Firmó Pablo Iglesias una tribuna este martes en la que afirmaba lo siguiente: “Habrá siempre quien diga que, incluso en el mundo de la derecha mediática, hay profesionales valiosos o incluso periodistas precarios sin malas intenciones (…). ¿Qué quieren que les diga? También en el ejército de Hitler había buenas personas, padres de familia que abrazaban con verdadero amor a sus hijos pequeños, oficiales que hubieran preferido que los nazis no llegaran al poder, e incluso jóvenes generosos capaces del mayor heroísmo en la batalla e incluso de ser piadosos con el enemigo derrotado o de tener un gesto humano con el judío que iba a ser gaseado. Pero formaban parte del ejército de Hitler”.
Habrá quien pueda llegar a sentirse ofendido con estas líneas. Habrá incluso quien se pregunte el motivo por el cual un personaje que señala, denuesta y animaliza a quien disiente de sus postulados pudo alcanzar la vicepresidencia de un Gobierno. A lo mejor la evolución de la tecnología y el pensamiento nos hizo sentir invencibles, pero, en realidad, al final seguimos igual de expuestos que en el Neolítico a la maldad de falsos mesías y chamanes paranoicos.
Habrá también quien considere que Iglesias se empeña cada día en perpetuar el tópico inexistente de las dos españas, pero no es así. Lo que ocurre aquí es distinto. Quien firma el artículo no se mueve por un pensamiento de norte y sur; este y oeste; o rojos y azules. Lo que impulsa ese odio es lo de siempre: las opiniones contrarias a las suyas. Eso es lo que provocó que su partido se troceara o que las filtraciones en forma de berrinche corrieran como la pólvora por Madrid cada vez que el Consejo de Ministros tomaba una decisión con la que disentía. Y eso explica sus ataques a la prensa. A la del bando de los nazis, en el que seguramente estemos, pero también a la que apoya a la izquierda; que, en algunos casos, también apoya a los alemanes. Unos gasean en los campos de concentración y los otros... les llevan cestas de pan mientras procuran no mirar lo que ocurre alrededor.
Los buenos también son malos
Por esta razón, el pasado noviembre Iglesias la emprendía de malas formas contra Esther Palomera por señalar algo evidente en uno de sus artículos: que Pablo Iglesias parece querer tutelar a Ione Belarra e Irene Montero en la toma de decisiones en Podemos, pese a no ostentar ningún cargo orgánico desde mayo de 2021. Algo que desprende un tufo machista, de marido controlador y de señor egocéntrico. Casualmente, después de que la periodista de eldiario.es cuestionara este punto, desde Podemos comenzaron a distribuirse mensajes que alentaban a sus simpatizantes a dar de baja su suscripción a este periódico, algo que a buen seguro causó un enorme disgusto a Jaume Roures, ese del que Iglesias nunca habla, porque no le conviene, pero ése que le emplea en el periódico Público, que compite contra la cabecera de Ignacio Escolar. El perro se come al perro.
Resulta un tanto descorazonador el comprobar que alguien con tantas limitaciones para contener las llantinas infantiles que transmite el subconsciente -siempre señal de inseguridades- llegara a aglutinar más de 5 millones de votos en unas elecciones generales. Eso sí, a la vez resulta cómico que un buen día vendiera al periodista Pedro Vallín la exclusiva de que se había cortado la coleta -el narciso se sentía herido tras fracasar en las elecciones madrileñas- y, a los pocos meses, le incluyera en su lista de traidores, supuestamente por intuir que simpatizaba con el proyecto de Yolanda Díaz.
Algo similar ocurrió con Antonio Maestre, quien se sienta todavía en la mesa de Antonio García Ferreras y quien recibe cada día coces tuiteras desde Podemos por tal razón. Si todos los progresistas que han sido proscritos por Iglesias organizaran una cena -desde Errejón hasta Vallín, desde Yolanda hasta Carmena-, un hostelero podría comprarse un yate.
Si todos los progresistas que han sido proscritos por Iglesias organizaran una cena -desde Errejón hasta Vallín, desde Yolanda hasta Carmena-, un hostelero podría comprarse un yate.
Convendría que los medios a los que señaló Iglesias en su artículo no interpretaran su texto de forma errónea. Porque en realidad no sólo le mueve un odio visceral hacia la prensa conservadora, sino que también rechaza a aquella de línea progresista que no le baila el agua. La que pertenece a la falsa izquierda. La que hace el juego al capitalismo y a los machistas -de esto último le acusó a Palomera-.
El narciso herido
Nos encontramos aquí a un personaje de influencia menguante, pero cuyo egocentrismo napoleónico le impulsa a mantener su beligerancia y su afán por extender su influencia a más y más territorios. No conviene hacer excesiva sangre de los hombres en su circunstancia. Sería cruel. Entre otras cosas, porque su vestimenta de general está raída, sus medallas ya oxidadas y su voz suena como la de cualquier alfeñique. Por cierto, en la radio de Roures, un empresario al que nunca se refiere. ¿Por qué? Porque incluso los votantes de Podemos saben lo que es. Y eso choca con el discurso del jefe. De Iglesias.
Es evidente que hay mamarrachos en la profesión que han participado en escraches frente a su chalé y derivados. Pero son una minoría y, en cualquier caso, eso no justifica su alusión al periodismo hitleriano masivo. Eso, una vez más, es el delirio del que un día difama a Palomera, otro la emprende contra Ferreras y, el día menos pensado, apelará a la revolución desde una plaza vallecana, ante la única audiencia que todavía le escuchará: aquellos señores del banco de enfrente. Quizás no falte tanto para eso.