la perdieron y los británicos obtienen Hong Kong y otras concesiones. Posteriormente, el gobierno chino lo intenta de nuevo y estalla La Segunda, 1856-1860, donde también intervienen los franceses y otros; también la pierden y, lo que era una sociedad feudal, cerrada, con más de cuatrocientos millones de habitantes, de taifas dominadas por castas y oligarquías, cambió para siempre.
Tiene muchos aspectos de interés pero solo mencionaré tres: uno, el monetario, por su preferencia por la plata y el uso de numerarios españoles, como el “real de a 8” o “dólar español”, que resellaban con ideogramas chinos y que pueden ver en la imagen anterior, pero no podemos profundizar más en él. El segundo: que los británicos buscaron proveedores alternativos, lo que benefició a India y al moribundo Imperio Otomano, algo a considerar seriamente en la actual tectónica de bloques económicos. El tercero: meter a todos los occidentales en los “Cien años de humillación (1839-1949)” junto con los japoneses, no cuela para el comercio desigual actual. Si quieren ver una excelente presentación del Colegio de Guerra del Ejército estadounidense, no se pierdan esta: “China y América: la nueva ecuación geopolítica”.
Aquellos eran tiempos en que se abrían los países a cañonazos, como hizo el comodoro Perry, 1853-1855, con Japón, uno que en su periplo pudo haberse quedado con Formosa, la actual Taiwán, cuya economía analizamos y que también es centro de disputa, junto con el mar del sur de China. Un mundo de complejidades e intereses, en que, como siempre, los pueblos, el chino y el occidental, paga los tejemanejes de quienes nos gobiernan, lo cual nos lleva al siguiente punto.
El Establishment
En Estados Unidos, como ocurre en casi todos los países, de la Cuba de Castro a la España de los Pujol, existe una tradición entre parte de los cachorros de la elite de creerse que son como los patricios romanos, de modo que hay verdaderas sagas políticas, económicas y diplomáticas, muchas de las cuales tienen un pasado pestilente. Por ejemplo, un antepasado de Franklin Delano Roosevelt hizo un fortunón con las guerras del opio, como Samuel Russell, vinculado a Skull & Bones, fraternidad a la que pertenecen los Bush, que, aunque llegaron tarde, también hicieron sus cositas, siendo George Bush padre, que luego integra a los Clinton, el progenitor del Establishment actual que es el beneficiario del sangrado económico global que le hacen a Estados Unidos, tanto sus aliados como sus adversarios, y que tiene secuestrada la representatividad del votante estadounidense.
Verán, gracias a los “Acuerdos Plaza”, Estados Unidos consiguió equilibrar sus transacciones exteriores de bienes, servicios, y rentas, que se recogen en la Cuenta Corriente de la Balanza de pagos (siguiente gráfica) Todo ese proceso fue observado de cerca por George Bush padre, quien fuera director de la CIA y antes Jefe de Relaciones con China y, como todos saben, existe una zona opaca donde los negocios y los servicios secretos se dan la mano continuamente. Es a partir de él, tras su discurso del 11 de septiembre de 1990 sobre el Nuevo Orden Mundial, cuando desaparece ese proceso de negociación internacional para la localización global equilibrada de la producción.
Posteriormente, con la administración Clinton y los últimos desarrollos de la industria de la electrónica y las telecomunicaciones, el proceso del orden Bush se acelera. Es también el tiempo de la (mala) liberalización financiera, la burbuja punto-com y los acuerdos comerciales multilaterales. Posteriormente, con Bush hijo, llega el negoción de la deslocalización, que se llevó más de un tercio del empleo manufacturero estadounidense (siguiente gráfica).
Alrededor de este saqueo parasita todo un ejército de altos funcionarios, académicos mamporreros, chupópteros globales, ONGs, grandes medios, firmas consultoras, financistas de negocios honestos y opacos, neocons y neocoms, organismos internacionales, bancos y políticos de izquierdas y derechas, redes sociales manipuladoras y “buscadores” sectarios, estados profundos y todos, con su colusión de intereses, vendiendo ese opio del siglo XXI que es el credo socialdemócrata de la globalización de amiguetes y la disolución de los estados nacionales, que en realidad solo son los occidentales; hasta el clan Pujol parece que se dedicó a eso. Un clan cuyos negocios, según La Razón, llegó a mover hasta 3.000 millones de euros.
No son conspiranoias, es simplemente una cuestión de Dinero, Poder y servidumbres voluntarias de todo tipo, que ahí están los datos de un hecho histórico más que evidente, algo de lo que Trump fue espectador de excepción, como lo es del deterioro de sus ciudades y del impresionante auge de las chinas, como Shanghái, tragedia estadounidense que dice querer corregir, aunque claudicar ante los neocons en Siria preocupa, ¿o acaso ha sido una cesión necesaria? No sabemos. Lo cierto es que tiene a China donde quería, sobreactuando para elevar el inicio de la negociación cuando él solo tiene que buscar proveedores alternativos, algo que llevará tiempo, sí, porque la brecha comercial bilateral equivale a más del total de exportaciones de bienes y servicios españoles, pero si sigue otros seis años y medio habrá conseguido mover el rumbo del Titanic, abriendo curso a una era apasionante y al mayor cambio de nuestro tiempo; si no, seguirán hundiéndose con el opio socialdemócrata hasta que colapsen, entonces sí que será imposible la normal y saludable circulación de mercancías, capitales y personas.