La pandemia de coronavirus en España está, al fin, camino de desaparecer. Armados con un amplio suministro de vacunas, nuestro personal sanitario va camino de inmunizar a todos los adultos del país antes de que termine el verano. En un loable ejemplo de solidaridad ciudadana, la reticencia a la vacunación está siendo mínima y parece que España evitará tener regiones del país con un alto porcentaje de gente sin vacunar, como está sucediendo en Estados Unidos. Si no hay sorpresas desagradables en forma de nuevas mutaciones, este otoño el retorno a la normalidad será casi completo.
El coste en vidas y enfermedad de la pandemia es conocido. Lo que nos falta por saber y entender es el coste económico a corto y largo plazo de esta crisis, y qué cambios veremos en la estructura económica del país.
El sector que más ha sufrido el impacto de esta crisis ha sido, sin duda, el turismo. España es una superpotencia del sector; sólo Francia recibe más visitantes anuales que nosotros. Con las fronteras reabriéndose poco a poco y medio planeta con unas ganas de juerga descomunales, es bastante probable que la recuperación traiga consigo hordas de turistas, aunque no de inmediato. Los países desarrollados quizás lleguen al otoño con suficientes vacunados como para llenar hoteles (la temporada este año será larga), pero el resto del planeta dista bastante de estar listo para viajar. A medio y largo plazo, sin embargo, dudo mucho que las ansias de viajar del mundo disminuyan demasiado. Quizás veamos un descenso en desplazamientos por congresos y reuniones de negocios (por suerte o por desgracia, muchas empresas se han dado cuenta que eran innecesarios), pero el turismo volverá.
Nuestro país tiene un “recurso natural” consistente en un clima estupendo, belleza natural, siglos de historia, una estabilidad envidiable y una gastronomía maravillosa
Como de costumbre, tendremos otra vez el mismo debate sobre si nuestra economía depende demasiado del turismo, y si en vez de atraer viajeros deberíamos tomar decisiones estratégicas para reconducir nuestras inversiones hacia otros sectores. Aunque esta es propuesta lógica y necesaria, es importante recalcar lo fácil que es adoptar medidas de política económica bienintencionadas, pero horriblemente contraproducentes, que hacen más daño que bien en esta clase de proyectos.
Empecemos por una obviedad: el turismo en España es algo parecido a tener una mina casi infinita de diamantes. Nuestro país tiene un “recurso natural” consistente en un clima estupendo, belleza natural, siglos de historia, una estabilidad envidiable y una gastronomía maravillosa que hace que la gente quiera venir a visitarnos y darnos dinero. Echar el cerrojazo, sin más, a esta espectacular fábrica de riqueza es una idea estúpida. Lo que debemos evitar que nuestra economía dedique una cantidad desmesurada de recursos en este sector, ahogando las inversiones en otros sectores, pero no ir más allá.
Una mala idea en un día bueno
La tentación para muchos políticos, en estos casos, es creerse muy listos y hacer inversiones estratégicas. Montan comités de expertos que identifican “sectores de futuro”, y deciden apostar por ellos a base de subvenciones, rebajas fiscales, colaboraciones público-privadas, y el ocasional proyecto faraónico apoyando algo especialmente prometedor. Las administraciones montan parques tecnológicos, crean incentivos fiscales para atraer capital, dan dinero para I+D y todas esas cosas que suenan súper innovadoras y súper sexys y con mucha visión de futuro.
A la práctica, esta clase de iniciativas son, con contadas excepciones, una mala idea en un día bueno, y una forma extraordinaria de tirar dinero en un día malo. Del mismo modo de que un altísimo porcentaje de start ups y empresas privadas fracasa a los pocos años de nacer, porque predecir el futuro es difícil, resulta que los políticos son igual de malos que el resto adivinando qué sectores de la economía van a crecer en años venideros. La diferencia es que cuando un inversor privado se la pega, quizás pierde su dinero y el dinero del banco, pero casi nunca hace demasiado daño. Cuando es un político quien la pifia, el enorme poder inversor del estado magnifica el error, y son los contribuyentes los que pagan. No es que el sector público sea especialmente malo invirtiendo. El problema es que los seres humanos, en general, no acostumbramos a acertar.
Esto no quiere decir la típica respuesta neoliberal de “bajar impuestos y eliminar regulaciones” sino dotar al país de las infraestructuras, servicios, y tejido productivo
Si queremos ver más inversión en sectores innovadores (dentro y fuera del turismo, que no tenemos por qué sabotearnos) lo mejor que podemos hacer es crear un marco regulatorio y fiscal adecuado para que las empresas crezcan, no intentar acertar quién saldrá ganador. Esto no quiere decir la típica respuesta neoliberal de “bajar impuestos y eliminar regulaciones” sino dotar al país de las infraestructuras, servicios, y tejido productivo necesarios para prosperar.
Podemos empezar con cosas relativamente simples como impulsar políticas de competencia para reducir el coste de internet de banda ancha (muy elevado en España), poner en vereda de una vez a las eléctricas, y hacer que el ferrocarril de mercancías funcione bien de una puñetera vez. Pero también cosas más complicadas y sutiles como una regulación sobre start ups moderna y fácil de entender, un mercado laboral que facilite la contratación a largo plazo sin costes prohibitivos (léase: contrato único con mochila austríaca), y eliminar barreras al crecimiento de las empresas, en vez del marco actual donde las PYMEs reciben toda clase de ventajas que pierden según aumentan de tamaño.
Atraer talento extranjero
Y por supuesto, lo más importante: invertir en personas. Queremos un sistema educativo que sea capaz de generar trabajadores despiertos, flexibles, y listos para innovar. Y no queremos trabajadores “preparados para el mercado laboral”, porque predecir qué necesita el mercado es una receta para dar a los alumnos formación en tecnologías obsoletas.
Queremos también mecanismos para poder atraer trabajadores e inversores extranjeros, más de la mitad de los fundadores de nuevas compañías en Silicon Valley son inmigrantes, así que no queremos perder ese tren. España tiene la buena fortuna que las mismas cualidades que atraen a tantos turistas la hacen un destino estupendo para mudarse a vivir o trabajar. En tiempos recientes Grecia ha hecho un esfuerzo tremendo en traducir su envidiable calidad de vida para convertirse en un hub de start ups internacional, y España haría muy bien de copiar ese modelo.
Lo más importante, sin embargo, es que los políticos deben aprender a salirse de en medio. Su trabajo es crear un contexto favorable para la creación de empresas, no dedicarse a perseguir unicornios. El potencial está allí.