Hace años, mi padre, médico reconvertido "a su tardía madurez" en escritor y director de teatro (su vocación), me organizó un viaje para ir a ver la obra Toc-toc a Madrid. Me gustó tanto que volví a la sala otra vez yo sola.
En casa, luego, hemos disfrutado la película en familia al menos en dos ocasiones más. Me sigo desternillando. No me importaría reincidir. Si hay una obra que en los últimos años me ha hecho reír desencajada es ésta.
El texto de Laurent Baffie se estrenó en 2005 en el teatro Palais Royal de París. Julián Quintanilla lo adaptó en 2009 para el Teatro Príncipe Gran Vía de Madrid y, poco más tarde, en 2012 , Jordi Galceran lo reescribió en catalán. En 2017, Vicente Villanueva la llevó al cine: la crítica no fue unánime en las valoraciones pero a mí el reparto me parece divertidísimo: Paco León, Rossy de Palma, Alexandra Jiménez… y, sobre todo, Oscar Martínez, interpretan estupendamente.
Ese día el psiquiatra parece tener un percance… y no aparece. Durante la espera se generan unas situaciones kafkianas que despiertan la hilaridad
Básicamente, el argumento es el de seis personajes coincidentes en una sala de psiquiatra, con unos trastornos obsesivos compulsivos que se disparan con la ansiedad.
Hay un personaje con cropolalia (que no puede evitar decir obscenidades), otra chica con palilaia (repite palabras sistemáticamente), un aritómano (que siente la necesidad patológica de contar objetos y realizar cálculos matemáticos) y una nosomaníaca (la sanitaria con pánico a contagiarse y a enfermar). Se suman una señora con un trastorno de verificación y un chico obsesionado con las líneas.
Sin conocerse, acuden todos a la consulta de un reputadísimo médico para solucionar sus problemas. Sin embargo, ese día el psiquiatra parece tener un percance… y no aparece. Durante la espera se generan unas situaciones kafkianas que despiertan la hilaridad.
El texto es lo suficientemente hiperbólico como para entender que no se ríe de la enfermedad sino de los escenarios que se crean. Lo mejor es que acaba haciendo que los reconozcamos en nuestro entorno.
Porque, ¿quién no tiene una manía o conoce a alguien que la tenga? Es de lo más común. Sin embargo el problema aparece cuando un comportamiento chocante se convierte en obsesión.
Hace unas semanas me impactaron unas declaraciones de Ximo Puig en el último Congreso del Partido Socialista de Baleares: se congratulaba de la mayor pérdida de esperanza de vida en Madrid que en Valencia.
Estas declaraciones se suman al elenco de ocurrencias "madrileñofóbicas" que Puig lleva lanzando hace tiempo para ganar méritos y desviar la atención de lo mollar
Lúgubre: de pésimo gusto competir en "ver quién la tiene más larga" (la esperanza de vida) en un contexto tan dramático como ha sido la gestión de la covid para todas las Comunidades Autónomas. Y tremendamente insensible con todas las víctimas y afectados.
Lo triste es que no fue un desliz. Estas declaraciones se suman al elenco de ocurrencias "madrileñofóbicas" que Puig lleva lanzando hace tiempo para ganar méritos y desviar la atención de lo mollar: desde acusaciones de "dumping fiscal" hasta propuestas de "impuestos anti madrileños".
El president parece tener la extraña creencia, velada e irracional, de que "si al madrileño le va mal, el valenciano estará contento". Nada más lejos de la realidad. Básicamente, los valencianos queremos que nos vaya mejor a nosotros, no peor al resto.
Porque, en general, no somos mala gente. En una tierra abierta, de turismo, agricultura e industria, entendemos que si Madrid (y el resto de España) avanza, nosotros podremos (y debemos) avanzar aún más y mejor.
Pero, además de generosos, los valencianos, como decía el anuncio, "no somos tontos". Estamos hartos de que se repartan los millones en base a extorsiones, por ejemplo. Y no se nos escapa tampoco que las arcas públicas se preservan o bien mejorando la gestión o bien sangrando a los contribuyentes. La mayoría, preferimos la primera opción.
La obsesión del president con Madrid (para hacer méritos con Sánchez, para competir con Oltra y para justificar su sillón) se está descontrolando
Hacer justo un presupuesto es una cuestión que corresponde básicamente al Gobierno de la nación. Y aumentar o reducir parte del IRPF, o los impuestos de sucesiones o patrimonio y destinar recursos a cuestiones esenciales (no a entelequias nacionalistas trasnochadas) depende directamente de Puig. Nada tiene que ver Ayuso en todo esto.
La obsesión del president con Madrid (para hacer méritos con Sánchez, para competir con Oltra y para justificar su sillón) se está descontrolando. Va camino de convertirse en un trastorno preocupante. Tan preocupante e histriónico como los de los personajes de Toc-toc. Tanto es así que, si no fuera el máximo representante de la Generalitat, y si de su gestión no dependiéramos todos los valencianos, resultaría hilarante. Lo cierto es que se torna patético.
No sé si Puig estará nervioso por algo porque dicen que las "manías patológicas" se disparan con la ansiedad. En todo caso, el hecho es que deben ser reconducidas: no tanto porque afecten al que las padece, sino porque generan disfunciones importantes al entorno.
La trama de Toc-toc es tan inteligente que hace que, en el transcurso de la historia, los protagonistas saquen sus propias conclusiones y superen sus neurosis. Estaría bien que alguno viera la película. Igual reconducía el tiro. Si no lo han hecho ya, ustedes no dejen de disfrutar la historia. La tienen accesible en muchas plataformas.