Un mundo nuevo estaba naciendo sobre, literalmente, los pilares de lo que entendemos por Antigüedad clásica. Después de haber disfrutado plácidamente durante siglos en sus panteones, los dioses del Olimpo estaban a punto de ser sustituidos por un culto surgido como una escisión del judaísmo en la remota región de Judea. Y todo comenzó por un sueño.
Si hacemos caso a la leyenda, aunque desde el rigor histórico no deberíamos, Constantino tuvo un sueño antes de la decisiva batalla del puente Milvio en la que se enfrentó a Majencio por el control de Roma. En aquel sueño el Dios cristiano se le apareció y le ordenó que dibujara el símbolo del crismón (la combinación de las letras griegas X y P, las dos primeras del nombre de Cristo). Las apariciones o visiones antes de la batalla eran algo común en la historia romana como elemento de arenga a los soldados. Lo más probable es que el protagonista de aquella visión fuera otra deidad, el Sol Invictus, según señalan los autores de ‘La Roma de Constantino’, Néstor F. Marqués y Pablo Aparicio, donde reconstruyen la historia y el aspecto de la última Roma monumental de la Antigüedad y el inicio de la Roma cristiana.
Cualquier persona que hubiera vivido el esplendor de los primeros siglos del imperio sería capaz de orientarse en la Roma actual con las referencias del Coliseo y el arco de Constantino, aunque en ambos casos pensaría que dichos edificios habían sido saqueados en una invasión gala. La elegancia con la que nuestros ojos contemplan el mármol desnudo de columnas haría pensar a nuestro viajero en el tiempo que estaba ante un edificio a medio hacer.
El arco de Constantino es uno de aquellos supervivientes, inaugurado en el 315 d.C para celebrar la victoria sobre Majencio, es un monumento propagandístico que expone las virtudes del emperador. Aunque se ha conservado bastante bien, se trataba una construcción de mármoles policromados con tonos amarillos, verdes y púrpura y coronada por una cuádriga dorada, y que, como era habitual aprovechaba restos de estructuras anteriores, los conocidos como ‘spolia’. “De los relieves a las estatuas y los sillares, todos son reutilizados; así se ha podido comprobar en recientes restauraciones. Incluso algunos autores han llegado a plantear que los relieves de los que acabamos de hablar fueran también creados reaprovechando escenas talladas para el emperador Majencio”, destacan los autores.
Aquel romano también se sorprendería de ver al coliseo sin las estatuas que habitaban cada arco del edificio de juegos. También le sorprendería que nos refiriéramos al edificio como "coliseo", puesto que el nombre original era empleado para nombrar la estatua dorada gigante de Nerón, situada al lado del anfiteatro y el Arco de Constantino.
La hegemonía del mármol en nuestro recuerdo del pasado clásico también nos deja tuertos ante los materiales constructivos más generalizados, el ladrillo y la madera. En varias de las recreaciones aéreas que aparecen en el tomo vemos, que a vista de pájaro, Roma era de tan marrón rojizo como cualquiera de nuestras ciudades y pueblos actuales.
Una de las joyas del libro y de la que los autores dicen sentirse más orgullosos es la recreación del mapa de la ciudad al completo en el momento de la muerte del primer emperador cristiano. Una ciudad amurallada, todavía muy contenida por el Tíber, en la que destacan la cantidad de palacios, anfiteatros y teatros. El plano, un desplegable de cuatro hojas, es un entretenimiento con el que pasar horas comparando con el Google maps actual. Los ojos se pierden en los miles de detalles como los trazados de acueductos e impresiona ver los restos todavía en pie de la primera Roma imperial, y el nacimiento de espacios como la basílica de San Pedro, arrinconada en una esquina y fuera de la ciudad.
El primer emperador cristiano
Fue con Constantino cuando los cristianos comenzaron a tener sus propios templos en los que reunirse y rezar y utilizaron la estructura diáfana de las basílicas, palabra que entonces designaba a tribunales encargados de impartir justicia. La primera fue la Basílica Lateranensis, hoy conocida como San Juan de Letrán, edificada sobre el campamento de la caballería personal de Majencio. La que sigue siendo considera como “Omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput” (madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y de toda la tierra) fue levantada poco después de la batalla decisiva de puente Milvio gracias o cuantioso desembolso de oro, plata y estatuas de Constantino. Aunque como destacan los autores, estas donaciones no deben entenderse como un ímpetu personal hacia la purgante fe cristiana, sino a un ánimo de integrar a los cristianos. De hecho, Constantino siguió manteniendo una visión religiosa “ampliamente tradicionalista y protegida por su compañero divino solar”. Los autores revelan el progresivo cambio del emperador plasmado en la acuñación de moneda, con una interesante diferencia entre las destinadas a las clases más bajas, más cercanas al cristianismo; y las élites tradicionalistas. A partir del 318, las referencias a Sol, presentes en todas las monedas anteriores, desaparecen por completo, mientras que seguían presentes en las monedas de oro de las clases más altas. Con las monedas, un elemento más de la propaganda, el emperador trataba de acercarse a las distintas sensibilidades.
Estamos en estos momentos, década del 320, una época clave en la historia mundial, con esta progresiva unión entre Imperio, de nuevo unificado, y una Iglesia en formación con muy importantes diferencias doctrinales. Constantino ya había mostrado su preferencia por la fe cristiana y en mayo del 325 reunió en Nicea a más de 300 obispos de Oriente y Occidente para unificar también el terreno religioso. A su regreso a Roma, Constantino también sufragó la construcción de una basílica, entonces a las afueras de Roma, donde según la tradición reposaban los restos del apóstol Pedro.
Sin inteligencias artificiales
En los tiempos del nacimiento de la inteligencia artificial generativa en los que miles de plataformas son capaces de dibujar en un segundo un soldado romano ultrarrealista, desde la academia se alerta del peligro de estas representaciones. La mayoría de ellas carecen del rigor suficiente y están plagadas de sesgos. Preguntados por el uso de las IA en este tipo de trabajos, los autores reconocen la potencialidad de estas nuevas técnicas, pero también sus limitaciones, especialmente a la hora de ofrecer un producto históricamente riguroso.
"Como expertos en patrimonio virtual, más allá de nuestra faceta como arqueólogos e historiadores, conocemos esta tecnología puntera, sus posibilidades y limitaciones. Es precisamente por esto por lo que en este libro hemos decidido no utilizar ninguna IA generativa. Podemos asegurar que todas las imágenes y textos que el lector podrá disfrutar en el libro contienen un 0% de Inteligencia Artificial y un 100% de trabajo duro, rigor histórico, cuidado visual y ganas de compartir nuestra pasión por el patrimonio", señala Néstor Marqués
“Recrear estructuras tan importantes con el Arco de Constantino, la Basílica Nueva o las basílicas cristianas de Roma, estatuas fundamentales como las dedicadas a Constantino o espacios completos como la Via Sacra o la plaza del Coliseo ha sido todo un reto y un honor. Pero, tal vez, el trabajo más importante, y del que estamos más orgullosos en este sentido, es la creación de la vista aérea de toda la ciudad de Roma a la muerte de Constantino en el año 337”, concluyen los autores.