Opinión

Señor Sánchez, haga caso

No existe país democrático en el mundo en el que la memoria se instale sobre tales pilares deplorables

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el Rey Felipe VI saludan a su llegada al homenaje a Miguel Ángel Blanco

“No nos podemos permitir que haya generaciones que ignoren lo que pasó en esos dolorosos días de nuestra historia. Que no sepan cómo ni por qué unió nuestra conciencia colectiva. Sigamos pues perseverando para que lo vivido no caiga en el olvido, para que la unidad nos convoque en torno a nuestra historia reciente, para que el espíritu de Ermua nos recuerde cada día el valor de la paz, de la vida, de la libertad y de la democracia”. Rey Felipe VI. Ermua, 10 julio 2022.

Son las palabras perfectas, las que quedarán, pronunciadas por nuestro Rey en el polideportivo Miguel Ángel Blanco de Ermua un domingo soleado, con motivo de la conmemoración de los veinticinco años del secuestro y asesinato de esa víctima del terrorismo.

Son palabras incompatibles con la Ley de memoria democrática, que será aprobada hoy en el Congreso de los Diputados. Una ley que nace encanallada por el hecho de que es apoyada por Bildu, legatario de los terroristas que asesinaron a Miguel Ángel Blanco y a otras ochocientas cincuenta y seis personas. Es sencillamente inconcebible que una ley pueda nacer con tan infame apoyo, de los que jamás condenaron el terrorismo, y para colmo se pacte con ellos una disposición adicional decimosexta que extiende la sombra de lo que sucedió en España desde 1978 hasta diciembre de 1983, en plena democracia, ya con la Constitución aprobada por una aplastante mayoría del pueblo español, sin que figure a lo largo de todo el texto ni una sola razón que avale semejante dislate. Una ley de quienes se permiten afirmar que esa norma “pone en jaque el relato de la Transición”. De sus dirigentes, hoy de Bildu, ayer de Herri Batasuna o de la propia banda terrorista. Empezando por Arnaldo Otegui, condenado por terrorismo; o por Merche Aizpúrua, portavoz parlamentaria de Bildu, también condenada por terrorismo y también responsable del diario Egin, cerrado en su día por ser el órgano de propaganda del terrorismo; o por David Pla o Elena Beloqui, terroristas ellos, que hoy figuran en la cúpula de esa organización.

No hizo falta ninguna Ley de memoria; lo que hizo falta entonces, y se consiguió, fue la unidad de los españoles en torno a aquel objetivo de reconciliación y concordia, donde todos cabían

No, no hacía falta una Ley de memoria democrática pactada con Bildu, en la que ni una sola palabra se refiere al terrorismo. Qué tipo de memoria se pretende de la historia de España, en la que el terrorismo no figura. Sin esa ley todo estaba ya en la Transición, momento de reconciliación de los españoles; como estaba en la Constitución de 1978, viga maestra de nuestra unidad y de nuestra concordia. No hizo falta ninguna Ley de memoria; lo que hizo falta entonces, y se consiguió, fue la unidad de los españoles en torno a aquel objetivo de reconciliación y concordia, donde todos cabían y nadie resultaba proscrito. Hizo falta también la unidad de nuestras fuerzas políticas, a derecha y a izquierda, también se consiguió. Ahí estaba, obligadamente, también la condena tajante de la dictadura franquista y de sus crímenes. Sí, en palabras de Alfonso Guerra, la Constitución fue un “acta de paz”.

Por eso, si se mira esa Ley, produce una profunda amargura que esté suscrita por los legatarios del terrorismo. Los que siguen sin condenarlo, los que siguen sin colaborar para nada en el esclarecimiento de los trescientos setenta y nueve asesinatos que permanecen impunes. Los que están en nuestras instituciones “para tumbar el régimen”, según proclaman desvergonzadamente.

La memoria es necesaria para garantizar una convivencia basada en los valores compartidos por la ciudadanía. Por eso es imposible considerar que la Ley de memoria es positiva, cuando media Cámara está enfrente. Y es indiscutible que si la Ley nace lastrada con los apoyos de los legatarios del terrorismo, asistiremos a un retroceso. Pues es imposible avanzar en una convivencia con valores compartidos en esas condiciones.

Elaborar leyes así, con apoyos indeseables, sin ton ni son, es un disparate que atenta contra los elementales principios democráticos

Hay que preguntarse a qué viene hoy esa Ley, qué problemas supuestamente resuelve. Porque elaborar leyes así, con apoyos indeseables, sin ton ni son, es un disparate que atenta contra los elementales principios democráticos. Véase, no existe país democrático en el mundo en el que la memoria se instale sobre tales pilares deplorables. Será más división, más discordia, lo que esa Ley aportará.

Señor Sánchez, sería mejor que escuchara el clamor de la sociedad española contra esa Ley, incluyo a los socialistas históricos, que contribuyeron a hacer la Transición, que, en un reciente manifiesto de esta semana, recuerdan a Bildu como lo que es –“expresión actualizada de quienes, precisamente en esa época, utilizaban la violencia terrorista como método sistemático de actuación, con consecuencias dramáticas bien recordadas, sin que el citado grupo aún no haya formulado una condena expresa de aquellos crímenes”-. Y, en consecuencia, le piden que retire esa Ley, por el bien de todos, “con el fin de restaurar el necesario consenso en esta materia, pensando en el bien de nuestra convivencia y en el futuro de nuestra democracia”.

En todo caso, sea lo que sea que suceda hoy en el Parlamento, la inmensa mayoría hablaremos de memoria siguiendo las palabras de Fernando García de Cortázar, ese vasco y liberal recientemente fallecido que escribió como prólogo del imprescindible Vidas rotas: “Este es nuestro territorio moral. Y éstas son nuestras víctimas, nuestros héroes fundamentales, nuestras pulsaciones sobre las que late el sentimiento de tener algo fuerte en común. Defender a las víctimas del terrorismo es, en España, defender a las víctimas de una idea de la civilización y de una idea de la nación. Aquí se ha matado en masa por un concepto aberrante de patria. Y se ha matado, en un periodo más dilatado de tiempo, en nombre de un repudio de España, de un país al que se desea impugnar, destruir, negar. Nuestras víctimas pasan a ser, con sus nombres, con sus rostros, ejemplos vivos de una cultura, formas de llamar a nuestro país y a nuestra democracia. Que así sea”.

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