Opinión

El turno de Taiwán

Mantener a Taiwán en el lado del mundo libre es fundamental. Pero eso requiere que EEUU se comprometa abiertamente con su defensa

  • Nancy Pelosi (L) en Taiwán

Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, aterrizó en Taipéi esta semana ocasionando un revuelo considerable. Pelosi no había cruzado el Pacífico para visitar Taiwán, sino Kuala Lumpur y Singapur. La escala en Taiwán era una posibilidad, pero no estaba claro si al final lo haría. Pelosi, que tiene 82 años y lleva en política desde hace más de cuarenta, es muy crítica con el Partido Comunista chino desde siempre y defendió su visita como un gesto para defender la democracia en el mundo.

Joe Biden que, aparte de presidente, es compañero de partido de Pelosi, no lo ve tan claro. Que la presidenta de la Cámara de Representantes (tercera en el orden de sucesión presidencial) visite Taiwán según están las cosas en el resto del mundo lo único que puede conseguir es ponerle problemas nuevos sobre la mesa. Pero en EEUU la división de poderes entre el ejecutivo y el legislativo se respeta de forma escrupulosa y el presidente no puede impedir que un representante visite un país extranjero en tanto que no trabaja para él.

De esta visita se viene hablando desde que se filtró hace lo menos dos meses, pero estaba en el aire si se iba a llevar a cabo o no. A la Casa Blanca no le parecía bien en la coyuntura actual con la guerra en Ucrania y las materias primas por las nubes. En junio Biden se tuvo que comer una llamada telefónica de dos horas que le hizo Xi Jinping amenazándole con serias consecuencias. Biden encogió lo hombros y trató de explicar al presidente chino que él no puede hacer nada, que aquello es una democracia y no puede impedir que los congresistas viajen a donde les venga en gana. Esto a Xi Jinping, un hombre de partido, hijo de un revolucionario caído en desgracia durante la revolución cultural, le tiene que desesperar. En China el partido es el Estado y el Estado el partido. Lo que diga el jefe del partido es incuestionable.

Luego hay otro elemento importante a tener en cuenta. Pelosi no estaba visitando Moscú, Teherán o Caracas (que podría hacerlo si la invitan y acepta la invitación), sino un país amigo con el que EEUU está comprometido en su defensa. Pocos países en el mundo son tan proestadounidenses como Taiwán a pesar de que no existe oficialmente relación diplomática con EEUU desde 1979, cuando Carter dio un giro de 180 grados para establecer relaciones completas con la República Popular China. Eso no obstó para que la amistad y las relaciones económicas se mantuviesen. La relación política entre EEUU y Taiwán se fundamenta en las llamadas Seis Garantías adoptadas en 1982 por el Congreso y que todos los presidentes han hecho suyas. La sexta garantía dice textualmente: “EEUU no reconocerá formalmente la soberanía china sobre Taiwán”.

Quieren convertirse en una gran potencia con presencia militar global pero frente a sus costas se alza una cadena de islas controlada por EEUU desde el final de la Segunda Guerra Mundial

A esta última garantía se acogen los taiwaneses. Saben que si China intentase anexionarse la isla tendría que vérselas con EEUU, una potencia que sobre el mapa parece muy lejana (de Taiwán a California hay casi 11.000 km), pero que en la práctica no lo está tanto. EEUU tiene bases en Japón (120 con 55.000 efectivos), en Corea del Sur (73 con 26.000 efectivos), a lo que hay que sumar otras 5 bases en Filipinas (la isla de Luzón está a sólo 370 km de Taiwán) y las de la isla de Guam en las Marianas, que es territorio estadounidense y en la que aproximadamente el 30% de su superficie (que tiene el tamaño de Ibiza) es de uso militar. Resumiendo, que EEUU puede intervenir allí cuando lo crea oportuno y con gran rapidez.

Esto a los chinos los lleva por la calle de la amargura. Quieren convertirse en una gran potencia con presencia militar global pero frente a sus costas se alza una cadena de islas controlada por EEUU desde el final de la segunda guerra mundial. No es necesario recordar que los habitantes de esas islas están encantados con ese control porque, puestos a elegir entre la China popular y EEUU, se quedan con EEUU como haría cualquier persona razonable que valore los derechos humanos y la libertad individual.

Esa presencia estadounidense cierra por completo el acceso de China al océano mundial. A pesar de su tamaño e importancia, China sólo tiene acceso directo a mares interiores como el mar Amarillo, el de la China oriental y el de la China meridional. En este último las querellas con los vecinos como Malasia, Vietnam y Filipinas son constantes porque el expansionismo chino no es una hipótesis, es un hecho tomado del natural. Las islas Paracelso se las disputan chinos, vietnamitas y taiwaneses. Las islas Spratly tienen aún más novios, están en disputa entre chinos, taiwaneses, vietnamitas, filipinos, malayos y, de propina, el minúsculo sultanato de Brunéi también quiere su parte.

La verdadera China es Taiwán, no la República Popular China, una infame dictadura de partido único creada por Mao Zedong en 1949. Esto hay que recordárselo a los que defienden la integridad territorial de China

En tanto que aquellos son países soberanos, cualquier representante de EEUU o de cualquier parte del mundo está en su pleno derecho de viajar a ellos. China no pone problemas con ninguno salvo con Taiwán, una isla que se separó del resto del país coincidiendo con la revolución de 1949. Chiang Kai-shek y su partido, el Kuomintang, se refugiaron allí y se declararon independientes, pero no constituyendo un Estado aparte, sino reclamando la legitimidad original de la República de China declarada en 1912 tras la revolución de Xinhai y la caída de Puyi, el último emperador de la dinastía Quing. La verdadera China es Taiwán, no la República Popular China, una infame dictadura de partido único creada por Mao Zedong en 1949. Esto hay que recordárselo a los que defienden la integridad territorial de China. Está bien que China se reunifique, pero como república, no como república popular.

De modo que el problema con el viaje de Pelosi no es el qué, sino el cuándo. Es bueno que Estados Unidos recuerde a China que defenderá sus intereses con gestos visibles para todo el mundo, pero hay que saber elegir bien el momento y este no era el mejor. Dejando a un lado la guerra en Ucrania, que ha tensado el equilibrio internacional, en China atraviesan un momento delicado tanto desde el punto de vista económico como político. Xi Jinping tiene a apenas tres meses vista un importante congreso del Partido en el que espera que le renueven para un tercer mandato. Es un acérrimo nacionalista y una de sus obsesiones es anexionar Taiwán a la República Popular. No parece la mejor idea ponerle en el tirador precisamente ahora que necesita hacer méritos para la reelección. Pero a Pelosi no le quedaba otra opción. Tan pronto como se filtró que iba a visitar Taipéi, tenía que hacerlo ya que de lo contrario se estaría plegando al chantaje chino.

A Biden esto le ha colocado en un aprieto. Si apoyaba el viaje tendría que dar explicaciones al Gobierno chino. Si se oponía a él tendría que dar explicaciones a los estadounidenses por arrugarse ante las presiones chinas. Se quedó en el medio dando la imagen de un presidente débil y asustadizo incapaz de tomar partido. Lo cierto es que lo tenía difícil. Biden ha prometido en más de una ocasión defender Taiwán de una hipotética agresión china, pero se ha negado a bajar al detalle e ir más allá de las Seis Garantías que son un tanto ambiguas en tanto que EEUU se compromete a no reconocer formalmente la soberanía de la China popular sobre Taiwán, pero no a impedirla por la fuerza.

EEUU nunca ha necesitado defender a Israel directamente, pero sí lo ha hecho indirectamente proporcionando armas y entrenamiento a su ejército

Ese es el compromiso que falta y que debería enunciarse de forma explícita. Taiwán es una democracia de tipo occidental que juega un papel importante en la economía mundial, especialmente en la fabricación de semiconductores. Sirve además de modelo para los chinos que aspiran a vivir en una democracia. El Partido Comunista insiste en su propaganda que la prosperidad sólo es posible con una dictadura, Taiwán es la prueba de que no es así. Los taiwaneses son más ricos que los chinos y además son libres. Mantener a Taiwán en el lado del mundo libre es fundamental. Pero eso requiere que EEUU se comprometa abiertamente con su defensa.

El problema es que si China atacase Taiwán y EEUU corriese en su auxilio podría desencadenarse una guerra nuclear entre las dos potencias, de modo que lo ideal sería que Taiwán se defendiese por sí misma con apoyo estadounidense. Eso implica fortalecer la capacidad de autodefensa de la isla hasta convertirla en un fortín inexpugnable, algo parecido a lo que es Israel en Oriente Medio. EEUU nunca ha necesitado defender a Israel directamente, pero sí lo ha hecho indirectamente proporcionando armas y entrenamiento a su ejército. Taiwán cuenta con la ventaja de ser una isla lo suficientemente distante del continente como para complicar una invasión. Es un país muy montañoso y eso le convierte en una pesadilla para cualquier invasor. No es casual que, en el pasado, ni españoles ni holandeses llegasen a controlarla del todo, o que el imperio chino no consiguiera anexionarla hasta finales del siglo XVII.

Taiwán, en resumidas cuentas, lo tiene mucho más fácil que Ucrania para repeler una invasión. La misión de Estados Unidos es fortalecer esa capacidad de resistir mediante una estrategia de puercoespín con armas más pequeñas y móviles, las propias de una guerra asimétrica. No existe mejor disuasión que esa. La clave no está en enviar visitantes de postín, sino en ayudar a Taiwán a resistir eficazmente una invasión. La visita de Pelosi no va en esa dirección, no cambia el statu quo y todo lo que ha conseguido es poner de uñas a los chinos en el peor momento. China, entretanto, ha respondido hostigando aún más a la isla. Es una incógnita hasta dónde están dispuestos a llegar, pero si decide ir hasta el final la cosa se puede poner muy fea.

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