La bandera de la Unión Europea -azul con doce estrellas doradas de cinco puntas- está a punto de perder la diferencia de que gozaba respecto de las que enarbolan cada uno de los países que la forman. Es la única que no está empapada en sangre, nadie ha muerto por ella. No le han sido de aplicación los principios del patriotismo de proximidad, que Horacio sintetizó en el dulce et decorum est pro patria mori, porque el patriotismo europeo venía siendo un patriotismo de media distancia, ajeno al “todo por la patria”, tantas veces esgrimido por los canallas como su último refugio. La Unión despliega fuerzas bajo su bandera en misiones de interposición, de mantenimiento de la paz o de entrenamiento -en Irak, Georgia, Sahel, Somalia, en la operación Atalanta o en las de entrenamiento militar en Mali, República Centroafricana o Libia-, pero cuando se registran bajas, los soldados son enterrados siempre con la bandera de su país de origen y a los sones del himno nacional correspondiente. Es ahora, en Ucrania, donde se está empezando a morir por Europa y su bandera.
El himno nacional de España, carente de letra, nos evita semejantes desvaríos y que caigamos en el ridículo al que se precipitan emocionados quienes entonan los suyos
Del himno de la UE aceptemos que, tal vez, pueda abrirnos las puertas de la ciudadanía cosmopolita, porque escuchar la canción de la alegría y vivir soñando el nuevo sol y en que los hombres volverán a ser hermanos, parece más seductor que los solemnes sinsentidos y sandeces que registran las letras de los himnos nacionales que entonan emocionados los ciudadanos de cada país. Dígase que, por fortuna, el himno nacional de España, carente de letra, nos evita semejantes desvaríos y que caigamos en el ridículo al que se precipitan emocionados quienes entonan los suyos. Cuestión distinta son los himnos de que se han dotado las Comunidades Autónomas inspirándose en el folklore o la mitología popular. Su consulta en las páginas del Boletín Oficial del Estado con su letra, su partitura y su canesú prueba que, en general, son de echar a correr.
Otras carencias litúrgicas de la Unión también deslucen, como se pone de manifiesto cada vez que presidentes o primeros ministros -ya sean rusos, chinos, indios, japoneses o americanos- acuden de visita a las instituciones de la Unión. Porque en esas ocasiones allí, aparte de los empleados de las empresas privadas de seguridad, ningún contingente militar, ni siquiera el de una compañía, puede rendir los honores de ordenanza. De modo que existe ese embrión de Ejército Europeo, el Eurocuerpo -con cuartel general en Estrasburgo, cuyos miembros permanentes son Alemania, Bélgica, España, Francia, Luxemburgo y Polonia y miembros asociados Grecia, Italia, Rumania, Turquía y Austria y que desde 1999 ha pasado a ser un Cuerpo de Reacción Rápida, con fuerzas adaptadas a las operaciones de gestión de crisis en las que asume el Mando del Componente Terrestre de los Grupos de Combate (EUBG)- pero nadie ha sentido la necesidad de disponer de una unidad militar que rinda honores, ni tampoco de dictar una ordenanza o reglamento que determine a quiénes, dónde, cuándo y cómo hayan de serles rendidos.
La Unión apenas se ha reservado capacidad para otorgar condecoraciones en reconocimiento a los servicios que le hayan sido prestados. Lo más parecido puede ser el Premio Carlomagno que, desde 1950, se otorga a la aportación más valiosa en la literatura, ciencias, economía o política que haga referencia al proyecto Europeo. Consiste en 5.000 euros y en setenta y tres años solo cuatro españoles lo han recibido: Salvador de Madariaga, el rey Juan Carlos I, Felipe González y Javier Solana.
La única distinción genuina en este capítulo es el título de ciudadano de honor de Europa que se confiere por resolución de los Jefes de Estado y de Gobierno. Fue concedida por primera vez en el Consejo Europeo del 2 de abril de 1976 a Jean Monnet para rendirle homenaje de reconocimiento y admiración “por haber combatido resueltamente las fuerzas de la inercia de las estructuras políticas y económicas de Europa con el objetivo de crear un nuevo tipo de relaciones entre los Estados”. Solo Helmut Kohl en 1998 y Jacques Delors en 2015 han recibido ese mismo título. ¿Se concederá otro durante la presidencia española en el segundo semestre de 2023?