Opinión

El síndrome del charnego separatista

Cuando entran en conflicto el poder supremacista y una población perseguida, siempre hay miembros de esta última que sienten la tentación de colaborar con los verdugos

  • Un cartel de Bandera Negra.

El “síndrome de Estocolmo” refiere el caso de un secuestro (1973) con rehenes que duró seis días en dicha ciudad. Los rehenes, sobre todo Kristin Hehnmark, se identificaron de tal manera con sus captores que llegaron a sentirse más seguros con sus secuestradores que con la policía. Según el criminólogo Nils Bejerot, que acuñó el término poco después, las razones detrás de esa extraña identificación eran de tipo psicológico y obedecían al sentimiento de falta de control de su destino por parte del rehén, lo que lo lleva a idealizar al secuestrador como única persona que puede sacarle de esa tragedia, olvidando el pequeño detalle de que ha sido éste último el que la ha creado. Mientras, la policía le resultaría una gente extraña que no conoce, ajena por tanto a su posible control.

¿No está ocurriendo algo parecido en Cataluña? Cuando aparece un artículo, un post o un tuit sobre el problema catalán, suele surgir el comentario airado de alguna persona nacida en Cataluña, pero de origen de otra región de España, que no solo se manifiesta orgullosa de ser independentista, sino que asegura, con aparente sinceridad, que nunca se ha sentido inmigrante en Cataluña (¿gracias a ser independentista?) y que los únicos que la tratan con desprecio y la llaman charnega son los despreciables “españolazos”. ¿Es esto verdad o todo obedece a un nuevo síndrome?

El origen etimológico de ‘charnego’ está ligado al término ‘lucharniego’, que hace referencia al ‘perro de poco pedigrí de carácter nocturno’

Empecemos por el caso vasco. El término “maqueto” surge para denominar despectivamente a los inmigrantes del resto de España que fueron a trabajar a finales del siglo XIX como consecuencia del proceso de reindustrialización vasco, el cual continuó durante el franquismo. Sabino Arana exacerbará ese desprecio, acusándoles, en un artículo titulado “Nuestros moros”, de traer «la impiedad, todo género de inmoralidad, la blasfemia, el crimen, el libre pensamiento, la incredulidad, el socialismo, el anarquismo...»”. Esta impresión es recogida en el Manifiesto (Principios) de la I Asamblea de ETA, celebrada en mayo 1962, donde se hablaba expresamente de los “elementos extraños al País”, es decir los que no eran vascos de pata negra, a los que en un alarde de generosidad en la futura Arcadia feliz independiente se les toleraría, siempre que no fueran o se convirtieran en un obstáculo “para los intereses nacionales de Euskadi”. No se definía de qué manera se librarían de ellos, pero casi 900 asesinados y miles de heridos pueden darnos una pista.

En cuanto a Cataluña, el término “charnego” ha tenido siempre un contenido despectivo, dirigido igualmente a los inmigrantes que iban a trabajar a Cataluña porque esta región era más rica (también en tiempos de Franco) que la suya de procedencia. Su origen etimológico se relaciona con el término “lucharniego” que hace referencia al “perro de poco pedigrí de carácter nocturno”. Es cierto que, por puras razones estratégicas, Pujol optó por tratar de ganarse a ese grupo para la causa independentista consciente de que, dado su número, el independentismo nunca triunfaría por vías democráticas sin ellos. Esa misma estrategia se aplicó a los nuevos inmigrantes foráneos intentando que procedieran de países no hispanos.

En ambos casos no se trataba de ninguna política “sincera” de integración sino de mero cálculo estratégico “provisional”, hasta tanto los necesitaran. De hecho, el desprecio y la concepción despectiva-supremacista del que no es catalán de pura cepa continua vigente en el imaginario independentista y afecta a la vida diaria de miles de ciudadanos. Basten algunos ejemplos:

  • Las declaraciones del propio president Quim Torra en su artículo “La lengua y las bestias” donde decía que los catalanes que hablan español son “bestias que viven, mueren y se multiplican (…) miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeras, víboras, hienas. Bestias con forma humana, que destilan odio (…)”.
  • El relato propagandístico en las escuelas; el pasado lunes 28 de enero el partido Ciudadanos registró una pregunta en el Parlamento catalán en relación con el tratamiento en algunas escuelas de Lérida a los inmigrantes que llegaron a esa zona en los años 40 como “colonos que ocuparon los pueblos viniendo desde diferentes puntos del Estado”, señalándoles despectivamente añadiendo: “aún nos encontramos con un 25 por ciento de familias que aún utilizan el castellano para comunicarse oralmente a nivel familiar».
  • La procedencia de las familias que dominan el poder económico, político y social en Cataluña. Basta ver los apellidos de los diputados de partidos separatistas, nacionalistas o catalanistas (con algunas contadas excepciones) y compararlos con los apellidos de sus votantes a los que en teoría representan. Esto llega a todos los rincones de la sociedad. En octubre de 2018 Antonio Torres, excolegiado de fútbol en Sabadell, narró  en una entrevista a El Español sus dificultades para ser candidato a la Presidencia de la Federación de Fútbol Catalana: “El ser hijo de emigrantes supone un claro obstáculo para prosperar como candidato (…) Me hacen la vida imposible”.

Despierten de ese falso sueño: el charnego independentista nunca llegará a ser miembro de pleno derecho del club; se quedará en converso útil bajo sospecha

Entonces, ¿por qué, a pesar de ello, muchos descendientes de españoles se suman a un proyecto que trata de romper el país de sus padres, abuelos, bisabuelos…? Una primera respuesta sería porque es lo más fácil para “sentirse integrado” y salir de la presión que sufre el no-nacionalista, pero esto solo puede explicar parte del fenómeno, pues aunque la capacidad del ser humano para autojustificarse resulta ilimitada, nadie quiere verse a sí mismo/a como un comodón o como un cobarde. Hace falta por tanto “creerse” el discurso nacionalista que promete que si el charnego es bueno, habla catalán sin acento, y se convierte al dogma independentista será considerado como “uno de los suyos” con igual consideración y dignidad que un catalán de pata negra en el nuevo paraíso por venir, finalmente liberado de los malvados españoles.

Pero ¿es realmente sincero el sentimiento de camaradería que, por ahora, se les ofrece? ¿Están seguros de que una vez que ya no sean (¿tontos?) útiles (es decir conseguida plenamente la independencia) la inquisición nacionalista no los mirará con sospecha de falsos conversos? Una prueba de que algo huele mal en esa imagen de Arcadia feliz es que los charnegos independentistas se sienten forzados a ser más radicales y entusiastas que nadie, como si en realidad sospecharan que a poco que bajen el pistón de su pasión sus “supuestos” amigos nacionalistas podrían dudar de ellos. Cabe rememorar que la Inquisición en España nace en la Corona de Aragón (1479) y que tuvo a Ramón de Penyafort (y otros catalanes, valencianos y mallorquines) entre sus más activos defensores.

Charnegos

En realidad, nada nuevo bajo el sol. En situaciones donde entran en conflicto un poder dominante y supremacista frente a una población perseguida, siempre hay miembros de esta última que sienten la tentación de “colaborar” con los verdugos de sus antiguos amigos, familias o compatriotas, por puro instinto de supervivencia física o social. Existen ejemplos que están en la mente de todos. Pero conviene recordar que estas historias nunca salen bien, y que los verdugos, aunque se vistan de una seda cultural, verdugos se quedan, y nunca cumplen sus promesas. Despierten de ese falso sueño: el charnego independentista nunca llegará a ser miembro de pleno derecho del club independentista; como mucho se quedará en converso útil bajo sospecha.

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