Son pedacitos de España al otro lado del Atlántico, ciudades trazadas con los postulados estéticos que dictaba la corona, allá donde se adivinaba una promesa dorada. Los cimientos del nuevo orden brotaron en rincones lejanos siempre con una plaza mayor, pero también con majestuosas catedrales, callejuelas estrechas, balcones enrejados y patios frescos y floridos con la esencia de la madre patria. Repasamos las huellas más hermosas de la arquitectura colonial, las ciudades con más encanto que nacieron al calor del descubrimiento en el que fuera, en su día, el exótico ultramar.