Una de las cosas que más me sorprendió en los años que pasé en la Argentina fue la prodigalidad y la contumacia con la que el Gobierno se ponía a sí mismo medallas por hacer aquello que debía hacer: gobernar y resolver los grandes problemas del país.
“Igual que en España”, dirán ustedes, pero no. Lo nuestro era sutil erotismo; lo suyo, porno duro. En nuestro país los políticos se limitaban a inaugurar obras especialmente señaladas: una autovía, una presa, una línea de alta velocidad…
Aquello era otra liga, el Gobierno de Cristina Kirchner montaba una campaña casi por cada adoquín colocado en la remodelación menor de una carretera secundaria, llenando la provincia de carteles que decían, sin complejo alguno, que aquella maravillosa obra se producía gracias a la presidenta. Literalmente.
Ni al ministerio, ni al Gobierno, ni al país… a la presidenta, como lo oyen. Cada nueva obra pública -lo cierto es que tampoco hacían demasiadas- generaba una campaña de marketing presidencialista que trataba de generar una relación de agradecimiento y dependencia del ciudadano respecto la presidenta.
Populismo llevado a su máxima potencia.
Propaganda de garrafón
Ayer, con esto de la vacuna, me acordé mucho de aquella diferencia que trataba de explicar por aquel entonces a mis amigos argentinos sobre la forma de promocionar la gestión pública, porque a partir de ayer España ya no juega la liga europea de la finezza, del marketing sutil, sino la de la propaganda de garrafón propia de los regímenes populistas del otro lado del charco.
Las cajas llegaron a Alemania, Francia o Italia y sus gobiernos a lo sumo hicieron alguna rueda de prensa desde el lugar del almacenamiento. La mayoría ni siquiera eso
Les cuento. Anteayer la vacuna llegaba a países como Argentina o México y las fotografías de los mandatarios de estos países tratando de tocar la caja de la vacuna y fotografiarse a su lado daban tanta vergüenza ajena que uno, en su estúpida superioridad eurocentrista, llegaba a pensar: Estas cosas nunca sucederían en nuestra avanzadísima Europa.
Y efectivamente, al día siguiente, al llegar las cajas de vacunas compradas por la comisión europea a los diferentes países, la norma general era la de la asepsia y la mesura: las cajas llegaron a Alemania, Francia o Italia y sus gobiernos a lo sumo hicieron alguna rueda de prensa desde el lugar del almacenamiento. La mayoría ni siquiera eso.
Menos en España, claro.
Aquí, el departamento pirotécnico de la Moncloa debió pensar que la llegada de la caja con la vacuna no era suficiente, y decidió encalomarle una pegatina en la que se leía “Gobierno de España”, tras lo cual le realizaron -a la caja- todo un completo book de fotografías como si se tratase de una top model presentando una nueva línea de ropa de un diseñador de postín.
El laboratorio que dio con la vacuna era alemán, los científicos a cargo del desarrollo de la misma fueron alemanes de origen turco, la compra masiva y la distribución la realizó la Comisión Europea y el almacenamiento de la misma corrió a cargo de Bélgica. El gobierno de España se limitó a poner la pegatina.
Amor y fidelidad
Mientras el resto de gobiernos europeos decidieron que la llegada de la vacuna ya les beneficiaba suficientemente en términos políticos como para tener que sobreactuar, el “departamento de ideas geniales” de Moncloa pensó que eso no era suficiente, y que necesitaba forzar la máquina para transmitir que la vacuna, la cura, la recuperación y la salud de cada español era gracias a la benéfica acción del gobierno de España, a quien los ciudadanos le deberían a partir de ese momento gratitud, amor y fidelidad eternos.
El problema es que con este tipo de propaganda de todo a 100, lo que realmente se traslada es que el gobierno considera que los españoles somos estúpidos, ya que no nos considera suficientemente inteligentes como para unir los puntos de la cadena que lleva la vacuna desde un laboratorio alemán hasta el consultorio de al lado de su casa.
Veremos si esto de insultar nuestra inteligencia les funciona. Yo creo que no.