Opinión

Señor, ¡haga algo!

Voy a usar con Vuestra Majestad, en estas líneas que siguen, el tratamiento que se usa con Isabel II en el Reino Unido: Majestad la primera vez (que ya pasó)

  • El rey Felipe VI y la reina Letizia, durante el acto de homenaje de estado a las víctimas de la pandemia de la covid-19. -

Voy a usar con Vuestra Majestad, en estas líneas que siguen, el tratamiento que se usa con Isabel II en el Reino Unido: Majestad la primera vez (que ya pasó) y “señor” las demás, salvo alguna excepción. Tampoco tiraré del lenguaje protocolario y cortesano: diré lo que pienso y con las palabras que sé.

Mejor fuera decir “lo que pensamos”, porque esto que sigue, señor, es el resumen de una larga, reciente y nocturna conversación con personas inteligentes y preparadas, que no hablan a humo de pajas. Personas que sienten por usted un profundo respeto, que en algunos casos es también admiración y en otros, no pocos, afecto. Y en todos, como verá, una preocupada lástima. Unos pocos eran conservadores; la mayoría se manifestaba progresista. Alguna de esas personas se declaraba monárquica. Alguna otra, republicana. Pero las más, señor, ponían ante la pregunta monarquía versus república la cara de cansancio que suelen poner los ciudadanos mayores de once años cuando les preguntan a quién quieren más, si a papá o a mamá. No me toque las narices, señora, esa es una pregunta ociosa porque todo el mundo debería saber ya que lo que importa es el contenido, no el continente. Lo fundamental del huevo es lo que hay dentro, no la cáscara.

Juan Carlos I dijo que él lo que pretendía era ser rey de una república. Todavía no se había muerto Franco y Juan Carlos era “príncipe de España”

Una cosa más sobre esto, muy breve. Vuestro padre, señor, el rey Juan Carlos I, dejó de una pieza al presidente de la República Federal de Alemania, Gustav Heinemann, cuando fue a verle y le dijo que él lo que pretendía era ser rey de una república. Todavía no se había muerto Franco y Juan Carlos era “príncipe de España”, título raro y, en aquel momento, poco prometedor. El presidente alemán, un socialdemócrata intachable que recelaba mucho de aquel jovenzuelo porque le consideraba medio tonto y un heredero fiel del “caudillo”, se quedó estupefacto; desde aquel encuentro fue uno de los más firmes valedores en Europa del futuro rey.

Yo estoy convencido –y mis contertulios también– de que eso es exactamente lo que usted pretende, señor. Ser el jefe de un Estado democrático cuya maquinaria está tan bien rodada y engrasada que no necesita que el piloto –simbólico piloto, si se quiere– pida que paremos un momento, abra el capó y se ponga a buscar qué es lo que anda mal. Esa es la idea de una “monarquía republicana” como la nuestra o de cualquier república civilizada.

Peor cada día que pasa

Pero tiene usted que hacer algo, señor. Usted. Nadie más puede. Tiene que hacer algo porque esto no anda bien. Para nadie, desde luego, pero anda lenta, inexorablemente peor cada día que pasa para usted y para la institución que personifica.

Toda jefatura de un Estado democrático necesita lealtades o al menos apoyos, la mayoría institucionales, e indispensablemente de los ciudadanos a quienes sirve. Pero la Corona necesita de más lealtades porque se basa en un principio que, aunque sea irreprochablemente democrático, no lo parece: al jefe del Estado no se le elige, se le sitúa por encima de las rivalidades entre partidos. Eso, aunque sea fácil de entender, es muy difícil de explicar, sobre todo en tiempos en que nos devastan a todos la demagogia y el populismo, que se basan en consignas, no en ideas, y en la ignorancia de la gente. Yo no estoy seguro –ninguno lo estábamos en la conversación– de que ni la Corona ni usted mismo, señor, a pesar de lo mucho que curra y del irreprochable cuidado que tiene con todo, dispongan de esas lealtades.

Si logran desprestigiarle a usted, y con ello a la Corona, el camino hacia su quimera de enamorados, la independencia, parecerá, como mínimo, más fácil

Entre los políticos catalanes cuenta usted cuenta usted con pocos apoyos. Siendo usted como es –lo mismo que la Corona– ante todo un símbolo, los indepes le zurran desde hace años con una virulencia verbal y gestual que, sin ninguna duda, no tendrían con ningún presidente de república: si logran desprestigiarle a usted, y con ello a la Corona, el camino hacia su quimera de enamorados, la independencia, parecerá, como mínimo, más fácil. Los vascos se muestran, como es norma en ellos, mucho más pragmáticos. La extrema derecha no le es leal en absoluto: le usan como ariete, como arma para combatir a quienes tienen por “enemigos de España”, que son todos los que no comulgan con sus consignas. La derecha “normal”… Bien, ahí tenía V. M., hace unas pocas semanas a una muy crecida y lenguaraz presidenta autonómica metiéndole en danza y retándole a que no firmase usted una ley que a ella no le gustaba. En la izquierda, de Íñigo Errejón para allá mejor no preguntar. Y, señor, ¿está usted seguro de contar con la lealtad sincera de la parte socialista del Gobierno y de su presidente? ¿Seguro? Porque ni yo ni ninguno de los de la conversación lo estábamos. Quizá usted sí. Quizá.

¿Y los ciudadanos? Bien, pues eso depende de quién les pregunte. El CIS no plantea la cuestión desde hace seis años. Otras encuestas, algunas muy divertidas (un diario digital declaradamente republicano pregunta a sus lectores y, claro, qué iba a salir), son minuciosamente contradictorias entre sí. Pero parece claro que, aunque el apoyo a la Corona vuelve a crecer, está lejísimos aún de aquellas cifras espectaculares de finales del siglo pasado, cuando el 75% de los ciudadanos se sentía estupendamente con la institución. Ahora muy malamente llega ese apoyo a la mitad. Es lógico, decíamos anteanoche. El daño causado a la Corona por las trapazas de su padre, señor, ha sido gravísimo. Algunos pensamos que irreversible.

Recurrir a la imaginación

¿Qué puede hacer usted? Desde luego, no salirse de su papel constitucional, eso ni se discute. Pero justo por debajo de esa línea roja que marca la Carta Magna hay un espacio –por reducido que sea– que puede ser ocupado, si usted quiere, por la imaginación.

Está usted rodeado por funcionarios, ayudantes y consejeros que parecen tener más miedo que vergüenza, perdone V. M. que se lo diga. Sus discursos son anodinos, planos, incoloros, a pesar de lo bien que lee. La consigna parece ser que usted no dé un titular ni así le agarren del cuello. Alguno de sus edecanes parece haber inventado la “monarquía támpax”: que no se note, que no se mueva, que no traspase, como decía el viejo anuncio. Y eso es un error, señor. Usted es el jefe del Estado, no un florero. Usted es un símbolo, y los símbolos han de tener fuerza comunicativa, atractivo, poder de sugestión. Usted tiene que caer bien. Eso es parte esencial de su trabajo, pero sobre todo lo es en un país en el que los políticos, todos los políticos, echan al Rey sobre el tapete con más frecuencia que en una partida de tute. En ninguna otra monarquía del mundo sucede eso.

La reacción de Juan Carlos ante la 'Marcha verde'

Haga memoria, señor (si puede, porque cuando sucedió lo que voy a contarle tenía usted siete años). Lo primer que hizo su padre cuando le obligaron a ejercer por segunda vez de “jefe del Estado en funciones”, en noviembre de 1975, con Franco en plena agonía, fue meterse en un Falcon, que pilotaba él mismo, y plantarse en el Sahara a dar ánimos a los militares, que estaban padeciendo la famosa “Marcha verde” organizada por la serpiente de Hassan II. Todos los españoles que teníamos uso de razón pensamos aquel día lo mismo, asombrados: “¡Coooñó con el nuevo!”

Con gestos. Con viajes, con apoyos a muchas causas que lo necesitan, desde la covid maldita hasta el cambio climático. Con mensajes positivos, esperanzadores y desde luego frecuentes

Aquello era otra cosa. Era otro aire, otro dinamismo, otra manera de. Ya, ya sé que usted ahora mismo no podría hacer eso porque la Constitución no le deja, pero de ahí a estarse como le tienen, señor, viendo pasar los días de acto protocolario en acto protocolario, hay una distancia que me parece indispensable salvar. ¿Cómo? Con palabras, con otras palabras. Con gestos. Con viajes, con apoyos a muchas causas que lo necesitan, desde la covid maldita hasta el cambio climático. Con mensajes positivos, esperanzadores y desde luego frecuentes. Pregunte usted a su madre, señor, que de esto sabe un rato largo. Hable con Carlos Windsor, que está un poco chalado, para qué vamos a decir lo contrario, pero que lleva haciendo ese tipo de cosas desde hace años.

Pero algo tiene que hacer, señor. Piense V. M., que eso lo hace como muy pocos. Y si el Gobierno le pone pegas, que se las pondrá, insista. No se canse. Es lo mejor que puede hacer usted ahora mismo por la Corona… y por nuestro país. Decía Winston Churchill: “No le temo a la acción, solo a la inacción”.

Ánimo, señor. Un abrazo.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli