“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía. / El violador eras tú. El violador eres tú. / Son los pacos, los jueces, el Estado, el presidente. / El Estado opresor es un macho violador”
Es la estrofa del nuevo himno feminista nacido en Chile y replicado en todo el mundo. Si la letra de la cancioncita no fuese ya lo suficientemente infame de por sí , las que lo interpretan a las puertas de sedes institucionales lo acompañan siempre de una performance que no deja indiferente a nadie, no ya por su brillante grado de ejecución sino por los niveles de vergüenza ajena que es capaz de provocar. Mujeres coreando el mismo tema y ejecutando los mismos movimientos acompasados, como títeres dirigidos cuya voluntad hubiese sido anulada. Un auténtico “Walking Dead” musical, pero con perspectiva de género.
Pero más allá de que uno se queda con la sensación de haber asistido a un espectáculo de hipnosis colectiva del que sus protagonistas no han sido capaces de despertar, el trasfondo del mensaje es muy preocupante. El “género” es la mascarada tras la que se oculta un ataque sistemático a derechos humanos fundamentales y se cuestiona la separación de poderes en torno a la que se vertebran las democracias occidentales liberales.
Se persigue así la criminalización del hombre por el mero hecho de serlo, presumiendo su predisposición a delinquir impulsado por sus características sexuales
Para empezar, el violador no eres tú, sino sólo aquel condenado en sentencia firme como responsable de la comisión de las conducta descrita en el art. 179 del Código Penal vigente (agresión sexual que consistiere en acceso carnal por vía vaginal, anal o bucal, o introducción de miembros corporales u objetos por alguna de las dos primeras vías).
Cuando se juega a señalar como violador a cualquier hombre por el mero hecho de ser varón, al margen de aquellos actos o hechos que haya podido cometer, se pretende resucitar la figura del derecho penal de autor, tristemente célebre por su vigencia durante la Alemania nazi. Según esta teoría punitiva, la responsabilidad penal y el castigo no son la consecuencia de la comisión de un hecho concreto, sino de determinados rasgos de la personalidad y su supuesta potencialidad criminal. Se persigue así la criminalización del hombre por el mero hecho de serlo, presumiendo su predisposición a delinquir impulsado por sus características sexuales.
Dado que para resucitar esta infamia hay que abolir el derecho a la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley, uno de los primeros objetivos a batir es la independencia del poder judicial. Esto les lleva a colocar en el centro de la diana a jueces y magistrados, identificándolos con figuras patriarcales que deben de ser reemplazadas por una judicatura ideologizada, dispuesta a desatender sus deberes constitucionales.
Violencia machista y negacionismo
Sé que me dirán que exagero, que estoy sobredimensionando la importancia de una mera performance propia de activistas radicales. Ojalá fuera así, pero la realidad es que esas activistas están colonizando las instituciones, agitando una alarma social inexistente a la que añaden ahora el pretexto del “negacionismo” de la extrema derecha. Buena muestra de lo que digo es, por ejemplo, la nueva presidenta del Senado, Pilar Llop, que hace tan sólo un año, siendo delegada del gobierno para la Violencia de Género, afirmó que: “Una democracia en la que la mitad de la población vierte violencia sobre la otra mitad no es democracia”. O la propuesta de la fiscal valenciana (o fiscala, por lo del lenguaje inclusivo) de tipificar como delito de odio el negacionismo de la violencia machista.
Totalitarismo con perspectiva de género. Disparates jurídicos que desvelan la pretensión de convertir el Código Penal en una herramienta de imposición ideológica a costa de los derechos y libertades de todos.