Víctor Hugo escribió que la risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano. Muy bien, Don Víctor, pero ¿y en el rostro de una vaca? ¿O es que las vacas no merecen reírse? ¿Tiene una vaca menos derechos que un señor de Calahorra? ¿Ocupan las vacas el lugar que merecen en nuestra sociedad? ¿Hay que establecer cuotas de vacas en las listas? Todas esas preguntas se las formula una vaca amiga mía. Me apresuro a decir que es una vaca de buena familia, amable, que habla idiomas, no sabe lo que es tener mala leche y se la conoce universalmente como la vaca que ríe. Ahora bien, con las últimas normas dictadas por nuestros gobernantes mi amiga anda rumiando – en sentido figurado y real – acerca de cómo queda su situación.
Repito, se trata de una vaca con estudios, una mamífera artiodáctila de la familia de los bóvidos con pedigrí, partida de nacimiento, denominación de origen, oyente de Radio Clásica y lectora de Rilke.
Cuando a la vaca que ríe un humano le agarra las ubres para ordeñarla ¿cómo saber si la intención es lúbrica o no? ¿Cómo expresar en idioma vaqueril el consentimiento o como negarlo?
No es la única en vivir el momento presente con azarosa inquietud. También me han hecho llegar sus cuitas la vaca de Milka, el osito Mimosín, Rodolfo langostino, la gallina Turuleca, el canario Piolín y muchos otros cuyo nombre oculto a petición suya. Y vamos a lo que vamos. Cuando a la vaca que ríe un humano le agarra las ubres para ordeñarla ¿cómo saber si la intención es lúbrica o no? ¿Cómo expresar en idioma vaqueril el consentimiento o como negarlo? ¿Serviría acordar un mú para el sí y dos para el no?
Ah, pero ¿y si no goza, eh? ¿Dónde queda el derecho a la sexualidad plena del animal? ¿Puede una gallina llegar sola y borracha a su casa sin que nadie le tire los tejos?
La cosa se complica en casos como la gallina Turuleta, pues hay por ahí un par de señoras que aseguran que el gallo las viola, afirmaciones que el Gallo Claudio ha confirmado a este periodista que piensa llevar a los tribunales por considerarlas difamatorias. La Gallina Blanca, sin embargo, no ha dicho nada porque es conocida su afición por el proceso separatista y debe pensar que es mejor permanecer callada y misteriosa. Pero el riesgo de que el primero que se presente la agarre por el pescuezo y le haga la caidita de Roma, los diez mandamientos y una guarrería española está ahí. Y uno se pregunta por qué no hay puntos morados en los gallineros, establos o dependencias en las que la zoofilia pueda practicarse. Si no hay daños al animalico, no pasa nada dice la nueva ley. Ah, pero ¿y si no goza, eh? ¿Dónde queda el derecho a la sexualidad plena del animal? ¿Puede una gallina llegar sola y borracha a su casa sin que nadie le tire los tejos?
El Gobierno ha demostrado no servir para protegernos de la COVID, de la inmigración ilegal, del crimen organizado, de la miseria, del paro o de los violadores
Todo es muy confuso y tiene al mundo animal – el de verdad, no el de los políticos – totalmente perturbado. Yo me atrevería a sugerir que, ya que el Gobierno ha demostrado no servir para protegernos de la COVID, de la inmigración ilegal, del crimen organizado, de la miseria, del paro o de los violadores, promulgue una ley de emergencia nacional en la que todos los bichitos queden a salvo de hipérboles estrambóticas, es decir y hablando en plata, de las gilipolleces que vierten algunos sobre esas criaturas de Dios que son, en no pocas ocasiones, mucho más racionales que quienes nos gobiernan.
Por lo tanto, hagan el favor de no ordeñar una vaca sin pedirle su consentimiento, que hace años para llegar a tocarle las ubres a una respetable ternera tenías que haber conocido a su padres, subir a su casa, expresar tus buenas intenciones e incluso así, en el momento del ordeño, tenías ante de ti a una carabina, por lo general una vaca vieja, para que la cosa no finalizase en ludibrio. ¡Vivan las vacas que ríen, abajo las vacas con mala leche!