Opinión

Siria: un terremoto con epicentro en Europa

La caída de Assad se sentirá en la piel de la Unión Europea como una urticaria incómoda

  • El líder islamista Al Jolani -


La caída de un dictador como Bashar al-Assad tiene implicaciones que van mucho más allá de las fronteras sirias y que repercutirán en Europa en breve. Desde 2011, Siria ha sido el escenario de una guerra civil que involucró a potencias internacionales como Rusia, Estados Unidos, Turquía e Irán, convirtiéndose en un tablero geopolítico complicado y peligroso.

Esta revolución en Siria podría desencadenar un “tsunami” regional y transatlántico, como los misiles.

No sería la primera vez que la caída de un líder autoritario provoca una reconfiguración masiva. El derrocamiento de Saddam Hussein en Irak en 2003, por ejemplo, desestabilizó toda la región, alimentó la expansión de grupos como ISIS y exacerbó las rivalidades sectarias.

El tsunami puede llegar lejos porque, a diferencia de las guerras africanas, este escenario está conectado directamente con la guerra que ocurre justo en medio de Europa. Israel ha adoptado una postura agresiva frente a los cambios en Siria, aprovechando inmediatamente que la retirada de Assad debilita la presencia de Irán, su principal enemigo. A quien Israel sabe que se le cierra un corredor clave. Aquí resuena la advertencia de Henry Kissinger: En Oriente Medio, cada solución es el inicio de un nuevo problema." La incertidumbre y el miedo al vacío de poder alimentan respuestas drásticas.

La invasión de Ucrania recuerda, en cierta medida, a la intervención soviética en Afganistán (1979-1989): un intento de preservar la influencia en su esfera tradicional que, paradójicamente, aceleró el declive de la URSS

Desde hace algún tiempo, para Putin esto de Siria no es asunto suyo y apenas declara que negociará (con quien tenga el poder) el manejo de las bases militares que conserva en Siria. Alguien tiene que avisarle que, al no tener capacidad de atender ese frente, también las perdió. Putin tiene gasolina para una sola guerra y ya eligió, o más bien no pudo elegir, y está peleando en el único lugar que puede.

Distinguir entre “la guerra de Putin” y “la guerra de los rusos” es clave. No es la guerra de todos los rusos, a pesar de la mano de hierro y la opresión disfrazada de batalla cultural de Putin. Su guerra refleja la obsesión de Putin por recuperar una versión idealizada del poder soviético. La invasión de Ucrania recuerda, en cierta medida, a la intervención soviética en Afganistán (1979-1989): un intento de preservar la influencia en su esfera tradicional que, paradójicamente, aceleró el declive de la URSS.

La proximidad de un cambio generacional extremadamente contrastante en Rusia es inminente y muy importante. La propaganda de Putin apela a un orgullo nacional profundamente arraigado en las generaciones mayores. Sin embargo, los más jóvenes, expuestos a una visión más global a través de internet y la cultura popular, podrían ser los que impulsen un cambio interno.

Esta tensión interna podría definirse por la frase de Vaclav Havel: “La verdad y el amor deben prevalecer sobre la mentira y el odio.” Aunque a corto plazo parezca improbable, las transformaciones históricas a menudo se gestan en el seno de estas fracturas.

Metafóricamente, Europa enfrenta crisis internas que ponen a prueba su unidad: la migración masiva, el auge de los populismos y la erosión de los valores democráticos.

Mientras tanto, la definición de China como un actor enigmático y desconcertante es acertada. Mientras que Occidente ha asumido que la modernización económica conduciría a la democratización, China ha demostrado lo contrario: un modelo autoritario que combina control estatal con avances tecnológicos. La estrategia china recuerda al concepto de “paz armada” (1871-1914): la calma que precede a la tormenta.

La Ruta de la Seda, por ejemplo, no solo es un proyecto económico sino un instrumento de influencia geopolítica que refuerza el poder chino en Asia, África y más allá. Kissinger, un profundo conocedor de la política china, advertía de que “China no es una nación en el sentido europeo. Es una civilización pretendiendo ser una nación.”

Mientras tanto, la imagen de una Europa potencialmente “bajo fuego” es poderosa y la caída de Assad se sentirá en la piel de la Unión Europea como una urticaria incómoda. Literalmente, Europa está siendo sacudida por la guerra en Ucrania, y esta guerra está conectada con lo que pase en Siria y lo que diga Trump. Pocas veces ha estado tanta Europa en tamaño peligro, con Alemania y Francia caminando sobre las brasas económicas y políticas que arden en sendas crisis.

Ebullición global

Esta guerra amenaza las fronteras europeas y cuestiona su capacidad de respuesta colectiva. Metafóricamente, Europa enfrenta crisis internas que ponen a prueba su unidad: la migración masiva, el auge de los populismos y la erosión de los valores democráticos.

La desinformación y el control de las narrativas globales son hoy herramientas tan importantes como las armas tradicionales. Vivimos un momento de “ebullición” global. Siria, Rusia, China, África y Europa están interconectados en una red de conflictos, cambios y desafíos. Este panorama recuerda las palabras de Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.”

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