Cultura

Batman: la venganza contra los humildes

El Joker de Phoenix es una víctima, sin motivaciones propias, una consecuencia de los desbarajustes del neoliberalismo salvaje

  • Fotograma de la película The Batman.

“Escondido en el caos, está el crimen, esperando atacar como una serpiente”, con estas palabras del primer monólogo se inicia The Batman (2022), la última película sobre el hombre murciélago que tendrá una nueva trilogía para esta década, como es habitual cada vez que un director se hace cargo del personaje de DC comics. La película termina (atención, mini spoiler) con un encuentro entre Enigma y Joker, lo que invita a pensar que la segunda parte podría tener como villano protagonista a este último, pudiendo coincidir con el estreno de Joker 2, el musical que pretende alargar la mitología del “malo” por antonomasia. 

Batman es, probablemente, el único superhéroe que agranda las leyendas de sus villanos: consiguen más furor entre el público que el propio héroe encargado de acabar con ellos. Se ven muchos más avatares del Joker en nuestras redes sociales que del murciélago de Batman, también muchas más camisetas entre adolescentes de nuestras ciudades. Hasta existen imitadores del Joker que llegan a cometer asesinatos en la vida real (como ocurrió recientemente en el metro de Tokio). No es para menos, el Joker ha logrado tener una película propia que se ha convertido en una obra de culto contemporánea, una de las películas que ha trascendido en la década 2010-2020 en nuestra cultura popular. Pocos supervillanos pueden presumir de lo mismo. Fisk, el Duende Verde o el Doctor Octopus de Spiderman, o Lex Luthor de Superman no han logrado ese privilegio de tener películas propias. No tienen una personalidad suficiente para merecer ser algo más que el antagonista puro de sus respectivos superhéroes.  

¿Por qué mucha más gente puede adorar al Joker antes que a Norman Osborn o Lex Luthor? Porque el Joker es un perdedor del sistema, un monstruo creado por las condiciones del neoliberalismo (combinación del individualismo con un fracaso personal), mientras que Lex Luthor, enemigo de Superman, como otros grandes enemigos de Spiderman, son ricos caprichosos que entienden que su poder económico debería darle acceso a un poder total sobre la sociedad. 

El Joker es un perdedor del sistema, un monstruo creado por las condiciones del neoliberalismo (combinación del individualismo con un fracaso personal)

En Batman, quitando sus colaboraciones con otros personajes de DC, los malos siempre son pobres, mientras que en otros superhéroes suelen ser ricos, ganadores. De hecho, Spiderman, Peter Parker, se erige como icono pop de la clase trabajadora, empollón que convive con sus entrañables tíos en una humilde vivienda de la periferia de Nueva York y suele gustar más que el sombrío Batman, al menos como personaje propio (no como universo en sí).  

¿Quién es "el malo"? Joker, Batman y Spiderman

Los supervillanos son una representación del mal. La forma en la que presentamos a estos personajes, sus atributos, sus historias, sus motivaciones para hacer fechorías, guardan relación con la manera en la que nos entendemos como sociedad, quiénes son los buenos, quiénes son los malos y porqué. Y, en esta forma de entendernos, tiene mucho peso el lugar desde el que pensamos el mal. Cuando uno es rico, como Bruce Wayne, tenderá a mantener el orden existente y, por lo tanto, los enemigos serán los desestabilizadores de ese orden, los de abajo. En El Caballero Oscuro, este principio de ser un rico que, en las sombras, mantiene todo en orden porque sino el pueblo tendería al caos, se eleva a elemento fundacional de la sociedad, que debe incluso instalar la mentira como herramienta necesaria para mantener su cohesión, tal como analizó Zizek. 

La idea de que sin un orden fuerte que exige de cloacas no visible responde a una clásica paranoia burguesa, según la cual ellos son los buenos, pero siempre hay elementos sueltos perturbadores cuya única finalidad es crear el caos. Aquí entra el Joker de Heath Ledger, diferente al de Joaquim Phoenix, que corrobora esta versión asegurando que “¿De verdad crees que tengo un plan? […] soy un agente del caos, y ¿Sabes qué tiene el caos? Que es justo”. Es interesante puntualizar que, en esa versión del Joker, no tenemos una explicación de sus orígenes sociales, no es una víctima de nada, simplemente intenta desenmascarar la hipocresía, los puntos ciegos del sistema. Ni siquiera hay una vocación clara de venganza como sí ocurre en el Joker de Phoenix. Es más bien un hackeo total al sistema que una motivación vengadora en sí por los agravios sufridos a lo largo de una vida. 

El Joker de Phoenix es una víctima, sin motivaciones propias, una consecuencia de los desbarajustes del neoliberalismo salvaje. De hecho, el momento en el que se vuelve loco es el momento en el que le comunican recortes en las prestaciones sociales, que cubrían los gastos de sus medicamentos. Un monstruo creado por el neoliberalismo, al que la película intenta justificar a través de su propio viaje personal. 

El Joker de Phoenix es una víctima, sin motivaciones propias, una consecuencia de los desbarajustes del neoliberalismo salvaje

¿Qué es el mal en nuestra sociedad? ¿Está justificado? Estas preguntas sobrevuelan constantemente Batman. El problema es que siempre tienen como fijación a los humildes, a los excluidos. En cualquier película de Batman tendremos una escena sórdida, una noche oscura que alberga horrores, donde personas desaliñadas que esconden su rostro tras una braga cutre perpetran un atraco de baja estopa en un callejón perdido contra una mujer indefensa. 

Enigma, Joker y hasta Pingüiño son deformaciones sociales, excluidos, gente que recluta a perdedores extravagantes para cometer sus acciones. El enemigo nunca es el de arriba, al que siempre se presenta como algo bello, impoluto, que puede tener sus caras ocultas, pero que mantienen siempre la compostura.  Por estas razones, mucha gente puede ver en los malos de Batman una rebelión al sistema, pueden verse seducidos por su nihilismo que, en realidad, no conduce a ninguna parte. El Joker es, ante todo, un nihilista, un egocéntrico, la otra cara del éxito personal, su reverso tenebroso. Hace del fracaso personal un leitmotiv para su propia marca bajo la idea de que es mejor ser demonio antes que no ser nada en absoluto. 

En Spiderman, esto es completamente diferente. De hecho, en la mayoría de los cómics de Marvel, los buenos son justamente esos que tienen cuerpos disidentes (X-MEN), que no encajan en la normalidad social o que son directamente antifascistas (Capitán América, el héroe rooseveltiano creado para luchar contra los nazis en la segunda guerra mundial). Es significativo que los buenos sean casi siempre mutantes, fusiones de insectos y humanos, rompiendo con la integralidad de los superhéroes de DC. Los malos, el mal aquí, es muchas veces el rico, el egoísta emborrachado de poder que piensa que el dinero te da acceso a saltarte las normas y tener el mundo en tu mano. Caso paradigmático sería el Duende Verde. En estos universos, el orden y la seguridad son sinónimos de poner en cintura a los excesos de los poderosos, y siempre se hacen en virtud de proteger al débil. En Batman, el orden se ejerce contra los humildes para que los poderosos puedan mantener su poder.  

Arquetipos del mal: Alex de la Naranja Mecánica

No podíamos acabar este artículo sin mencionar a Alex, el que fue uno de los grandes emblemas del Mal en los años 70 y 80, inspirando hasta la estética skinhead. Alex comunica con el Joker, pero con un proceso inverso. Si el Joker de Phoenix es el producto de la civilización (el mal/monstruo creado por el neoliberalismo), Alex es el mal en su Estado Natural. De él brota un nihilismo y una inconsciencia porque no ha pasado por el proceso de civilización, según sus tutores. Va provocando el mal un poco como quien no quiere la cosa, por puro goce, sin ningún tipo de remordimiento. El problema es que su paso por la cárcel, con las míticas imágenes de su reeducación en los códigos sociales/morales, es igualmente traumática y no producen ninguna mejora. Su liberación es volver a su Estado Natural al final de la película, en un viaje en el que el mejor aprendizaje es que hay mal por todas partes. 

Por último, está Darth Vader de Star Wars. En este caso, un arquetipo del mal. Un joven Anakin Skywalker que, progresivamente, va viéndose seducido por el lado oscuro, el saber secreto al que se accede tras pasar por el miedo, el odio y la venganza. 

La representación del mal en la gran pantalla y en las grandes luchas entre héroes, antihéroes y supervillanos permite representar qué entendemos por el mal en nuestras sociedades. Ello no es óbice para seguir disfrutando de las películas que más nos gustan, y que siempre hay un poco de concesiones en todos los ámbitos. En esta última película de Batman, tenemos incluso una enmienda al héroe murciélago, que ya no es infalible, que también falla, que también se pregunta y se contamina de esa maldad sombría que siempre puede aparecer en cualquier rincón, por eso afirma con rotundidad: “yo soy las sombras, yo soy la venganza”.

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