• El expresidente de EEUU, Donald Trump -

Donald Trump declaró este martes ante un tribunal de Miami que le acusa de haberse apropiado de documentación clasificada y retenerla durante año y medio. Como era previsible, sus partidarios y sus detractores se dieron cita en la puerta del juzgado, pero la cosa no fue a mayores. Antes de prestar declaración estuvo en Doral, una ciudad del área metropolitana de Miami donde tiene un campo de Golf, el Trump National Doral Miami. En Doral la comunidad venezolana es muy numerosa, de ahí que los miamenses lo conozcan como Doralzuela. Tras pasar por el juzgado se dejó caer por el café Versalles, epicentro del exilio cubano en la conocida como Pequeña Habana. Todos los movimientos los hizo calculados porque, no lo olvidemos, Trump lleva seis meses en campaña y quiere acumular tantos minutos de televisión como sea posible.

Muchos estadounidenses ven en esto una operación política contra un adversario orquestada desde la misma Casa Blanca. Esto en plena precampaña electoral es dinamita

El caso que se juzga en este tribunal de Miami es conocido. Hace unos meses, en agosto del año pasado, el FBI irrumpió en Mar-a-Lago, la residencia que Trump tiene en Florida, en la localidad de Palm Beach, para incautar una serie de documentos que Trump se había llevado de la Casa Blanca. Mar-a-Lago es una mansión de estilo español que compró hace casi 40 años y que durante su presidencia utilizó como segunda residencia durante largos periodos. Cuando abandonó la presidencia en enero de 2021 obraban en su poder muchos documentos confidenciales que tenía allí guardados. Nada especial. Dado que no quería utilizar Camp David, en Maryland, (la quinta de recreo de todos los presidentes desde que lo construyese Franklin Delano Roosevelt), una parte considerable de la documentación se la llevó a Florida para tenerla a mano. Pero esos documentos, algunos muy sensibles ya que afectan a la seguridad nacional, tenían que devolverse a la administración federal. El equipo de Trump reintegró una parte, la otra fue intervenida por el FBI en agosto. Ese es el origen de este caso.

La acusación le viene de un fiscal especial llamado Jack Smith que actúa a instancias del fiscal general Merrick Garland, nombrado por Biden en marzo de 2021 para sustituir a William Barr. En EEUU el fiscal general es parte del Gobierno, se acerca a lo que nosotros entenderíamos como ministro de Justicia. En origen, de hecho, no había departamento de Justicia, hasta después de la guerra civil para dotar de un organismo mayor al fiscal general, una figura que está ahí desde los orígenes del país con la constitución de 1789.

Habida cuenta de que Garland es miembro del Gabinete, muchos estadounidenses ven en esto una operación política contra un adversario orquestada desde la misma Casa Blanca. Esto en plena precampaña electoral es dinamita. Trump anunció que se presentaría a las primarias en noviembre, Biden hizo lo propio a finales de abril. De ahí que sea imposible separar el componente político de la causa judicial propiamente dicha.

La acusación en sí consiste en 37 cargos relacionados con la gestión de documentación clasificada. Treinta y uno de los cargos son por violar la Ley de Espionaje de 1917 que especifica que es ilegal retener deliberadamente información relativa a la defensa nacional. En principio parece un caso limpio. Trump retuvo de forma deliberada esta información durante 18 meses, tuvo que ser el FBI el que se la arrancase de las manos en una operación especial. Pero Trump no es el director de la CIA o el de Seguridad Nacional, Trump fue presidente, por lo que puede colarse por algunos resquicios legales. Hay una ley, la de Registros Presidenciales, que permite en ciertas circunstancias a los presidentes acceder a documentos una vez han dejado el cargo. A eso mismo se está agarrando su defensa.

Trump se ha convertido una vez más en su peor enemigo. Esto no habría ido a ninguna parte si hubiera devuelto los documentos en su momento

En los seis cargos restantes se le acusa de obstruir la acción de la Justicia ya que, cuando el FBI reclamó esa documentación, no la entregó. Le acusan de haberla aireado de forma insensata ante extraños y de no tenerla debidamente custodiada. Una parte se encontraba en el escenario del salón de baile y otra en el sótano de la mansión, justo al lado de la lavandería. Una parte de esos documentos fueron mostrados a terceros e incluso Trump indicó a sus asistentes que los escondiesen o los destruyesen para que el FBI no diese con ellos.

Como es habitual, Trump se ha convertido una vez más en su peor enemigo. Esto no habría ido a ninguna parte si hubiera devuelto los documentos en su momento. Pero los retuvo durante un año y medio a pesar de que se los habían solicitado. ¿Para qué quería esa documentación repartida por varias cajas en distintas partes de su mansión? Obviamente para nada, pero ahí la tuvo con objeto de echar un pulso y fastidiar al FBI.

Trump no ha sido el único que ha retenido información confidencial. A Biden también le encontraron documentos de este tipo en su casa de Delaware. Los documentos datan de cuando fue vicepresidente entre 2009 y 2017. La tenía en el garaje en unas cajas depositadas junto a su Corvette, pero al advertir que estaban ahí las devolvió voluntariamente, algo parecido pasó con Mike Pence. Por la mesa de un presidente o un vicepresidente pasan miles de papeles, muchos de ellos acaban repartidos entre las residencias oficiales y sus domicilios privados. Al dejar el cargo parte de esos papeles quedan desperdigados, especialmente si el presidente o el vicepresidente han trabajado mucho fuera de los edificios oficiales.

Todo se antoja una operación política de altos vuelos. Poniendo a Trump en el centro se silencia a todos sus competidores dentro del partido y, ya de paso, se evitan incómodos debates sobre el mandato de Biden

Lo que si fue más grave fue lo de Hillary Clinton, que, cuando era secretaria de Estado, tenía almacenados en un servidor situado en el sótano de su casa miles de correos electrónicos con información sensible o directamente reservada a unos pocos ojos. El director del FBI, James Comey, dijo en 2016 que fue muy descuidada en la gestión de esa información, parte de la cual estaba clasificada. Concretamente unos 2.000 correos que se almacenaban ahí fueron categorizados como confidenciales y ocho de ellos de alto secreto. Comey lo investigó, pero Clinton no fue encausada ya que se consideró una simple imprudencia.

Este es el contexto político del último juicio de Trump. El fiscal especial Jack Smith podría haber terminado su investigación con un informe que detallase el alcance de la imprudencia de Trump y explicara qué secretos podría haber expuesto. Pero la cosa no va por ahí. Todo se antoja una operación política de altos vuelos. Poniendo a Trump en el centro se silencia a todos sus competidores dentro del partido y, ya de paso, se evitan incómodos debates sobre el mandato de Biden, que ha estado lleno de sombras que los demócratas prefieren sacar a la luz.

Aunque el recorrido político de todo esto es incierto, los republicanos que están cansados ​​de Trump podrían ponerse de su lado porque ven la acusación como un nuevo complot demócrata para encarcelarle. Así que nos podríamos encontrar con que, si los republicanos ganan las elecciones del próximo año, y, no digamos ya, si lo hace Trump, sus partidarios exigirán que Biden sea el próximo en pasar por el juzgado.

Pero no nos precipitemos. Lo que tenemos ahora es un caso que no sabemos hasta donde llegará. Durante un tiempo pondrá todas las miradas encima de Trump y eso es exactamente lo que quieren tanto el propio Trump como los demócratas. El acusado preferiría no verse metido en esto, pero ya que está lo va a utilizar como combustible para la campaña. Su reclamo principal hoy es ese mismo. Los que simpaticen con el Partido Republicano tienen que apoyarle porque él es la única defensa que tienen frente a Biden y al llamado Estado profundo. Para los demócratas esto es un regalo. Están persuadidos de que Biden volverá a ganar las elecciones, aunque las encuestas dan un resultado muy ajustado entre ambos, de uno o dos puntos de diferencia, es decir, mucho menos que en 2020, cuando Biden sacó a Trump cuatro puntos y medio.

Durante sus cuatro años de mandato no hizo más que entregarles balas a sus rivales, la última la del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021

Pero podría suceder que este caso lo que haga es desinflar a Trump. Los votantes de las primarias republicanas podrían replantearse su voto. Lo que hizo no estuvo bien, fue una imprudencia salpimentada de soberbia y arrogancia. Su abogado afirma que tenía derecho a conservar los documentos en virtud de la Ley de Registros Presidenciales, pero una vez que le reclamaron esos documentos, su obligación era saber que incurría en un delito si los ocultaba o retrasaba su entrega. Si el fiscal está en lo correcto eso es precisamente lo que hizo.

Por lo demás, la verdadera especialidad de Donald Trump es autosabotearse. Es cierto que le han atacado sin tregua, unas veces con razón y otras sin ella, pero ha prestado muy a menudo una inestimable ayuda a sus enemigos. Durante sus cuatro años de mandato no hizo más que entregarles balas, la última la del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Si hubiera aceptado los resultados de las elecciones de 2020, ahora podría llegar a las primarias y llevarse de calle la nominación, pero no ha hecho más que complicarse las cosas. No harían mal los republicanos en aprender de esta. Si quieren derrotar a los demócratas, a la prensa y a una administración abiertamente hostil, deberían nominar a un candidato que sea firme en sus convicciones, pero que también lo suficientemente inteligente como para no crearse sus propias trampas.

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