Opinión

La doble muerte del yihadista Al-Zawahiri

El Estado Islámico arrolló al sucesor de Bin Laden. Un misil estadounidense, lanzado desde un dron, acabó con su vida

  • Ayman al-Zawahiri, líder de Al Qaeda hasta su abatimiento por EEUU en 2022

Aun a sus 71 años, el rostro de Ayman al-Zawahiri conservaba ciertos rasgos del niño estudioso que había sido en tiempos. Sus gafas le daban el aspecto de una lechuza inocente, de clérigo inteligente y bonachón. Sólo la mancha que decoraba su frente, producto de rezar con fuerza contra el suelo, revelaba el carácter fanático que mantuvo desde su juventud. El 31 de julio de 2022, Zawahiri fue arrancado, muy a su pesar, del anonimato en el que tanto solía refugiarse: un dron pilotado en la distancia por el mando americano lanzó dos misiles desde sus alas metálicas; tan precisos que sólo mataron al líder, asomado al balcón de su vivienda en Kabul, sin rozar siquiera a su familia.

Si Zawahiri prefería ocultarse en un segundo plano, su antiguo jefe, Osama bin Laden, había llegado a convertirse en un maestro de la propaganda y el autobombo. Este había comenzado a forjar su leyenda en el Afganistán de finales de los ochenta; precisamente donde se conocieron los dos, tras una conferencia que dio Bin Laden en la ciudad fronteriza paquistaní de Peshawar. Ambos estaban allí para apoyar a las guerrillas tribales afganas; Zawahiri como médico, Bin Laden como propagandista. Estas guerrillas luchaban desde el verano del 78 contra el mortífero régimen comunista afgano (que había asesinado entre 30.000 y 50.000 personas en apenas año y medio) y luego contra los soviéticos que invadieron Afganistán un año más tarde, asesinaron al presidente y tomaron el control a fin de evitar perder su influencia sobre aquel país revoltoso. Las guerrillas, amén de disfrutar del apoyo de varios países occidentales y árabes -la invasión soviética había desatado un verdadero pánico geopolítico incluso entre sus aliados-, tenían también el de un diminuto (y más bien ridículo) contingente de árabes organizado por Abdullah Azzam, el mentor universitario de Bin Laden.

Zawahiri, como tantos otros yihadistas, venía de una familia de clase media que para nada era fanática. Se había hecho fundamentalista durante su juventud. Esto quería decir que rechazaba los principios de pacto y compromiso del Islam medieval en favor de un credo purista y ultra-reaccionario. Podía haberse hecho islamista (es decir, fundamentalista democrático), pero prefirió decantarse por la vía violenta; la del yihadismo. Su conversión, como la de tantos otros jóvenes egipcios, ocurrió en 1967, cuando la dictadura pseudo-socialista de Gamal Nasser perdió una desastrosa guerra contra Israel en apenas seis días, y la ideología laica del régimen quedó desacreditada.

El yihadismo apenas había sido formulado como teoría desde hacía tres años por un profesor que acabó en la horca, pero Zawahiri se reveló como un alumno aventajado. Fundó una banda de golpistas adolescentes, que creció y se fusionó hasta convertirse en la célebre "Yihad Islámica Egipcia." Su paso en los años ochenta por una cárcel tan atroz como era la de La Ciudadela marcó a partir de entonces su filosofía vital: Zawahiri fue torturado sin piedad y se convenció de la necesidad de asesinar a los líderes del régimen. No creía aún en matar civiles, aunque otros sí lo hicieran.

Un amigo interesado

Fue tras su liberación, en 1984, cuando se apresuró a huir rumbo a Afganistán. Allí vio al inexperto y acaudalado Bin Laden y, siendo un político nato, quiso utilizar aquella jugosa fuente de dinero para desviarla hacia la yihad egipcia. Primero, convenció a Bin Laden de pasar de la propaganda a la lucha: para desesperación de su mentor Azzam, que cada vez influía menos sobre su pupilo, los árabes fueron lanzados contra las fuerzas soviéticas en ataques prácticamente suicidas.

En 1988, los soviéticos se retiraron, derrotados por las guerrillas afganas. El pequeño grupo de árabes de Bin Laden (que adoptó, ese mismo año, el nombre informal de "la base", Al Qaeda), discutió entonces sobre su futuro. ¿Habían de pasarse al islamismo pacífico, como decía Azzam, o seguir empuñando las armas, como afirmaban Zawahiri y Bin Laden? Azzam no tardó en volar por los aires junto con sus hijos, de camino en coche a una mezquita de Peshawar. La discusión estaba resuelta.

Comenzando la nueva década, Al Qaeda se asentó en Sudán; un cálido refugio para terroristas en todos los sentidos. Zawahiri, como otros grupos egipcios que gravitaban en torno a Al Qaeda, aprovechó aquella frontera compartida con Egipto para infiltrar terroristas y golpear al régimen: en agosto del 93, por ejemplo, el Ministro del Interior sólo se salvó de la metralla gracias al montón de expedientes que le acompaña en su coche. Finalmente, Sudán no pudo resistir más la presión internacional e informó amablemente a sus huéspedes de que debían marcharse de allí.

La "teoría del enemigo lejano"

Zawahiri, que no tenía compartía realmente el interés de su jefe por un proyecto yihadista más allá de Egipto, emprendió una serie de viajes tratando de buscar quien le financiara. Puede que tratara, incluso, de vender información sobre su jefe al FBI en 1993. Pero nunca logró el dinero necesario y, de mala gana, hubo de atar su destino definitivamente al de Bin Laden.

Era un momento poco oportuno para hacerlo. En 1996, Bin Laden cambió las reglas de la Yihad -que hasta entonces tendía a atacar a los propios gobiernos árabes- e instauró la llamada "teoría del enemigo lejano": ahora atacaría a Occidente para forzarle a no apoyar a dichos gobiernos. A esto le siguió una cadena de atentados contra EEUU, a finales de los noventa; algunos fueron chapuceros, otros lograron un éxito sangriento y fulgurante.

Apartado de la planificación del 11-S

Cuando llegó el momento de comenzar a preparar el macroatentado del 11 de septiembre del 2001 (que empezó a cocinarse a finales de 1998, después de que Bin Laden lo hubiera rechazado dos años antes), la cúpula de la organización impuso un secretismo absoluto. Apenas una decena de yihadistas conocía el plan. Y a pesar de lo que se ha dicho en no pocos medios, Zawahiri nunca fue el "cerebro" del 11S. Ni siquiera fue avisado del mismo hasta junio del 2001, apenas dos meses antes de su ejecución. Todo esto sería revelado con el tiempo durante los interrogatorios a los que fue sometido el verdadero ideólogo del atentado, Khalid Sheikh Mohammed, conocido como "el hombre de las mil caras." Zawahiri era el número dos de Al Qaeda a esas alturas, pero no parece que Bin Laden confiara en su entusiasmo o su discreción a la hora de planear atentados contra América.

Tras el shock del 11-S, Estados Unidos, cuyos servicios de Inteligencia llevaban diez años dormidos sobre sus laureles, pasó de la apatía a la histeria, y los líderes de Al Qaeda comenzaron a ser cazados sin misericordia: sus rostros eran tachados, uno tras otro, del cartel que decoraba la oficina del presidente George W. Bush. Bin Laden logró sobrevivir recurriendo a los escondites más inverosímiles (su técnica, eficaz pero arriesgada, consistía en esconderse a simple vista, evitando los refugios más seguros, que a su vez eran los más obvios) pero, en mayo de 2011, su suerte se agotó: los disparos de una metralleta Heckler & Koch 416, en manos de un comando americano, pusieron fin a su vida en un complejo de Abbotabad. Ayman al-Zawahiri acababa de ascender.

Había nacido el Isis

De poco iba a servirle el ascenso a Zawahiri: presidía una organización que resultaba irrelevante ya desde el 2008. Es cierto que durante los primeros años del siglo XXI, buscando hacer una demostración de fuerza frente a la cacería a la que estaba siendo sometida, la banda había comenzado a franquiciarse con grupos yihadistas regionales fuertes, que pasaban ahora a llamarse Al Qaeda en Irak, Al Qaeda en el Magreb... Pero estas franquicias actuaban cada vez más por libre, sin obedecer orden o contraorden alguna.

Precisamente sería una de estas franquicias, Al Qaeda en Irak -que superaba en importancia a la propia Al Qaeda-, la que estaba a punto de inaugurar una nueva era en la Yihad; una en la que Zawahiri cometería un error fatal. Corría ya el año 2013, y la guerra civil asolaba Siria, convertida en una maqueta semiderruida de ruinas grisáceas. Al Qaeda en Irak, que era conocida como "Estado Islámico de Irak" desde el 2006 (ISI, por su siglas en inglés), vio en Siria la oportunidad de enviar una brigada expedicionaria llamada "Al-Nusra." Esta ganó mucho territorio a costa de amigos y enemigos, y su banda madre, el Isi, que se hallaba arrinconado en Irak, sintió celos de su éxito. Su líder, un clérigo rechoncho y con gafas de escasa experiencia política llamado Abu Bakr al-Baghdadi, anunció que fusionaba ambas organizaciones y añadía una "S" (por al-Sham, "Levante") al nombre de la banda. Había nacido el "Isis."

Un tremendo error

Al-Nusra se negó a ser fagocitado por el Estado Islámico y apeló, como no podía ser de otra manera, a Zawahiri para que hiciera de árbitro. Zawahiri sopesó el problema. Viendo que Al-Nusra estaba fuerte (y que el ISIS amenazaba con armar un proyecto potente que podría rivalizar con Al Qaeda), Zawahiri escogió a Al-Nusra. Fue un grave error. Porque si Al-Baghdadi era un clérigo sin experiencia, su número dos, el intrigante Haji Bakr, un antiguo coronel de la Inteligencia de Saddam, llevaba preparándose para ese choque desde finales del 2012, acumulando información sobre amigos y enemigos y entrenando a batallones de yihadistas encapuchados y vestidos de negro que sólo eran leales a su propia banda. El Estado Islámico se extendió de manera imparable por Siria e Irak, repudiando a Al Qaeda. Zawahiri envió a uno de sus lugartenientes para poner orden. La organización respondió enviando a aquel lugarteniente directamente al Paraíso por medio de un comando de terroristas suicidas.

Al Qaeda apenas podía ya competir con la propaganda manchada de hemoglobina con la que el Estado Islámico teñía mensualmente los titulares. Sus franquicias seguían matando, y mucho, pero la organización central no era ya más que una cáscara rellena de aire e impotencia. El único mérito del que Zawahiri podía presumir era el de seguir con vida, cuando el resto de caudillos -ya fuera en Al Qaeda o el Estado Islámico - habían sido abatidos uno a uno. El misil que sorprendió al doctor este 31 de julio mientras se asomaba al balcón de su casa borró de un plumazo el que fuera el último de sus logros.

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