Lo imposible es una expresión que poco o nada tiene que ver con lo que fue la carrera del músico norteamericano Frank Zappa mientras estaba con vida, ni tampoco tras su muerte víctima de un cáncer de próstata el 4 de diciembre de 1993. Es inútil establecer el número de discos editados a su nombre en vida y más aún tras su fallecimiento. Pero la noticia que ha saltado estos días habla de que su próxima obra oficial será la número 100 de una carrera tan irregular como genial, tan desconcertante como deslumbrante, tan difícil de abarcar como apasionante y necesaria para la evolución de la historia de la música rock y todo tipo de derivados.

Por mucho que se insista en que el avión es el medio de transporte más seguro que existe, no son pocas las personas que continúan teniendo auténticos problemas a la hora de plantearse siquiera la posibilidad de subirse a una aeronave. Será el más seguro, pero también el más antinatural para unos seres como nosotros que carecemos de la capacidad de volar, por mucho que ello constituya algo más que un sueño.

Los anglosajones, que por algo inventaron el rock’n’roll, tienen términos para definir cualquier aspecto que rodea a esta música. Por inventarla y porque su idioma se presta a compactar amplios significados con el uso de muy pocas sílabas. Esa y no otra es la principal razón de que el rock cantado en inglés suene mucho más fluido que en otros idiomas.

Cuenta la leyenda que Warren Zevon, durante la grabación del que iba a ser obligatoriamente su último disco, The Wind, estaba haciendo cola en la caja de un supermercado, cuando una señora se entretuvo más de la cuenta a la hora de pagar. Zevon le apuró, a lo que la buena dama refutó que qué prisa había. “Para mí, toda la del mundo. Me quedan dos semanas de vida y tengo que terminar mi último disco”.

Que un solista o grupo realice versiones de otros autores es algo habitual incluso en un mundillo como el del rock, en tantas ocasiones campo abonado para las rencillas y envidias. Pero estas versiones sirven de referencia o guiño para que cada autor ponga sobre las tablas el origen de su inspiración musical. El último ejemplo viene de un grupo de músicos que reinterpreta los temas de Peter Gabriel.

Los convulsos tiempos que vive la industria musical parecen no tener fin. A la fácil sensación del todo gratis que ha traído Internet se une una crisis económica que se ceba aún más en los productos culturales. Y no debería olvidarse la propia incapacidad demostrada por la industria discográfica tradicional para adaptarse a los nuevos ritmos.