El último episodio relevante que ha protagonizado Vox en la acogedora chamarilería de la política nacional ha sido tan involuntario como irrelevante. Acusaban al diputado Steegmann de haber gritado 'gilipollas' a la titular de Hacienda, cuando, según confesión ulterior de parte, tan sólo dijo que 'ni de coña', que fonéticamente no es ni parecido pero todo es confuso en el fragor de los escaños
Y poco más, salvo una muy certera exposición de los motivos del 'no' a las cuentas socialistas por parte de Iván Espiniosa de los Monteros, portavoz de la bancada, que dejó atrás su pasado montaraz, agresivo y quincallero de la oratoria (le asimilaban por entonces a Resines), para convertirse en una de las voces más atinadas del Hemiciclo.
Vox no levanta la voz. No abruma con comparecencias estériles, no acapara medios ni improvisa performances. A veces se queja de ese asfixiante vacío que se le dispensa en las teles. Más bien parece un lamento entre tibio e impostado. En el fárrago del absurdo griterío en el que los rufianes y las médico-madres han convertido la cosa pública (Irene Montero, casi prejubilada, ya apenas grita con aquella voz suya de conejo estrujado) esa prudencia quizás se agradece.
Van a lo suyo, a cuestiones de relevancia, en especial ante los tribunales, donde, merced a sus pertinaces recursos, demandas, querellas y demás iniciativas, se han logrado victorias tan notorias y necesarias como las dos sentencias del Constitucional sobre la ilegalidad del estado de alarma decretado por el Gobierno. Dos estruendosas bofetadas que en una democracia sólida, adulta y de calidad habrían comportado la dimisión automática de algún miembro del Ejecutivo. Aquí no se ha movido ni una ceja. Las cacatúas oficialistas (o sea, casi todos), recurrían a aquello de que es poco recomendable 'judicializar la política'. Es decir, que la ley ha de sortear la acción del Ejecutivo para no estorbar. A semejantes borreguillos de micros y platós los colman luego de premios y medallas, e incluso de puestos, cargos y bien nutridas soldadas.
Recurren con insistencia a los tribunales convencidos de que alguien tiene que apuntalar los cimientos podridos de nuestro declinante estado de Derecho
Vox exhibe un prontuario de actuaciones ante los tribunales digno de reconocimiento y memoria. Actúan convencidos de que alguien tiene que apuntalar los cimientos podridos de nuestro declinante estado de Derecho. Así, han alineado actuaciones contra los golpistas del procés, el ridículo Tezanos, el nombramiento de la fiscal general, la mencionada alarma pandémica, los centros de Menas, la estafa del Plus Ultra, la niñera de Irene Montero, el móvil de Dina la asesora/asistente de Pablo Iglesias... Casi cincuenta movimientos judiciales contra presuntos latrocinios del poder socialista, en colaboración casi siempre necesaria de comunistas y nacionalistas, amén de los concubinos del racismo del tiro en la nuca.
Un rosario de causas y procedimientos, coronado en gran parte con éxito, que ha colocado en situaciones complicadas a quienes controlan los resortes del poder. En este ámbito, ha sido Vox quien ha llevado las riendas del centroderecha, aunque en muchas ocasiones tanto PP como los residuos de Cs se han sumado alegremente al carro. En alguna ocasión, más bien escasa, los tres tenores de la derecha dieron en concurrir al unísono.
La ministra EmeJota Montero, en un torpe revival en el Congreso, intentó reavivar el espantajo de Vox en desesperado esfuerzo por insuflar un aliento de ánimo a los suyos, tan desfallecidos, y señalar de paso al PP, tan desnortado
Hasta hace meses, quizás en coincidencia con las elecciones del 4-M, el partido de Santiago Abascal asumía el papel del epicentro de todos los males, el agujero negro de todos los conflictos, el aleph de todas las convulsiones. Vox era el diablo, probablemente. Era también la coartada inexcusable a la que recurrían los oradores del progreso en su objetivo de expulsar al centroderecha del tablero de la política.
La ministra EmeJota Montero, en un torpe revival en el Congreso, intentó reavivar el espantajo de Vox en desesperado esfuerzo por insuflar un aliento de ánimo a los suyos, tan desfallecidos, y señalar de paso al PP, tan desnortado. Fue un flashazo vintage tan inútil como ridículo. "Vamos a luchar para que ustedes no participen en ningún Gobierno de este país, y lo haremos tendiendo la mano al PP", le dijo a la bancada voxera. Instantes después, acariciaba a mansamente Rufián mientras, al tiempo, besuqueaba complaciente a Bildu.
El papel de punching de la izquierda lo ha asumido ahora, con brío en y en todo su esplendor, Isabel Díaz Ayuso, a quien estos alevines del leninismo, estos bachilleres de la intolerancia, estos lobatos del dogmatismo absolutista, la han distinguido ya con los laureles del estigma del mal, la han situado en el frontispicio de los convictos en fase de lapidación.
En Vox optan por la conseja del conde Lucanor: "Que la inquietud no te haga atacar, siempre vence quien sabe aguardar". No son tiempos de aspavientos desmadrados ni alaracas escénicas. El ánimo en sus filas se mantiene vivo y en tensión, como se comprobó en ese peculiar evento que, bajo el enunciado de 'Agenda España' congregó a veinte mil fieles en la Feria de Madrid, hecho asombroso por tratarse de un evento sin causa y por celebrarse en puente festivo, que desbordó todas las previsiones.
Tiene al partido engrasado, las huestes motivadas y dos arietes de alta talla como Espinosa y Macarena Olona, ambos con buena imagen, general aceptación y una razonable soltura dialéctica
Abascal se prodiga poco. Siempre ha sido así.. Quizás hasta le conviene sumergirse en los silencios prolongados y evitar charcos desbordados de vacunas. Tiene al partido engrasado, las huestes motivadas y dos arietes de alta talla como Espinosa y Macarena Olona, ambos con buena imagen, general aceptación y una razonable soltura dialéctica que enerva a los analistas de regüeldos perfumados. Y, muy en especial, dispone ahora de un prodigioso entorno de guerras tous azimuts que hacen de Vox un oasis balsámico.
Mira a su izquierda y observa el fervoroso combate en el gineceo gubernamental, Calviño, Yolanda, Belarra y alguna otra que se ha Colau, todas contra todas, una disputa cruel, intensa e interminable, con un final aún por escribir. En la derecha, una trifulca similar, con la cúpula de Génova empeñada en dinamitar a su valor más cotizado. García Egea y, ya sin duda, Pablo Casado, enfrascados en una embestida frontal y estúpida para cerrarle el paso a Ayuso de la dirección del PP en Madrid. ¿Cabe necedad mayor? El actual líder del PP, en avanzado estado de marianización, está empeñado en derribar lo que empezaba a elevarse desde apenas hace unos meses. ¿Cuántos de los 80.000 votantes de Vox que respaldaron a Ayuso repetirían su apuesta en las generales? ¿Cuántos votantes del PP huirán rumbo a Vox, o a su casita, si Génova persiste en la gansada?. A Casado se le empieza a poner esa cara estúpida y panoli de Woody Allen en la escena final de Manhattan. Solo que Cuca no es Mariel.
La cita de Andalucía
Vox, la tercera fuerza del Parlamento, se mantiene firme en sus errores (doctrinales e ideológicos, que son muchos) y defiende con audacia sus principios, valores en alza muchos de ellos, como la defensa de la propiedad privada, el edificio de la Justicia, las instituciones, la identidad nacional, la familia, el estado de derecho, la inmigración legal y una lucha feroz contra el despilfarro del dinero público, la manipulación identitaria, los chiringuitos de género y de los otros, las mentiras o los zarpazos permanentes contra marco democrático.
Las elecciones andaluzas, quizás antes de primavera, van a ser el momento clave para calibrar si esta estrategia consigue resultados. Algunos piensan irrepetible superar los doce escaños que le cayeron de sopetón en el territorio más socialista. Otros auguran al menos quince asientos en la Asamblea.
"Ya no se habla de Vox", comentan los escépticos. Ni falta que hace. Todo se andará. Quizás sea cierto que todas las desgracias de los hombres provienen de hablar demasiado, como sugirió Camus.