Tras nueve meses de pandemia, Pedro Sánchez se mantiene a la cabeza en las encuestas. Nada le afecta, nada le desgasta, nada le incomoda. Ni las pavorosas cifras de muertos o los terribles datos de la crisis. El Gobierno español es el más desacreditado de Europa, el más cuestionado de la UE y el menos apreciado en Bruselas. Los medios internacionales subrayan su incompetencia, su ineptitud y su torpeza. Algunos hacen burlas. Otros lo escudriñan perplejos. Y, sin embargo, Sánchez se pasea dichoso y triunfal en el territorio de la demoscopia. No hay sondeo que se le resista ni partido que le haga sombra. No solo es imbatible. Ya empieza a parecer indestructible, inmortal. Casi se antoja casi eterno. Pablo Casado descree de ese diagnóstico. "Este Gobierno que todos veis de larga vida, va a durar menos de lo que imagináis, y si no, al tiempo", ha desafiado desde esRadio. ¿Y cómo se hace eso? ¿El cataclismo económico? ¿El hartazgo ciudadano? ¿La presión europea? Misterio.
Para entonces se habrá celebrado ya el fatídico referéndum para demoler el edificio del 78 y la Familia Real se habrá instalado en un acogedor palacete en las cercanías de Lisboa
El propósito confeso de Sánchez es seguir en la Moncloa al menos hasta el 14 de abril de 2031, para festejar el centenario del advenimiento de la República, tal y como nos ha contado aquí Álvaro Nieto. Es su forma de pasar a la posteridad. Festejar con júbilo la efeméride más terrible de nuestra Historia. Para entonces se habrá celebrado ya el fatídico referéndum y la Familia Real estará instalada en un acogedor palacete en próximo a Lisboa. Cataluña y el País Vasco serán entidades independientes en un Estado plurinacional y amorfo. Sánchez se paseará con su Falcon, aún más rumboso, exhibiendo sus atributos como jefe del Estado y presidente de la República. Todo se habrá consumado sin ruidos ni griterío, tan mansamente como el ocioso cantar de un día vacío. ¿Quién puede desmontar esta escena de pesadilla? Ahora mismo, nadie. Todo rueda a favor de las ambiciones del napoleoncito de la Moncloa. Salvo que se produzcan algunos de estos acontecimientos tan inesperados como un especial sobre Schopenhauer en 'Sálvame'. Por ejemplo:
-REVUELTA EN EL PSOE. Hastiados del cesarismo autocrático de su jefe y aterrorizados por la dimensión de la catástrofe que viene, veteranos del partido, Felipe González a la cabeza, promueven una revuelta interna para frenar la deriva delirante de su jefe. Una reedición desesperada del otoño de 2016. Nada más sensato y, sin duda, imposible. Entre otras cosas, porque ya no hay PSOE. Dejó de existir en Ferraz, asfixiado tras la cortina con la que Sánchez ocultó las tramposas urnas. Ahora sólo hay Lastras, Simancas y ese delegado Franco de rostro tan inmoral como sus actos.
-MOCIÓN DE CENSURA. González ganó la moción que había perdido. Hernández Mancha, para desgracia de la derecha, no supo aprovechar la suya. Rajoy, como un palomino atontao, se fio del PNV y perdió el sillón que le guardaba el bolso de Soraya. La que ahora presenta Vox, condenada al fracaso, fortalecerá a Abascal, debilitará al PP (Casado no se maneja bien en las encerronas) y hará las delicias de Iván Redondo. No es esta la fórmula para arrojar a Sánchez. Más bien, es una línea directa para reforzarlo. Al tiempo.
La derecha puede conseguir más votos que el PSOE, como ya ocurrió en noviembre, pero nunca más escaños o más respaldos parlamentarios
-MAYORÍA ABSOLUTA. Los nacionalismos periféricos, en cuyas manos está decidir el color del Gobierno, nunca respaldarán al PP. Ni el PNV ni el separatismo catalán se avendrían, ahora, a pactos como los que suscribieron con Aznar. Ese camino está clausurado. Iván Redondo bordó la demonización de la derecha. Casado es el franquismo y Abascal es Franco. Ambos defienden la unidad de España sin sutilezas. Ambos son ese espantajo que el separatismo enarbola con fruición para justificar su existencia. Aunque el PSOE retroceda, siempre contará con el respaldo independentista. Firme e inamovible. El Congreso se ha convertido en una marmota inamovible, en una fotografía congelada en la que siempre mandarán los mismos.
-UNIDOS POR LA DERECHA. Hay otra vía, también improbable. Concurrir unidos PP, Vox y lo que queda de Cs abriría las puertas a un triunfo del centro derecha. Más de 180 escaños auguran los sondeos. Bastaría con que acudieran juntos en las provincias de menos de cuatro escaños. Algo tan sencillo, elemental y palmario. La derecha puede conseguir más votos que el PSOE, como ya ocurrió en noviembre, pero difícilmente más escaños. Y nunca más respaldos parlamentarios. Una simpática jugarreta de nuestra ley electoral que Rajoy, embebido de bipartidismo, no se decidió a cambiar. O unidos por la derecha o condenados al yugo eterno de Sánchez. ¿Acaso no lo ven? Pues no.
Volver al escaño como diputado de a pie sería enorme humillación para espíritu tan soberbio. La Universidad le parece un fatigoso fastidio. Pasó por ella sin dejar huella. Quizás ni la pisó
Habló Sánchez, al cumplir sus cien días en Moncloa, de que "nuestro horizonte es hasta 2030". ¿Por qué no? O mejor, ¿quién si no?. Al PP sólo le queda confiar en el efecto de la harapienta ruina sobre la Moncloa. O sea, que le den el trabajo hecho. Sánchez aún no ha cumplido los cincuenta. Sus hijas son adolescentes. ¿A qué se va a dedicar este iletrado chanta si deja su mullido colchón presidencial? No tiene cátedra, carece de oficio, jamás trabajó en la 'vida civil'. Desde pequeñito escaló puestos en el partido, como un trepa espabilado y sin escrúpulos. De culiparlante a secretario general en un fogonazo.
Volver al escaño como diputado de a pie resultaría enorme humillación. La Universidad le parece un fatigoso fastidio. Pasó por ella sin dejar huella. Quizás ni la pisó. Escribe con dificultad (todos sus opúsculos son truchos, apócrifos y falsarios) y apenas se le conoce una sola idea: la de eternizarse en el poder. No desdeñen la posibilidad de que tengan que convivir con él otros diez años. Total, a nadie parece importarle. La mayoría social de este país se ha empadronado en Hamelin. Sánchez es el flautista indestructible. Todos lo saben y nadie hace nada por remediarlo.