Gime la gente en las calles. La multitud se apesara. No hay consuelo para nadie desde Vigo hasta Zahara. ¿Es la inflación? No, no no. ¿La guerra que amedrentara a toda Europa? Tampoco. ¿El ciclón que devastara media Florida? No es eso. ¿La angustia que nos depara el cómo pagar la luz? Es peor. Lo que acibara nuestra alegría y nos llena de lagrimones la cara es que le han puesto los cuernos a la beata Tamara. Un bigardo de postín, que juró llevarla al ara, andaba achuchando a otra huido en la noche clara. España viste de duelo y el Rey no se consolara ante afrenta tan ruin y vileza tan ignara. La Prensa se incendia entera, Jorge Javier se dispara y los ciudadanos todos –nada más les preocupara– se desviven y se angustian por los cuernos de Tamara. No hay consuelo, no hay consuelo. Ningún horror se equipara a esta desgracia tan grande que a todos nos desampara. En el tuiter lo vocea la desaforada piara: “Tamara, ¿quién eres tú? Si te llamaras Tamara habrías sacao las uñas pa desgraciarle la cara. Ni tú eres hija de nadie ni legítima Tamara”.
Hasta aquí el romance. Ustedes perdonen pero me daba coraje que se adelantase De Prada, que últimamente está muy inspirado con el ripio y sin la menor duda habrá sentido la tentación de poner esta historia en coplas. La glosa es fácil, creo yo. Lo mismo que la evidente pregunta: ¿Quién es esta mujer? ¿Por qué estamos todos hablando de ella?
Adelanto la respuesta: no lo sé. No lo entiendo. Esta señorita que ya va dejando de serlo tanto, porque ha cumplido los 40 (quizá de ahí vengan más males de los que parece), es hija de un señor bastante serio que sabía muchísimo de vinos y que hacía algunos de los mejores que pueden probarse por ahí. ¿Su madre? Pues su madre es una señora que poseyó espectacular belleza y que casó varias veces, con buenísima fortuna en todas ellas. Acabó haciéndose una figura indispensable en el lucrativo negocio de la moda, que es una forma de ganarse la vida (de ganársela muy bien) como cualquier otra.
Lista, lo que se dice lista, no lo es, no hay más que escuchar las cosas que dice y cómo las dice. Pero hay algo que domina: el arte de conseguir que todo el mundo hable de ella
Pero ¿y ella? ¿Y la hija, Tamara? Si se molestan en buscar su nombre el Google, verán que Wikipedia, por una vez, ha estado insuperable: “Tamara Falcó. Personaje de televisión”. Con eso está dicho todo. Personaje dice, ni siquiera persona. Luego añade que estudió, de joven, en Estados Unidos, donde adquirió un barniz en comunicación; y en Italia, donde “se formó” en moda. Y en la universidad del Opus Dei en Navarra, donde empezó un master en “Visual Merchandising”. ¿Ustedes saben lo que es el “Visual Merchandising? Pues yo tampoco.
Concluyamos: esta señora no sabe hacer gran cosa. Lista, lo que se dice lista, no lo es, no hay más que escuchar las cosas que dice y cómo las dice. Pero hay algo que domina: el arte de conseguir que todo el mundo hable de ella. Haga lo que haga. Que, como queda claro, tampoco es gran cosa, ¿eh?
Eso sí, ha participado en numerosos shows en diversas televisiones. Programas de todas clases: desde hacer cocinitas hasta juzgar si los concursantes cantan bien o mal (qué sabrá ella), o, sencillamente, aparecer, hablar, contar su cien veces repetida monserga de lo cristiana que es y lo santa y rezadora. Nada más. No tiene nada más que ofrecer que su propio vacío.
Vamos a ver. A todos nos han puesto los cuernos alguna vez, caramba. A todos nos la ha jugado el novio, o la novia, o el gato, o lo que fuera que tuviésemos cerca. Bien es verdad que no todos tenemos una madre solícita que, al día siguiente del anuncio de la boda (esto lo ha dicho la propia novia frustrada), haga llegar a los medios el vídeo con el Ivancito metiéndole rodilla a otra, lo cual es un delito de sabotaje, o por mejor decir de sabodaje, comparable a lo que han hecho los rusos con el oleoducto del Báltico. Y otra novedad: me cuesta creer que cualquiera de nosotros, cuando nos pusieron la cabeza como al padre de Bambi, nos hayamos puesto a rezar como desesperados a la Virgen de Medjugorje. Concretamente a la de Medjugorje, una de las más sospechosas (y lucrativas) “apariciones” de María. No le bastaba con una Virgen local, yo qué sé, Covadonga, el Pilar, la Almudena, la leonesa del Camino. Los negociazos de Garabandal o El Palmar de Troya (ya puestos a ser antisistema) debieron de parecerle demasiado vulgares. Nuestra socialité necesitaba exotismo, sí, pero elegante. Es ella. Es Tamara. Medjugorje.
Por eso me da tanta vergüenza ver ahora por todas partes a esta paisana sonreír a la cámara, supermaquillada de la muerte, diciendo las insustancialidades que dice siempre
Cuando a mí me ha dejado mi pareja o la he sorprendido crucificándome a cuernos, lo he pasado muy mal. Como cualquiera, imagino. En esos pocos pero terribles casos recurrí a la ayuda de los amigos, lloré mucho, me sentí muy solo y salí del trance maltrecho y desengañado, después de un largo y penoso duelo. También, supongo, como cualquiera. Por eso me da tanta vergüenza ver ahora por todas partes a esta paisana sonreír a la cámara, supermaquillada de la muerte, diciendo las insustancialidades que dice siempre, y con el mismo tono bobo y superficial: que ella no sabía nada, que si su madre, que si Medjugorje. Anda ya. Tiene uno todos los motivos para pensar que nada es cierto, que todo es otro montaje más, que en este estúpido y vulgar asunto hay mucho dinero de por medio. Ni que fuese la primera vez. Ese negocio no lo ha inventado ella. Pero está claro que lo domina.
Ahora repito la pregunta: ¿por qué rayos estamos todos hablando de los cuernos de Tamara? ¿Por qué es casi imposible encontrar un solo medio de comunicación que no cuente esta tontería, más repetida que el paso del agua bajo los puentes? ¿Por qué, en las redes sociales, son muchos cientos de miles las personas que están echando su cuarto a espadas sobre la cornamenta tamaresca, poniéndose ya a favor, ya en contra, como si su opinión tuviese la menor importancia, o como si la tuviese el propio asunto?
Pues quizá sea porque sí lo necesitamos. O muchísima gente lo necesita. Hace muchos siglos que existen los bufones, los saltimbanquis callejeros, incluso los juglares medievales, que llevaban las músicas de punta a punta de Europa, y lo hacían para entretener a la gente y lograr que olvidasen por un rato su miserable vida. Bien es cierto que aquellos bufones, payasos de fortuna, titiriteros y trovadores por lo menos sabían hacer algo que les proporcionaba unas pocas monedas. Ahora es al revés: la inanidad total está haciendo de oro a esta prójima.
Necesitamos que nos hagan reír, que nos cuenten cuentos, que nos distraigan, que nos emboben. Y nos dejamos embobar
Los cuernos de Tamara son a la realidad lo mismo que Belén Esteban es a la Real Academia Española o Macarena Olona a la política: un exotismo, una excrecencia, una broma más o menos pesada y pasajera que, como decía Delibes, “aligera la pesadumbre de vivir”. Divierte. El desmedido interés de innumerables marujos y marujas por estos cuernecicos de doña Friolera, tan irrelevantes en sí mismos, hace ver que lo estamos pasando mal y que albergamos la sospecha de que lo vamos a pasar peor. Ya es así, semana tras semana. Necesitamos que nos hagan reír, que nos cuenten cuentos, que nos distraigan, que nos emboben. Y nos dejamos embobar. Jorge Javier habla con Tamara y nosotros escuchamos. Díganme ustedes si no emboba eso.
Los cuernos de esta santa fingida han producido en cuatro días veinte veces más literatura que los que le puso Juan Carlos a la reina Sofía durante décadas, con contumacia, alevosía y variación de reparto. Estos sí tenían su trascendencia por su presunto carácter institucional, tan peligroso. Los de Tamara son puro birlibirloque. Del todo inofensivos, yo creo que incluso para ella. Por eso entramos todos al juego. Y porque Tamara vende mucho más que la reina Sofía y muchísimo más que la Virgen de Medjugorje, dónde va a parar. Es imposible averiguar por qué, pero vende.
Así que ya dejo de gruñir por esta historia y voy a ver si consigo unas declaraciones de Isabel Prisli,que es la que lo sabe todo de este enredo. Ya lo decía Julio César: “Si no les puedes vencer, únete a ellos”. Riamos hoy, que mañana quizá no tengamos de qué.