Opinión

Vuelven los talibanes

A principios de octubre de 2001 no había pasado ni un mes de los atentados del 11-S y en Washington el ambiente era tan tenso que el aire podía cortarse

  • Talibanes en Afganistán.

A principios de octubre de 2001 no había pasado ni un mes de los atentados del 11-S y en Washington el ambiente era tan tenso que el aire podía cortarse con unas tijeras. El Gobierno de George Bush fijó su mirada en Afganistán, donde creía que se habían gestado y planificado los atentados. El entonces secretario de Estado, Colin Powell, envió un cable a su embajada en Pakistán en el que pedía a la embajadora que hiciese llegar un mensaje al jefe de los talibanes afganos a través de los intermediarios paquistaníes que considerase oportunos. El mensaje era simple: o les entregaban a Osama bin Laden y dejaban de dar cobijo a los terroristas de Al Qaeda o, de lo contrario, atacarían el país y depondrían a su Gobierno. La embajadora consiguió contactar con el cabecilla talibán, el mulá Mohammed Omar, pero éste se negó a atender las peticiones de Estados Unidos. Unos días más tarde, el 7 de octubre, las fuerzas de una coalición internacional emprendieron la invasión.

De aquello han pasado ya casi veinte años y esa guerra que estalló al calor del 11-S está tocando a su fin. Una guerra en la que han muerto más de 200.000 personas entre civiles y militares y que consiguió instaurar un Gobierno en Kabul pero que, a la vista de los acontecimientos, no ha logrado acabar con la amenaza talibán. Al contrario, los talibanes nunca han sido más fuertes que ahora. Sus milicias se han hecho ya con el control de aproximadamente 200 de los 407 distritos de Afganistán. Si nada cambia, a lo largo de los próximos meses irán apoderándose del resto.

El ejército afgano, armado y entrenado por los aliados occidentales presenta algo de resistencia, pero no la suficiente, así que van retirándose de un modo más o menos desordenado de los distritos del interior del país. En muchos casos ni siquiera se repliegan hacia Kabul, huyen a los vecinos Tayikistán y Uzbekistán buscando refugio. A sus espaldas dejan sus armas y pertrechos militares que no tardan en caer en manos de los talibanes. En buena medida es lo mismo que sucedió hace siete años cuando las fuerzas iraquíes se retiraron apresuradamente ante el avance de las milicias del Estado Islámico.

La inflación ya se ha puesto en dos dígitos, la gasolina ha duplicado su precio desde mayo y aproximadamente un millón de personas han sido desplazadas de sus hogares

Es todo, como vemos, extraordinariamente familiar con respecto a lo que sucedió en Siria e Irak en 2014. La gente de todo el país abarrota las carreteras para escapar de la escalada bélica, lo que, aparte de crispar los nervios a todo el mundo, está presionando sobre los ya limitados recursos del país. Los precios de los alimentos y el combustible han subido y muchos temen un desabastecimiento generalizado tan pronto como la guerra se intensifique y se cierren del todo las fronteras. La inflación ya se ha puesto en dos dígitos, la gasolina ha duplicado su precio desde mayo y aproximadamente un millón de personas han sido desplazadas de sus hogares. Por de pronto los talibanes controlan la mayor parte de pasos fronterizos y siembran el terror en las zonas ocupadas.

El acuerdo con Trump

Muchos, tanto dentro como fuera de Afganistán, culpan a la administración Biden por la catástrofe, ya que la retirada de las fuerzas estadounidenses está casi terminada. Pero señalan en la dirección equivocada. EEUU se marcha de Afganistán no tanto por deseo de Biden como de Trump, que fue quien ordenó la retirada tras alcanzar un acuerdo con los talibanes en septiembre del año pasado en Qatar. Ahora, ya sin apenas tropas y sin capacidad de respuesta, todo lo que Biden puede ofrecer es apoyo aéreo para castigar las posiciones talibanes.

Tanto EEUU como el resto de la coalición internacional dejaron las operaciones de combate sobre el terreno mucho antes, en 2014, cuando transfirieron el control directo del territorio al ejército afgano. Desde entonces, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, ha hecho poco para prepararse ante la eventualidad de un contraataque talibán a gran escala como el de los últimos meses. Las fuerzas terrestres carecen de oficiales debidamente preparados, de estrategia clara y les faltan suministros.

El resultado de esa combinación de desinterés e impericia es una crisis humanitaria en ciernes. Con las carreteras atestadas se cree que la población de Kabul, que es actualmente de unos cuatro millones de habitantes, podría recibir otros dos o tres millones de personas más de aquí a fin de año. Esto, aparte de infinidad de problemas humanitarios por la falta de servicios, agua potable y corriente eléctrica, podría ocasionar disturbios. Las dificultades económicas vienen agravadas por el regreso de las habituales atrocidades que los talibanes perpetran en las áreas que controlan. Han reanudado su campaña de asesinatos selectivos. La semana pasada liquidaron al portavoz presidencial. Unos cien periodistas de todo el país se encuentran en casas seguras en Kabul tras haber huido de las provincias bajo amenaza de muerte.

Por la red circulan fotos y vídeos de la brutalidad que emplean contra los soldados del ejército afgano que caen en su poder. No se limitan a fusilarles, antes de eso les torturan y mutilan

Muchas familias envían a mujeres y niñas a la capital por temor a los talibanes. En las zonas ocupadas les obligan a contraer matrimonios forzosos con milicianos talibanes tal y como sucedió en Siria e Irak con el Estado Islámico. Los hombres tampoco se salvan. Por la red circulan fotos y vídeos de la brutalidad que emplean contra los soldados del ejército afgano que caen en su poder. No se limitan a fusilarles, antes de eso les torturan y mutilan.

Su proyecto es conocido porque entre 1996 y 2001 en Afganistán imperó un régimen talibán que aplica una versión muy rigurosa de la sharia. La población debe observar una serie de pautas en cuanto a vestimenta. Se prohíbe terminantemente el consumo de alcohol so pena de muerte, los jóvenes han de aprenderse el Corán de memoria y se obliga a las mujeres a vestir el burka, una prenda que cubre el cuerpo y la cabeza por completo.

Tenemos ya todos los ingredientes para una guerra civil como la que asoló el país entre 1988 con la retirada del ejército rojo y 1996 con la llegada al poder de los talibanes

Afganistán, hoy por hoy, se debate entre una toma total del país por los talibanes o una guerra civil. La segunda es muy posible ya que hay minorías religiosas como la de los chiitas hazaras que se sienten especialmente amenazados. Cuando hablo de minoría en el caso de los hazaras no estoy hablando de tres o cuatro mil personas, sino de cerca de dos millones que ya se están armando y patrullando las carreteras al oeste de Kabul. Evidentemente no son los únicos, en todo el país han aparecido milicias que se unen a las tropas del ejército en desbandada. A diferencia de los soldados, los miembros de esas milicias improvisadas están especialmente motivados porque tratan de defender sus propias casas, familias y campos de cultivo. Tenemos ya todos los ingredientes para una guerra civil como la que asoló el país entre 1988 con la retirada del ejército rojo y 1996 con la llegada al poder de los talibanes.

Muchos no están dispuestos a enfrentarse con los talibanes, por lo general la población urbana. Esos quieren marcharse cuanto antes, pero cada vez es más difícil. Las fronteras con Pakistán, Irán y Uzbekistán están ya cerradas. La de la India, situada en el noreste en la cordillera del Hindu Kush, permanece abierta, pero sólo para evacuar heridos.

Adueñarse de las ciudades

La pregunta por lo tanto es si los talibanes conseguirán hacerse con todo el país en un plazo relativamente breve. Eso alejaría el fantasma de la guerra civil, pero dejaría en Afganistán un régimen tiránico igual al que se encontraron los aliados hace veinte años. De ser así demostraría que las dos décadas de guerra en Afganistán no han servido absolutamente para nada. Hoy la ventaja la tienen los talibanes, que se han valido del factor sorpresa. Llevaban meses, seguramente años, planificando el contragolpe y lo están llevando a cabo con gran eficacia y rapidez. Pero no va a ser tan sencillo. Tomar los distritos interiores es la parte fácil. Lo complicado es adueñarse de las ciudades en las que encontrarán una resistencia mucho mayor y habrán de enfrentarse en campo a abierto contra un ejército regular en combates de tipo convencional. Ahora bien, si el ejército se desintegra como ha venido ocurriendo hasta ahora, el destino de Kabul y otras ciudades como Kandahar o Herat está sentenciado. Caerán en cuestión de tiempo, de no mucho tiempo porque el avance talibán es rapidísimo.

A los contribuyentes estadounidenses la guerra de Afganistán les costó 2.500 muertos y 800.000 millones de dólares hasta el año pasado

El ejército afgano puede oponerles entre 60.000 y 80.000 efectivos en principio entrenados y armados por EEUU, pero de nada les ha servido el entrenamiento porque han puesto pies en polvorosa tan pronto como los talibanes desataron las hostilidades. Enfrente tienen a milicias, pero unas milicias que obedecen a un mando único. Cuando el año pasado, tras el acuerdo de Qatar, los cabecillas talibanes ordenaron el alto el fuego éste se produjo de manera inmediata. Es incluso posible que los ataques de estos meses no sean más que una estratagema diplomática para volver luego a sentarse con EEUU y el Gobierno afgano en Qatar y, con medio país en la mano, exigir una porción de la tarta o la tarta entera.

Sería un hecho consumado que pondrían sobre la mesa como baza negociadora. Ni EEUU ni ninguna otra potencia occidental quieren meterse de nuevo en Afganistán. A los contribuyentes estadounidenses la guerra de Afganistán les costó 2.500 muertos y 800.000 millones de dólares hasta el año pasado. Incluso para aliados menores como España, que ha estado presente en Afganistán de 2002 a mayo de este año, la factura a pagar ha sido altísima, cerca de 4.000 millones de euros y un centenar de víctimas mortales incluyendo a los 62 que murieron en el accidente del Yak-42 en Turquía que traía tropas que volvían de Afganistán.

Con esto evidentemente cuentan los talibanes. Saben que aquello es una ratonera y que a nadie le interesa volver por allí. Podrían ofrecer a EEUU el acuerdo de quedarse con el país a cambio de evitar ciertos excesos como los de la época del mulá Omar en los años noventa, que convirtió Afganistán en el santuario del terrorismo islamista. Es una posibilidad muy factible, pero habrá que esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos en los próximos meses porque dentro del bando talibán también hay diferentes posturas. Todos son igualmente fanáticos, pero unos son más realistas que otros. Si se imponen los primeros el emirato islámico de hace dos décadas volverá, pero tratando de pasar desapercibido.

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