Opinión

Trump o el caos

Podríamos estar presenciando la mayor destrucción de marca de la historia

  • El presidente de EEUU, Donald Trump -

La política exterior de los últimos presidentes de Estados Unidos no ha sido la mejor. Desde tiempos de George Bush da tumbos. Parece como si no terminasen de encontrar su sitio. Desde un punto de vista histórico tiene su razón de ser. EEUU se convirtió en la primera potencia mundial al acabar la segunda guerra mundial. Durante las siguientes cuatro décadas su razón de ser fue servir de contrapeso a la Unión Soviética y al bloque del este, que tuvo etapas muy expansivas. A principios de los 80 aproximadamente un tercio de la humanidad vivía en repúblicas populares de partido único y economía planificada. EEUU tenía una misión y de mejor o peor manera la cumplió. Al desaparecer la URSS en 1991 se encontraron como única superpotencia digna del tal nombre. La Unión Soviética había dejado de existir y en su lugar surgieron 15 repúblicas débiles y muy pobres. Algunas como las Bálticas se integraron en Occidente sin demasiados problemas, otras como las del centro de Asia mantuvieron su vínculo con la Federación Rusa y otras como Moldavia, Ucrania o Georgia quedaron en un incómodo limbo del que no han conseguido salir. El hecho es que en la década de los 90 el poder de EEUU era incontestable.

La retirada de Afganistán

Ya con el nuevo siglo y a raíz de los atentados del 11-S en la Casa Blanca articularon una política exterior mucho más asertiva. Se metieron en dos avisperos: el de Afganistán y el de Irak. En ambos casos el objetivo era un cambio de régimen que no funcionó. La llegada de Obama parecía poner fin a aquello, pero no fue así del todo. Puso fin a lo de Irak, pero no a lo de Afganistán. Pero en aquel entonces muchas cosas habían cambiado. China había emergido como superpotencia y la Rusia de Putin exigía su espacio bajo el sol. Obama más que crearse problemas en materia exterior, se los encontró y a menudo no supo darles la respuesta adecuada. Algo similar le sucedió a Trump en su primer mandato y a Biden, que fueron a remolque de los acontecimientos y sin saber muy bien cuál era el papel que se esperaba que desempeñasen. La metáfora más ilustrativa de esta confusión es la retirada precipitada y caótica de Afganistán en agosto de 2021, una retirada acordada por Trump y que Biden llevó a término.

 

Parece que la segunda edición de Trump viene cargada de novedades en materia exterior, es, de hecho, una nueva política exterior en toda regla que rompe con todo lo anterior e inaugura una nueva era. Trump lleva apenas 50 días en la Casa Blanca y solo conocemos las intenciones salpimentadas por una serie de declaraciones y movimientos que son un tanto preocupantes, al menos para el bloque occidental, en el que hay que incluir, aparte de Europa, a Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur y Taiwán.

Muchos se preguntan qué diablos está pasando, qué ocurre dentro de la mente de Donald Trump y de su equipo de asesores más cercano. ¿Por qué están haciendo esto?, ¿qué pretenden conseguir?, ¿qué riesgos tiene todo esto?

Si te rodeas de una cámara de eco sólo escucharás tus propias palabras. La falta de oposición interna fue la que provocó que Mao Zedong se metiese en el desastroso «Gran Salto Adelante» que costó la vida a 40 millones de personas, o la que hizo posible que Adolf Hitler declarara la guerra al resto del mundo abriéndose frentes por todas partes

Para tratar de entenderlo debemos ir primero a la gente que rodea al presidente. Ese círculo es importante. Es el que más tiempo pasa junto a él, el que prepara los informes, el que le susurra al oído. El día tiene 24 horas para todos, también para el presidente de EEUU, por lo que debe contar con gente que haga mucho trabajo por él y luego se encargue de dárselo digerido en informes breves y concisos. Antes de dar un paso importante, una persona con responsabilidad solicita un informe en el que se detallen los pros y los contras, los riesgos y los beneficios. Esto lo hace desde el director general de una empresa hasta el presidente de EEUU.

Por lo que sabemos, Trump se ha rodeado en este mandato de gente ciegamente leal, dependientes por completo de él y, en algunos casos, tipos moldeables y carentes de principios. Si te rodeas de una cámara de eco sólo escucharás tus propias palabras. La falta de oposición interna fue la que provocó que Mao Zedong se metiese en el desastroso «Gran Salto Adelante» que costó la vida a 40 millones de personas, o la que hizo posible que Adolf Hitler declarara la guerra al resto del mundo abriéndose frentes por todas partes. La falta de oposición interna fue la responsable de que Bush invadiese Irak en 2003. Si quieres tomar malas decisiones fíate solo de tu instinto y desprecia por sistema a los que te aconsejan lo contrario, mejor aún, no los tengas ni cerca y rodéate de lacayos. Eso es lo que parece que pulula ahora por el despacho oval. Nadie contradice a Trump, nadie le limita, empezando por su círculo cercano, continuando por los congresistas y terminando en el movimiento MAGA, que cada vez se parece más a una secta dispuesta a tragar con todo lo que dice su líder.

La política internacional es muy competitiva porque hay muchos actores. A los Estados les conviene tener gran variedad de socios, y que, entre esos socios, algunos sean buenos amigos. Junto a eso no hay que tener demasiados enemigos. Una política exterior exitosa es aquella que maximiza el apoyo que se recibe de otros y minimiza el número de oponentes a los que se contiene. Estados Unidos ha tenido un éxito notable al conseguir el apoyo de aliados importantes en otras partes del mundo. Un ingrediente clave de ese éxito fue no actuar con excesiva agresividad ni beligerancia, a pesar de tener un aplastante poder militar. Echemos un vistazo hacia atrás. La España de los Habsburgo, la Francia de Luis XIV o la de Napoleón, la Alemania del Káiser, la Unión Soviética o la China maoísta adoptaron un comportamiento belicoso y amenazante que animó a sus vecinos y a otros a unir sus fuerzas contra ellos. Todas las grandes potencias juegan duro en ocasiones, pero una gran potencia inteligente evita la oposición innecesaria. En eso los británicos del siglo XIX fueron muy inteligentes. Todos les temían, pero ninguno les odiaba a muerte.

Trump ignoró las reiteradas advertencias de economistas de todo el espectro político e impuso una serie de aranceles (extrañamente elaborados y adjudicados) a una larga lista de aliados y adversarios. El veredicto de Wall Street sobre la ignorante decisión de Trump fue instantáneo

Trump no está actuando de esa manera. En dos meses y medio él y su Gobierno han insultado una y otra vez a sus aliados más cercanos, que son los europeos y los hispanoamericanos. Ha amenazado con confiscar territorio de dos de ellos, Dinamarca y Panamá, y ha provocado peleas innecesarias con Colombia, México, Canadá y otros países. Trump y J.D. Vance han intimidado públicamente a Volodímir Zelenski en el Despacho Oval y, actuando como vulgares mafiosos, siguen empeñados en que Ucrania ceda derechos mineros a cambio de un armisticio que Rusia se niega a firmar. Entretanto, con bombo y platillo, han desmantelado la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), se han retirado de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y ha dejado meridianamente claro que el gobierno de la mayor economía del mundo ya no está interesado en ayudar a los países en desarrollo.

La semana pasada puso la guinda del pastel. Trump ignoró las reiteradas advertencias de economistas de todo el espectro político e impuso una serie de aranceles (extrañamente elaborados y adjudicados) a una larga lista de aliados y adversarios. El veredicto de Wall Street sobre la ignorante decisión de Trump fue instantáneo. Esta decisión descabellada no fue una respuesta a una emergencia, fue una herida autoinfligida que empobrecerá a millones de estadounidenses aunque solo tengan una sola acción.

Las consecuencias geopolíticas no serán menos importantes. Por más que haya dejado en suspenso esos aranceles, algunos Estados ya están tomando represalias similares, lo que aumenta aún más el riesgo de una recesión global, pero incluso los países que no contraataquen intentarán reducir su dependencia del mercado estadounidense y comenzarán a buscar acuerdos comerciales por su cuenta sin contar con Estados Unidos.

La guerra comercial la justifica sobre el nacionalismo. A Trump le gusta presentarse como un ferviente patriota, pero no parece advertir que otros países también tienen sentimientos nacionales igualmente fuertes. Cuando Trump menosprecia a los líderes de otros países o amenaza con quedarse con partes de su territorio, genera un gran resentimiento. Los políticos de estos países están descubriendo que enfrentarse a él les hace mucho más populares en casa. La postura chulesca hacia Canadá ha enfurecido a los canadienses. Han resucitado el Partido Liberal porque el ex primer ministro Justin Trudeau y su sucesor, Mark Carney, han jugado la carta del nacionalismo con gran éxito. Una consecuencia inmediata es que menos canadienses quieren visitar Estados Unidos, y su gobierno también trata ahora de firmar acuerdos económicos y de seguridad con otros países, especialmente los europeos. Se necesita un nivel notable de ineptitud para poner a un vecino amigo como Canadá en contra, pero Trump lo ha conseguido.

No se da cuenta de que en nuestro mundo las instituciones que rigen las relaciones entre los estados se diseñaron con los intereses estadounidenses en mente, y que estos acuerdos suelen remar a su favor. Romper las reglas o retirarse de organizaciones internacionales facilita que otros países las pongan a funcionar a su favor

Algo similar le ha sucedido con su desprecio continuo por las normas. Las superpotencias saben que las reglas e instituciones internacionales les beneficias porque sobre esas reglas han construido su poderío. A esas reglas se acogen los actores menores en busca de previsibilidad. Las grandes potencias reescribirán o desafiarán las reglas cuando sea necesario, pero hacerlo con mucha frecuencia o de forma caprichosa obligará a otros a buscar socios más fiables. Los Estados que se ganan la reputación de infringir las normas como Irán, Corea del Norte o el Irak de Saddam Hussein pasan a ser unos apestados y, como tales, marginados.

Trump parece no entender nada de esto. Cree que las instituciones y normas internacionales son simplemente restricciones molestas al poder estadounidense. Cree que la imprevisibilidad desequilibra a otros Estados y fortalece su influencia. No se da cuenta de que en nuestro mundo las instituciones que rigen las relaciones entre los estados se diseñaron con los intereses estadounidenses en mente, y que estos acuerdos suelen remar a su favor. Romper las reglas o retirarse de organizaciones internacionales facilita que otros países las pongan a funcionar a su favor.

Fama de poco confiable

Además, ser impredecible perjudica a las empresas, que no pueden tomar decisiones de inversión adecuadas si el parecer en la Casa Blanca cambia de la noche a la mañana. Si te ganas la fama de poco confiable cuesta mucho quitársela. Eso le sucede a las personas y también a los países. Nadie presta un céntimo al Gobierno cubano porque no lo va a recuperar, nadie se fía de Vladimir Putin porque va a prometer una cosa y hará la contraria.

EEUU ha sido siempre un actor fiable, incluso cuando todavía no era la superpotencia que es hoy. Convertirse en un Estado poco de fiar y traicionero va contra el fondo mismo de su poder e influencia. En el mundo contemporáneo, el poder económico, las capacidades militares y el bienestar de la población dependen, ante todo, del conocimiento. La ventaja científica y tecnológica de Estados Unidos es la principal razón por la que ha sido la economía más fuerte del mundo durante décadas, y por la que su poderío militar ha sido tan formidable. La necesidad de un buen sistema de investigación explica por qué China invierte billones de dólares en este sector y ha creado un número tan grande de universidades y organizaciones de investigación de primer nivel. EEUU debe seguir fomentando el conocimiento y atrayendo talento y cerebros si quiere seguir en el primer puesto.

Es probable que algunos científicos residentes en Estados Unidos emigren a países donde su trabajo aún reciba el apoyo y el respeto adecuados. Eso impacta directamente en la economía y también en la imagen exterior que proyecta el país, que pasa de ser atractivo y ejemplar a desagradable y desleal

¿Qué está haciendo Trump? Aparte de nombrar a personas sin conocimientos científicos en puestos importantes del gobierno como el caso de Robert Kennedy , ha declarado la guerra a instituciones que impulsan la creación de conocimiento y el progreso científico en Estados Unidos desde hace décadas. No son ya los ataques que realiza continuamente contra universidades como Columbia, Harvard, Princeton o Brown, es que su Gobierno también ha clausurado el Centro Internacional de Académicos Woodrow Wilson, está purgando el Departamento de Salud, vaciando la Fundación Nacional de Ciencias y ha amenazado con retener miles de millones de dólares en fondos para investigación médica. ¿El resultado? Se están cerrando programas de investigación científica y se han recortado los programas de doctorado, lo que significa que el país tendrá menos investigadores cualificados en áreas importantes en el futuro. Los científicos extranjeros buscarán otros destinos, y la capacidad de Estados Unidos para atraer a las mentes más brillantes para que estudien y trabajen allí será mucho menor. De hecho, es probable que algunos científicos residentes en Estados Unidos emigren a países donde su trabajo aún reciba el apoyo y el respeto adecuados. Eso impacta directamente en la economía y también en la imagen exterior que proyecta el país, que pasa de ser atractivo y ejemplar a desagradable y desleal.

Sobre estos mimbres no se puede construir grandeza alguna, pero lo que les quede de eso mismo será destruido. Es algo en lo que coincide prácticamente cualquier observador bien informado. Estar a la cabeza del mundo implica una serie de responsabilidades que Trump ha confundido no ya con obligaciones, sino con cargas odiosas de las que se quiere desprender sin que eso le suponga coste alguno. La reputación de Estados Unidos, cimentada sobre sus ideales y forjada durante dos siglos, es la mayor marca geopolítica jamás creada. Podríamos estar presenciando la mayor destrucción de marca de la historia. El tiempo, no mucho, la verdad, se encargará de ponerle en su sitio.

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