Cuando ustedes lean mañana este artículo, si es que tienen a bien hacerlo, ya se conocerá el desenlace de Supervivientes, un programa que en puridad nadie sabe por qué existe todavía. Es incluso probable que este viernes por la noche haya siete u ocho trendig topics -¿por qué no decir "tendencias" a secas?- relacionados con la esperadísima final. Poco importa en realidad quién gane, porque lo verdaderamente esperado de la noche, el momento para la historia televisiva, es el encuentro en plató de Olga Moreno y Rocío Flores, esposa e hija de Antonio David, fulminado nada más estrenarse la docuserie sobre Rocío Carrasco.
De hecho, toda esta edición del reality de Mediaset ha estado encaminada por sus hacedores a provocar tanto el citado encuentro como esa batalla definitiva entre los defensores y los detractores de Olga Moreno. Nunca un espacio de telerrealidad estuvo tan marcado por la relación de una de las participantes con hechos -los narrados por la hija de Rocío Jurado- que poco o nada tienen que ver con el concurso. De alguna manera, con su voto para esta final la audiencia de Supervivientes dictará sentencia (una sentencia populista, en todo caso) también sobre quién tiene razón en el caso de Carrasco y Flores.
Ya advertimos aquí hace tiempo que lo de Telecinco en este caso era negocio revestido de feminismo. Porque no me negarán que el planteamiento descrito -evidente al ver cómo se ha mantenido a Moreno hasta la final sin merecerlo al decir de todos los expertos de la cosa- resulta cuanto menos incoherente con la pretendida defensa de la presunta maltratada. Aquí no hay principios que valgan. Ni feministas ni de tipo alguno. Se pone una vela a Dios y otra al Diablo -ambos supuestos, además- y se provoca que los espectadores juzguen pero no sólo lo que ha pasado en el propio programa.
La mejor terapia para soportarlo, claro, es no verlo. Pero a ver quién es el guapo que no cae en la tentación
El público, por supuesto, está encantado con el panorama porque es justo lo que ansía, como aquellos seres carentes de pan y sedientos de sangre en la arena que acudían al coliseo romano para ver desmembramientos en directo. En los péplums ya descubrimos, claro, que quienes diseñaban semejantes espectáculos tenían bastantes menos escrúpulos que quienes acudían a presenciarlos.
Lo sencillo es pensar que toda la gente que ve algo así es medio idiota, pero las cosas no son tan fáciles. El comportamiento bovino de los espectadores es entendible porque, como siempre dice mi amiga enfurecida, sólo buscan entretenerse con estas frivolidades sin hacerse demasiadas preguntas y para desconectar de sus preocupaciones, que son muchas y no pequeñas. Quizás pasar el rato viendo a esta recua de fantoches que pelean por la gran victoria en el programa sea sólo una forma de esconder el miedo, como ya explicamos en su día. Pero en verano, época de amores furtivos y novelas para soñar, nadie tiene el cuerpo para filosofías así.
Con todos los ingredientes expuestos, el morbo de este último capítulo de Supervivientes es desproporcionado y, por ello, no es difícil vaticinar que habrá récord de audiencia, incluso por delante de un gran programa de consumo familiar como es La Voz Kids (Antena 3). Esta misma semana el reality ya aplastó a otro contenido más entretenido y de más calidad como es Mask Singer. Es lo que tenemos, nos guste o no. La mejor terapia para soportarlo, claro, es no verlo. Pero a ver quién es el guapo que no cae en la tentación.
CODA: Sí, finalmente Olga Moreno ganó 'Supervivientes'. Allí estaban los hijos de Antonio David y Rocío Carrasco para felicitarla efusivamente -"eres la mejor persona que he conocido", dijo el joven delante de las cámaras y con Carlos Sobera acercando el micro. En cambio allí no estaba Jorge Javier Vázquez, que se quitó de en medio de esta final. Ya se anuncia, según exclusiva de La Razón, un programa para la semana que viene en que Olga responderá a Carrasco. Todo ello confirma lo antedicho: la mejor terapia para el espectador es no asistir a un negocio así.