No hay que ser un gran crítico de cine para verle las costuras a Athena (Netflix), la nueva película de Romain Gavras. Estamos ante un producto vibrante y adictivo, pero carente por completo de sustancia. Quien quiera defenderlo tiene un par de ardientes clavos a los que agarrarse: sobre todo esos detalles donde el director intenta apartarse del maniqueísmo, véase la presentación de los policías como seres humanos y el hecho de que tener la piel oscura no garantiza siempre la bondad del personaje. El problema es que estas virtudes se desmoronan por completo en los dos minutos finales, donde Gavras nos castiga con una moraleja gratuita y sonrojante, en la que se culpa de todos los problemas sociales de los guetos franceses a los grupos de extrema derecha. ¿Tiene razón el director en sus acusaciones?
Incluso el izquierdista más extremo sabe que la pujante nueva derecha no es culpable de la crisis social en Francia. Para empezar, por un motivo muy sencillo: hasta ahora no ha tenido poder suficiente para ser culpable de nada, muchos menos en las grandes ciudades, donde apenas obtiene votos. El espectacular y sostenido ascenso de la derecha radical en el Viejo Continente tiene mucho más que ver con los fracasos de la socialdemocracia y de la derecha liberal que con las propuestas de los programas dextropopulistas (de momento, más centrados en las consignas que en las propuestas concretas). La película de Gavras despierta gran interés porque las banlieues -expresión de uso común para referirse a los barrios periféricos conflictivos con mayorías migrantes- son el gran fracaso actual de la República Francesa, reconocido por izquierda y derecha.
No solo se trata de un problema nacional, sino que afecta a toda Europa, como descubrieron los aficionados del Real Madrid que acudieron a la final de Champions 2022 en Saint-Denis. Muchos sufrieron en carne propia la violencia cotidiana de esos barrios, conocidos como no-go zones (zonas que es aconsejable no pisar). El invierno demográfico europeo, la inmigración masiva y la incomodidad de los políticos con este tipo de conflictos (donde es fácil que te acusen de racismo) amenazan con aumentar problemas de integración social. Y no solo es un problema para los franceses ‘de toda la vida’, sino también para la juventud de las banlieues, que en gran parte se siente en tierra de nadie, ni franceses “de verdad” ni realmente arraigados en los países de origen familiar.
'Athena' y el declive intelectual progresista
La película de Gavras no explica nada de todo esto, sino que se limita a una hipnótica sucesión de travellings, explosiones y peleas de puñetazos (lo más aprovechable es la evolución del personaje de Abdel, soberbiamente interpretado por Dali Benssalah). La escasa sustancia que presenta la película no puede ser ninguna sorpresa para quienes seguimos la música popular contemporánea, ya que conocíamos a este creador audiovisual por vídeoclips tan lamentables como “Stress” (2008) de Justice o “Born Free” (2010) de MIA, ambos centrados en la glorificación de la violencia del gueto, en busca de emociones baratas para adolecentes descerebrados adictos a la MTV o la estética malota de Vice (ese adolescente que también fuimos en los noventa muchos de los cincuentones de hoy). Pocas posturas políticas puede haber más rechazables que estetizar la ley de la jungla de los guetos actuales para hacer una carrera en la música, el cine y la publicidad (Gavras también ha firmado anuncios para Adidas).
Athena reproduce de manera lujosa pero simplona el relato de la burguesía bohemia, cada vez más encerrada en su burbuja
El visionado de Athena no solo suscita rechazo por su vacío cultural, sobre todo invita a pensar en el bajón de nivel analítico del cine social europeo. Romain Gavras es hijo de Costa-Gavras, uno de los directores centrales en nuestra tradición de cine político, que puede gustar más o menos pero siempre se esforzaba por desentrañar las estructuras sociales que aplastaban la posibilidad de alternativas políticas. También resulta deprimente comparar Athena con las películas y reflexiones de Bertrand Tavernier, un director de izquierda interesado en estas mismas batallas. Su potente decálogo de 2005 sobre los problemas de las banlieues explica todo lo que la película de Romain Gavras pasa por alto.
Forzando un pco el humor, podemos decir que Athena anda más cerca de la lógica de la saga Transformers que de las aspiraciones de transformación social del viejo progresismo europeo. Se ha pasado del análisis basado en el marxismo a una excitación estéril propia de publireportaje de Red Bull. Alguna escena presenta los enfrentamientos con la policía con un épico juego de rol o una recreación de los asedios de la saga El señor de los anillos, pero con sudaderas con capucha hip-hopera. Para muchas élites de izquierda occidental, las revueltas siguen siendo una especie de excitante juego de rol.
De manera muy superficial se trata el debate de si son los jóvenes, con su ímpetu y su impaciencia hiperventilada, quienes dificultan la solución al conflicto social de las banlieues. Cualquier análisis de la iconografía debe concluir que Gavras glamuriza la estética gángster de barrio: basta recordar la escena de un policía perseguido y temeroso que se cruza con un majestuoso insurrecto, que va a caballo y luce chándal de la marca Roc-A-Wear (la del superventas macarra Jay-Z, marido de Beyoncé). Como ha explicado de manera brillante el geográfo Christophe Guilluy, Francia está fracturada entre los grandes núcleos urbanitas y el mundo provinciano rural, hasta el punto de parecer dos países distintos. Athena reproduce de manera lujosa y simplona el relato de la burguesía bohemia, cada vez más encerrada en sus burbuja cultural.
Uno cualquiera
Suena a "eh colega, esto no va de malos y buenos... Pero estos son los malos, y estos los buenos. O por lo menos los molones." Ya me lo dejó bastante claro el trailer de Netflix, creo que pasaré bastante de la producción.