Siempre que escribimos hace falta un arranque, a veces es una frase, una nota tomada a lápiz en un cuartilla arrugada y llena de enmiendas. Otras, basta con una palabra para que se haga el pequeño milagro de ir llenando -o manchando-, el folio que ahora está leyendo en Vozpópuli. Pero hay otras maneras de alimentarse en la gran conversación que es el mundo de la lectura y la escritura, leer a los amigos. A los amigos que citan a otros amigos, los hayan conocido o no. Mi amigo Fernando Rodríguez Lafuente recuerda en su último artículo a Borges, que sostuvo en su momento que nadie escribe lo que quiere, escribe lo que puede. Cierto. Y hasta puede que sea como aseguraba Baudelaire: "Yo no escribo, a mí me dictan".
La ultima mentira de Illa
Verán, yo quería escribir sobre Salvador Illa y su jesuítica homilía en la fiesta de la rosa que todos los años monta el Psc. En Gavà, Illa anunció con pena a los suyos que por culpa de las lluvias Pedro Sánchez no podría estar, que el avión no podía salir. Un dinerillo que nos ahorramos. La meteorología tiene la culpa con la misma fluidez que la tiene el cha cha chá. Con un mentiroso ya nos vale, para qué dos. El president es una rara avis en el atribulado mundo de la política española. Pasa por ser constitucionalista, lo que podemos y debemos discutir a tenor de lo que hace y dice. Dice respetar las formas, y por eso primero se reúne en Barcelona con Jordi Pujol y luego se viene Madrid a ver a Felipe VI. De rey a Rey.
Illa, cuando miente, se pone serio, ufano y circunspecto para asegurar que “Cataluña ha vuelto para mejorar España”, mientras se prepara para romper la caja común de todos los españoles. O una cosa o la otra, pero las dos al mismo tiempo es imposible, a no ser que su naturaleza catalana le permita el milagro de soplar y sorber al mismo tiempo. Algunos, pocos, son capaces de semejante prodigio. He ahí a Santos Cerdán, un hombre lunar y de cartón piedra reuniéndose de nuevo con un fugado de la justicia española. Después de ver a su amigo Carles en Suiza, vuelve a España, y tal día que mañana miércoles se sentará en su escaño del Congreso. Habrá quien lo vea natural, y hasta diga que en esto consiste la política, en buscar soluciones, aunque sea fuera del decoro y la dignidad. ¡Sancta simplicitas!
Estaba en esto, y les aseguro que esté era mi argumento hasta que por una extraña asociación entre una vieja y rancia canción y una noticia se ha hecho bueno eso de que uno escribe sobre lo que puede, no lo que quiere. “Soldadito de Bolivia, soldadito boliviano/ armado vas de tu rifle, que es un rifle americano. (…) No sabes quién es el muerto, soldadito boliviano/ el muerto es el Che-Guevara, y era argentino y cubano”. Me da vergüenza tantos años después recordar que alguna vez hemos cantado cosas tan siniestras como esta que escribió Nicolás Guillén. Menos mal que el hombre que fuimos ya no existe, que somos otro, y mañana otro, y así hasta que termine esta broma pesada. Menos mal.
Zapatero, el último soldadito boliviano
Ahora leo con interés los últimos movimientos del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, y de paso recuerdo lo muy equivocados que estábamos con aquella gracieta de Alfonso Guerra al llamarlo Bambi cuando se hizo con el Psoe. Aquello fue, más o menos, el día en el que ganó a Pepe Bono el liderazgo del partido con el apoyo de la delegación catalana. Sin ese apoyo de los socialistas catalanes, Zapatero sería hoy un señor de provincias que un día fue diputado por León, España un país mejor. Pero ganó el 35 congreso del Psoe en contra de todos los pronósticos. Le sacó a Bono nueve votos por obra y gracia de Pasqual Maragall. Después, y aunque nadie lo pedía, y para pagar el favor recibido, dijo aquello de que apoyaría la reforma del estatuto de Cataluña tal y como el parlamento catalán lo mandara a Madrid. Y así fue. Nunca fue más oportuno el refrán: de aquellos polvos, estos lodos.
Con el tiempo, el que fuera presidente de Castilla la Mancha se desempeñó como ministro y presidente del Congreso, y eso le hizo decir en 2011 que la figura de Zapatero se engrandecería cuando llegara el día en el que no fuera presidente. Bueno…ya sabemos una de las razones por las que Bono no ganó aquel congreso de julio del año 2000. Facultades para leer el futuro no tenía.
Rodríguez Zapatero políticamente no es más grande. Ni en Venezuela, ni en Madrid, ni en Bolivia, donde al parecer se encuentra para apoyar a Evo Morales, otro que no se termina de acostumbrarse a estar en la oposición. El expresidente sería hoy lo que en mi infancia se llamaba un zascandil, que el diccionario de la RAE define como persona de poca formalidad, inquieta y enredadora, pero también como hombre astuto, engañador, por lo común estafador.
Ya sabemos que el amigo de los chavistas estuvo desde el principio en la carpintería en la que se decidió la salida de Edmundo González Urrutia de la embajada española de Caracas. Y hoy podemos confirmar que esa salida -un verdadero acto de cobardía de un señor mayor que nunca tuvo que ser candidato- ha dado alas a Maduro, que tiene en su bolsillo un papel en el que Edmundo González firma su consentimiento a la hora de reconocer que él no ganó las elecciones.
A muchos españoles nos hierve la sangre recordando que este señor dirigió las riendas de este país de cabreros durante casi ocho años. Ocho nada menos
Nada de esto sería posible sin el trabajo del zascandil que hoy está en Bolivia, donde pretende diluir su protagonismo en la oscura salida de González Urrutia. Pero Zapatero no ha hablado desde que su amigo Maduro diera el pucherazo electoral. No tiene nada que decir, al parecer. No es capaz de pedir las actas, ni la luz ni los taquígrafos. Mientras tanto, a muchos españoles nos hierve la sangre recordando que este señor dirigió las riendas de este país de cabreros durante casi ocho años. Ocho. Y por favor, lo de país de cabreros se lo apuntan a Jaime Gil de Biedma, que a él se lo he leído. Y sí, ya sé que el poeta lo escribió a finales de los cincuenta. Pero a mí, algunos días del pasado me parece que fueron ayer mismo.