Secretario general, vicesecretario general, secretario de Organización, jefe de Gabinete… Los teodoros de la política han adoptado muy diversas apariencias, pero sus funciones siempre han sido básicamente las mismas: controlar férreamente el aparato y proteger al patrón. Los ha habido excelentes, buenos, regulares, malos y nefastos, con predominio de las dos últimas calificaciones. Incluso hubo épocas en las que en los vértices de los partidos no había un solo teodoro. En el viejo PSOE llegaron a repartirse tan ambicionado cometido un andaluz, un catalán y un vasco, y durante un tiempo no les fue del todo mal. El mayor peligro se corre cuando se concentra el poder en unas solas manos. Es en ese supuesto cuando se cometen los grandes disparates; cuando el subalterno acaba haciendo un uso erróneo de la autoridad delegada y cae en la doble tentación de ocupar todo el espacio, incluso el que no le corresponde, y sobreproteger al líder.
El teodoro eficiente es el que ejerce su trabajo con discreción y aprovecha todas las sinergias que pueden beneficiar a su jefe de filas; el funesto es aquel que sitúa por delante de la inteligencia crítica la ortodoxia partidaria, llegando a utilizar esta como argumento principal para exigir lealtades tan artificiales como baldías. El teodoro útil es el que reúne alrededor del líder a los mejores, el que toma riesgos, el que abre las puertas a los no convencidos; el inepto es ese otro que usa sistemáticamente el principio de autoridad como dique contra la influencia externa, el que recluye al candidato en una campana neumática, el que debilita a los demás para preservar sus privilegios.
Hay varios tipos de teodoros. El teodoro útil abre las puertas a los no convencidos; el inepto es ese otro que sobreprotege al candidato y debilita a los demás para preservar sus privilegios
Aunque pueda parecer lo contrario, ni el único teodoro que se puede dar por aludido con lo hasta ahora dicho es Teodoro García Egea, ni el actual secretario general del Partido Popular es la exclusiva fuente de inspiración de las anteriores reflexiones. Iván Redondo acabó siendo un apparátchik atípico y bastante inepto; y en Ciudadanos o Unidas Podemos hay ejemplos mucho más desastrosos que el del lugarteniente de Pablo Casado. El problema del murciano, lo que le convierte en objeto de especial rastreo informativo e inevitable causa de críticas y comentarios, es que el futuro del Partido Popular, la posibilidad de que de la expectativa el PP pase a ser una alternativa real de gobierno, depende hoy, en una porción no desdeñable, de sus errores y aciertos.
La figura de García Egea fue determinante para que Casado ganara la batalla abierta tras la dimisión de Mariano Rajoy. Conviene no olvidar este dato, y a buen seguro el que más presente lo tiene es el propio Casado. Ciertamente, desde que ocupa la secretaría general del PP, el político de Cieza ha apagado algunos fuegos y manejado con determinación y no poca habilidad ciertos contratiempos. Murcia, por ejemplo. Hasta no hace mucho, solo un puñado de ilustres, entre los que sobresalía Cayetana Álvarez de Toledo, cuestionaba la gestión de García Egea. Pero eso ha cambiado. Empezó a cambiar justo antes de las elecciones del 4 de mayo en Madrid y, a fecha de hoy, tras el descabellado enfrentamiento con Isabel Díaz Ayuso, la negligente torpeza demostrada en el proceso de renovación del Tribunal Constitucional y las insólitas maniobras destinadas a torcer los planes del presidente de Andalucía, la situación de don Teodoro es, como poco, dudosamente disculpable.
Ayuso no es la Thatcher, sino la Reagan española, un fenómeno de momento imparable contra el que los burócratas de la política no tienen la menor posibilidad
Isabel Díaz Ayuso no tiene demasiado que ver con Margaret Thatcher. Como certeramente ha apuntado la diputada Pilar Marcos, Ayuso no es la Thatcher, sino la Reagan española, un producto político directo, inteligible y transversal que conecta con todas las capas sociales; un fenómeno de momento imparable contra el que los burócratas de la política no tienen la menor posibilidad; una apisonadora a la que te subes en marcha o frente a la que corres el riesgo de morir aplastado. Y es del género tonto mandarle a Sol una fotocopia de los estatutos para que pare los motores. Puedes pedirle que te reserve el asiento del acompañante, incluso que cuando llegue el momento, tu momento, te deje conducir; lo que no puedes hacer es ponerte enfrente y pedirle que cambie bruscamente de sentido.
O te subes a ese carro, Pablo, o te quedas atrás. Tú, que abominaste de Abascal, vas a depender mucho más de Vox que Ayuso. Y sin el apoyo entusiasta de ésta, Pablo, no vas a tener nada fácil gobernar. Peor aún: si por causa de este incomprensible enfrentamiento, Pablo, no gobiernas a la primera, ya no tendrás una nueva oportunidad. Nadie de los tuyos te va a perdonar que te hayas puesto de perfil, que hayas desaprovechado esta oportunidad, que la ofuscación infantil de un sanedrín incapaz de interpretar correctamente la realidad termine por hacer imposible el muy saludable hábito de la alternancia política. Quizá, Pablo, has infravalorado a un Sánchez que ha laminado a sus teodoros, o los ha convertido en peones obedientes e inofensivos al servicio del líder y del partido. Quizá, Pablo, lo que ocurre es que cada día que pasa sin que tomes cartas en el asunto, es que el PP cada vez se parece menos a ti y más a tu particular Teodoro.
La postdata: el juicio de Laura Luelmo y las restricciones a la información
Transcribo a continuación la reflexión de quien fuera durante tres décadas jefe de Prensa del Consejo General del Poder Judicial, Agustín Zurita, que comparto plenamente, acerca de una polémica decisión que sienta un preocupante precedente y afecta al derecho que tienen los ciudadanos a una información libre y veraz:
“La decisión de celebrar a puerta cerrada todas las sesiones del juicio por el asesinato de Laura Luelmo es una preocupante resolución que afecta medularmente al derecho constitucional a una información plena y veraz, del que son titulares no los periodistas, sino todos los ciudadanos. Existen en nuestro ordenamiento jurídico mecanismos procesales para hacer compatible el derecho a la intimidad y la protección de las víctimas por ejemplo con el principio constitucional de publicidad de las actuaciones judiciales. Es fundamental que los medios ofrezcan una información veraz y responsable, alejada del sensacionalismo, pero no puede hurtarse a la sociedad el acceso a esa información”.