Opinión

Sánchez y la gestión del odio

Su Persona está nervioso. Está tan nervioso que ha decidido implicarse de lleno en la campaña de las elecciones autonómicas madrileñas del 4 de mayo. Su Persona no tiene nada

  • Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. -

Su Persona está nervioso. Está tan nervioso que ha decidido implicarse de lleno en la campaña de las elecciones autonómicas madrileñas del 4 de mayo. Su Persona no tiene nada mejor que hacer. Todo le va a pedir de boca. Todo, de maravilla. Gobierna un país que está de dulce: la crisis sanitaria ya se ha olvidado; el PIB ha vuelto a crecer a tasas comparables a los tiempos de la burbuja; el paro –gracias a la sabiduría económica que Su Persona atesora- ha vuelto a situarse por debajo del 10%, Cataluña vuelve a ser –gracias también a su reconocido talento de estadista- el pacífico estanque dorado que siempre fue; su Gobierno goza de una cómoda mayoría en el Congreso que le permite aprobar todo tipo de leyes sin necesidad de negociarlas con el resto de grupos, y la vida, en fin, le sonríe por las cuatro esquinas de ese triste palacete de Moncloa que Su Persona pretende convertir en nido para los próximos 15 o 20 años, si no más. De modo que para distraerse ha decidido echar el resto en la campaña madrileña, y todo porque en la Puerta del Sol habita una señora que ha osado desafiar su poder.

Lo decía el viernes en el diario gubernamental uno de los lamebotas del presidente, uno de esos periodistas que ha hecho de la adulación al poder una forma de vida. “Pedro Sánchez se muestra, en público y en privado, más tranquilo que nunca”, escribía el sujeto a bordo del avión que ha llevado a Su Persona de gira por Angola y Senegal porque, ya digo, en España lo tiene todo hecho y se aburre. “El presidente está convencido de que la coalición resistirá sin problemas” (…) “Asegura que mantiene una relación muy buena con el líder de Podemos” (…) "Insiste en que no tiene ningún sentido ir a elecciones cuando hay apoyo político, el Gobierno es estable, están aprobados los Presupuestos y aún hay que trabajar (¡!) para lograr la recuperación económica” (…) "El horizonte que plantea el presidente es pues de estabilidad absoluta” (…) “La coalición con Podemos tiene un largo periodo de vida por delante”. Seis afirmaciones y siete mentiras, porque Su Persona no dice una verdad ni harto de vino. El idílico marco de paz y felicidad que describe el diario de Prisa choca, sin embargo, con la contundente afirmación de que “el presidente se volcará en la campaña madrileña”.

La pura verdad es que el fracaso de la 'operación Murcia', mediante la cual el sátrapa que nos gobierna pretendió dar el golpe de gracia a la oposición privando al PP de las autonomías que controla en alianza con Ciudadanos, cobra cada día que pasa mayor importancia hasta el punto de amagar con convertirse en una fecha para la historia de la política española. Todo lo tenía a favor. El horizonte político, despejado al menos hasta las elecciones andaluzas de diciembre del 22. Y todo, de repente, se le ha vuelto en contra por culpa de la chapuza de esa 'operación Murcia' tan torpemente urdida por sus Redondos monclovitas. La legislatura ha dado un vuelco tan espectacular que el bergante se ve obligado a bajar a la arena, forzado a “volcarse en la campaña madrileña” para evitar una prematura muerte política. Porque es él quien se juega su futuro el 4 de mayo. Él, quien ha cometido la torpeza de lanzar un salvavidas a una oposición agonizante. Él, quien adelanta dos años el proceso de concentración de una derecha ahora dividida. Él, quien, sin pretenderlo, otorga a los madrileños la oportunidad de rebelarse en las urnas contra un Gobierno que, por la vía de la confrontación y la división en bloques, pretende acabar con los mejores años de paz y prosperidad que ha conocido este país en siglos. “No les gusta el 78 y quieren volver al 36”, escribía alguien esta semana en Twitter.

Quedan tres semanas para la gran cita del 4 de mayo y crece la sensación de que en el envite madrileño los demócratas nos jugamos mucho

Su Persona está nervioso. Una derrota en Madrid, escaparate español, marcaría el principio del fin de un descuidero de la política que en ningún país serio, en ninguna democracia consolidada, hubiera superado nunca el escalón de una concejalía en Ayuntamiento de capital de provincias, pero que ha hecho fortuna en la degradación acelerada en que vive instalado el régimen del 78 desde 2004 (atentados de Madrid), hasta encaramarse a la presidencia del Gobierno con la ayuda de los enemigos de “la nación de ciudadanos libres e iguales”. Una derrota en Madrid arruinaría esa imagen de “intratable triunfador” que el aparato de propaganda (todo en él es propaganda, todo retórica vacía, todo alfalfa para consumo animal) de Moncloa y la flota mediática que lo acompaña en su asalto a las instituciones del Estado llevan intentando consolidar desde la moción de censura de mayo de 2018. Porque la soberbia del personaje apenas esconde su asombrosa debilidad.

Gobernar con una oposición muy reforzada tras su eventual victoria en Madrid; gobernar con un Iglesias fuera del Gobierno pero sabiendo lo que se cuece en el Ejecutivo y dispuesto a agitar la calle contra ese Gobierno; gobernar sin el apoyo, cada día más complicado, de una ERC anclada en el conflicto catalán; gobernar con una situación económica cada día más compleja, porque las sucesivas olas de la pandemia han retrasado la recuperación y el impacto de las ayudas europeas en el ejercicio 2021 va a ser cero o próximo a cero; gobernar con las luces largas puestas en unos Fondos de Recuperación sometidos al albur del Constitucional alemán y a la creciente fiscalización de una Comisión Europea que no se fía del “Gobierno Plus Ultra”, un Gobierno que parece haber llegado con hambre atrasada y dispuesto a llevárselo crudo a la menor oportunidad; gobernar en estas circunstancias, en fin, se presenta tarea ardua para un personaje que cuenta con 120 diputados y cuya debilidad se palpa en el Congreso rascando apenas en la superficie, porque todo lo tiene parado, el grupo socialista no es capaz de mover un papel por falta de apoyo parlamentario.   

Asistimos a la definitiva “batasunización” de la política española, algo que alguna gente llevaba tiempo advirtiendo pero que la mayoría creyó fenómeno inimaginable en el resto de España a menos que nuestra izquierda se volviera loca

Su Persona está nervioso y tiene motivos de sobra: su decisión de bajar a la arena en la campaña madrileña convierte las autonómicas en un cuerpo a cuerpo con Isabel Díaz Ayuso. Y en esa pelea todo vale para quien no cuenta con ningún prejuicio de orden moral en la lucha descarnada por el poder. Vale, desde luego, la algarada. Incluso la violencia. Lo han demostrado esta semana los socios de Gobierno de Sánchez en Vallecas. Asistimos a la definitiva “batasunización” de la política española, algo que alguna gente llevaba tiempo advirtiendo pero que la mayoría creyó fenómeno inimaginable en el resto de España a menos que nuestra izquierda se volviera loca y/o se convirtiera en compañera de viaje de ese nacionalismo comunista, además de terrorista, que en el País Vasco asesinó a cientos y forzó al exilio de cientos de miles, y que después ha arruinado también la convivencia democrática en Cataluña. Esa “batasunización” ya la tenemos aquí con la ayuda de la izquierda comunista de Podemos y de la izquierda consentidora del PSOE de Sánchez, con los que gobierna en coalición. Con la complicidad de un Sánchez convertido en experto gestor del odio entre españoles.

La apelación a los años treinta del siglo pasado no es casual. Es la degradación de las instituciones. Es la patada en la puerta sin mandamiento judicial. Es el recorte de libertades con la excusa de la pandemia. Es la actitud de un Ejecutivo que gobierna para el 50% de los españoles y que consiente las tropelías de los suyos porque en el fondo las comparte. Son los Portela Valladares de este Gobierno y su cínica condena a la “violencia venga de donde venga” cuando siempre viene del mismo lado. Es la constatación de que el jefe de la banda (¡qué ojo, Albert!) necesita a los violentos, necesita a “los chicos de la gasolina” que decía Arzalluz, como mano de obra en su tarea de desmontaje de las instituciones democráticas. Por fortuna no estamos en los años treinta del siglo pasado. Aquí ya no hay Casas Viejas de miseria, ni Seis Dedos dispuestos a morir frente a la Guardia Civil para acabar con la esclavitud de unos terratenientes (el 74% de las tierras de la provincia de Cádiz estaba en 1930 en manos de 15 personas). Este país es más rico y está más alfabetizado, pero sobre todo es mucho más cobarde, porque hasta el más tonto del lugar tiene hoy algo que perder, aunque solo sea el móvil que le ata a la cultura basura en boga. Es difícil, por eso, que volvamos a los tiros, pero sí vamos a vivir escenarios de gran violencia, regresar a esa especie de “guerra civil fría” que andan buscando quienes pretenden reescribir la historia a contracorriente de la historia. Quedan tres semanas para la gran cita del 4 de mayo y crece la sensación de que en el envite madrileño los demócratas nos jugamos mucho.

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