Me ha costado verlo, pero al fin he comprendido el sentido profundo de la presidencia de Sánchez. Se han escrito cientos de editoriales, artículos, análisis, tribunas, cartas e incluso libros sobre la cuestión. En muchos de ellos el presidente es descrito como un hombre recto, sabio, atrevido, optimista, dialogante, el demócrata más avanzado en toda nuestra historia nacional. Superemos la risa, ignoremos la vergüenza ajena y miremos más allá de los lugares comunes: todos esos mensajes son producto de su factoría de propaganda, pero bajo ellos se encuentra la auténtica verdad.
Pedro Sánchez no es un tirano. No es un autócrata. No es un psicópata, ni un sectario, ni el mayor corruptor en la historia de la democracia española. No es un miserable, ni un sinvergüenza ni un fanfarrón hueco reflejo de la España gris y roja que lo ha encumbrado. Por no ser, no es ni progresista convencido.
Sánchez es un anarquista lúcido. Es un pesimista responsable. Es el lector más radical y minucioso de Gabriel Albiac. Es el arquitecto que ha comenzado a demoler el entramado filosófico, sociológico, institucional y político del fundamentalismo democrático. Hace años fue consciente de su misión: debía vacunar a los españoles frente a los excesos de la democracia. Debía poner a los españoles frente al espejo en su peor momento. Y debía conseguir que las bajas pasiones fueran desterradas de la política al menos durante las próximas cuatro décadas. Debía, en el fondo, construir una nueva transición. Pero no podía hacerlo de golpe, y sobre todo no podía hacerlo público. Pedro Sánchez, por fin lo comprendo, es el Judas del relato de Borges.
El presidente sabe que para que España perviva primero tiene que morir. Y a eso lleva dedicándose todos estos años. Ninguna institución puede quedar en pie, y todas deben caer con estrépito. Sánchez podría haber usado el bisturí, pero pronto supo que debía elegir el martillo. No hay sutileza en su obra. No hay disimulo. No hay planes a largo plazo y no hay pequeños pasos. Sabe que debe aniquilar cualquier vestigio de confianza en unas instituciones agonizantes, empezando por el Gobierno, y su dedicación es absoluta. Recordemos los nombres.
Dolores Delgado, del Ministerio de Justicia a la Fiscalía General del Estado que hoy ocupa el igualmente idóneo Álvaro García Ortiz. José Félix Tezanos, hombre de Partido, encargado de hacer funcionar el CIS de la manera más conveniente. La provisionalidad de Rosa María Mateo en RTVE, que duró casi tres años. La ejemplar Francina Armengol para presidir el Congreso. La creación del Ministerio de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes para garantizar la unificación de poderes bajo la inaudita excelencia de Félix Bolaños. Y ahora Miguel Ángel Oliver a Efe, la agencia pública de noticias, en un magnífico giro de guion: habrá pasado de apartar las preguntas incómodas dirigidas al Gobierno a proporcionar las noticias apropiadas a la prensa.
Ha bastado la voluntad de un hombre decidido, el compromiso de unos militantes fervorosos y la disposición de una prensa entregada para desactivar por completo el sistema inmune de nuestra democracia
Sabíamos que la neutralidad institucional era una ficción delicada. Aun así, después de cada exceso parecía que las leyes, la Constitución y la separación de poderes estaban ahí para devolver las aguas a su cauce. Sánchez ha venido para acabar con todo eso. La neutralidad institucional siempre fue un espejismo. Ha bastado la voluntad de un hombre decidido, el compromiso de unos militantes fervorosos y la disposición de una prensa entregada para desactivar por completo el sistema inmune de nuestra democracia. Todas las instituciones son hoy una mera extensión del Partido, todos los mecanismos de control al poder están anulados y todo el mundo puede ver cada paso que se da en esa destrucción planificada. “Mirad qué fácil ha sido”, podría decir.
Para llegar hasta aquí Sánchez necesitaba hombres y mujeres dispuestos a renunciar a lo más sagrado. Apóstoles en las redacciones, en el partido y en las instituciones a quienes no importase arrastrar su carrera por el fango. Todos ellos aceptaron el sacrificio definitivo. Todos ellos renunciaron a la decencia y al discurso articulado. Debían encarnar lo peor, debían asumir que su nombre quedará grabado en la historia como encarnaciones de la más profunda abyección. Debían ser los apóstoles secretos de Judas.
Su legado será la inevitable reconstrucción a la que deberemos entregarnos desde las cenizas de su presidencia. Para salvarnos pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; eligió un ínfimo destino: fue Sánchez.
Hagamos que su sacrificio no haya sido en vano.
Juanmanuelito
Pero hay que reconocer a Pedro Sánchez que ha conseguido algo muy difícil, aprovechando que los votos de las urnas no están representados racionalmente en el Congreso, que es el que elige presidentes. Y todo por la nefasta Ley Electoral vigente. Digo que ha conseguido algo nada fácil: Que casi la mitad de los españoles ya no dispongan de la capacidad mental suficiente para distinguir entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal y entre lo justo e injusto. Esto tiene su mérito.
Conk
Amén
Aquiles
YA ....Pero el Partido , NI el Gobierno NO puede colocar a los MILES y MILES de Ñoquis del PSC-PSoe que ya NO trabajaran para Ayuntamientos , ni Diputaciones , NI CCAA perdidas ...y lo saben !!!
vallecas
¿Cómo sabe usted que quedará algo que reconstruir desde las cenizas? ¿Cómo sabe usted que los "albañiles" que se encarguen de la reconstrucción son de fiar? ¿Qué garantías tiene que el edificio nuevo será mejor que el que tenemos (aunque necesite reformas)? Sánchez es un tumor maligno, un cáncer que amenaza con destruir los órganos vitales del Estado, pero está en fase inicial y necesita una extirpación urgente. El edificio ESPAÑA está para reformar, no para demoler. Si se permite que el tumor se expanda España morirá (y habrá tiros) y ni usted D. Óscar ni nadie sabe lo que saldrá de ahí.