Cultura

Boris Cyrulnik: “El odio es una forma de erotismo”

El neuropsiquiatra advierte contra la “seducción del lenguaje totalitario que dice que sólo hay una verdad, y quien la discute debe ser rechazado”

  • Imagen de archivo de Boris Cyrulnik.

El odio, ese gran tema de nuestro tiempo, es el eje central del Foro de la Cultura que se celebra estos días en Valladolid y que reunirá a más de 40 expertos de diversos ámbitos en torno al título "Odiad malditos". El neuropsiquiatra francés de origen judío Boris Cyrulnik, teórico de la resiliencia, fue ayer la figura principal y no defraudó al asegura que “el odio es forma de erotismo”. 

En conversación posterior con Vozpopuli, precisó que estamos ante “una pasión en la que uno siente el placer de agredir al otro, de destruirlo y matarlo. Eso es un placer físico”, Y puso el ejemplo de Adolf Eichmann, el funcionario alemán que propició la muerte de 800.000 judíos desde su puesto de burócrata; una figura y un caso bien estudiados por la filósofa Hannah Arendt. “Eichmann sentía placer al sentenciar a esas personas. Podemos imaginárnoslo con su bolígrafo, deleitándose en el gesto de la firma, diciéndose a sí mismo: ‘hago bien mi trabajo; gracias a mí los judíos van a morir’. No sentía ninguna vergüenza ni culpa”.

El placer del odio tiene que ver con la destrucción, pero también con la moral, con sentirse en el lado correcto, explica Cyrulnik.  “El placer tiene que ver con sentirse en el lado bueno. En nombre de la moral uno siente ese placer, porque va a crear un mundo mejor. Los nazis pensaban que al matar a enfermos mentales, judíos, homosexuales y gitanos limpiaban el mundo. Los genocidas siempre se sienten orgullosos de matar al otro”. 

Pero no hay que olvidar que también la técnica genera una forma de legitimación: “Eliminar 10.000 cuerpos en forma de humo, quemándolos, está muy bien, es un avance”, ironiza. Es el deslumbramiento de hacer real lo que la técnica hace posible.

La destrucción no es el único placer ligado al odio y a las actitudes totalitarias. El neuropsiquiatra francés mencionó otra dimensión del problema: “Hay un gran placer en la sumisión, en el sometimiento. Cuando compartes con otros el respeto a las mismas palabras, las palabras del jefe, se genera un sentimiento de fraternidad y todos nos sentimos seguros. Pero es un placer peligroso porque detiene el pensamiento”, asegura Cyrulnik.

Y añade: “En el lenguaje totalitario uno se siente orgulloso de obedecer. Si somos buenos soldados y obedecemos al jefe tenemos la posibilidad de ganar la guerra. Y, si la perdemos, no somos culpables de nada, sólo hemos obedecido. En la sumisión hay una tranquilidad. E incluso puede haber un orgullo, porque si usted gana la guerra es por nosotros, por nuestra obediencia”.

El hombre es la única especie capaz de hacerse una representación de la realidad ajena a la realidad sensible

Por eso, Cyrulnik advirtió contra “la seducción del lenguaje totalitario” y pidió no dejarse llevar por sus “relatos alocados”, ni por las promesas de salvadores que ofrece soluciones simples a los problemas, a menudo proyectando el origen del mal fuera del grupo, que es algo que “sólo añade desgracia a la desgracia”. Y explicó que el hombre “es la única especie capaz de hacerse una representación de la realidad ajena a la realidad sensible”.

Lenguaje totalitario

¿Y en qué consiste el lenguaje totalitario? El neurosiquiatra francés, que perdió a sus padres en el Holocausto, y que fue detenido él mismo por los nazis siendo niño, aunque logró escapar, recurrió a la filósofa Hannah Arendt para describirlo: “El lenguaje totalitario es un lenguaje de eslóganes que detiene el pensamiento asegurando que sólo hay una verdad, y que el que no se someta a ella debe ser rechazado, apartado, sometido y reeducado”. Boris Cyrulnik advirtió, además, que, hoy, esto puede darse también sin que exista un líder visible, porque “internet permite un lenguaje totalitario sin la figura del jefe”.

“Las primeras víctimas del lenguaje totalitario son los periodistas”, advirtió. Y puso como ejemplo el caso de Rusia, donde Putin controla lo que se puede decir o no. Frente a todo esto, ¿cuál es la solución? La única alternativa a la seducción del odio y las simplificaciones del totalitarismo es la cultura, pero no cualquier forma de entender la cultura, sino sólo aquella que propicia la apertura de perspectivas y el debate libre. De hecho, Cyrulnik recordó que Alemania era la sociedad más culta de su tiempo cuando cayó en las redes del nazismo.

“La solución es el teatro, pero con la condición de que el teatro sea el lugar del debate”, explicó. Y vinculó eso que en los países anglosajones denominan ‘cancel culture’ y aquí ‘cultura de la cancelación’ con un “efecto secundario” de las democracias. “Esto es un efecto secundario de la democracia. En el lenguaje totalitario solo existe una legitimidad, que es la del jefe, y en el exceso de democracia todo el mundo tiene la palabra y nadie es legítimo. En algún momento se necesita una autoridad que debe ser momentánea, y eso lo permiten las elecciones. Tenemos por tanto dos peligros: el orden rígido de la dictadura y el desorden de la democracia. A partir de ahí apáñense como puedan”.

Resiliencia

Cyrulnik es especialmente conocido por su idea de resiliencia, una forma de afrontar las adversidades ligada al desarrollo de lazos afectivos y sociales que ejercen de escudo protector. “Que ninguna herida sea un destino” es una frase suya muy célebre. Ayer defendió que los prejuicios contra los que viven en los márgenes o en situaciones desfavorables se convierten en “profecías autocumplidas”. “Dices: no merece la pena ocuparse de esta gente porque están condenados, y así les condenas”.

Frente a esta actitud, defendió que hay que hacer justamente lo contrario: ocuparse de esas personas y ofrecerles alternativas. “En los barrios pobres, como las favelas brasileñas, el único orgullo de los chavales es la violencia: ser capaces de enfrentarse a la Policía y al Ejército”, explicó ayer. “El presidente Lula decidió introducir en las favelas la música y el deporte, que son dos grandes armas de seducción, y en dos años logró escolarizar a la mitad de aquellos chicos”. Este es, a su entender, el camino. 

“La teoría de la resiliencia se basa en no dejarse llevar por la desgracia y busca dar confianza a las personas para alimentar su libertad interior. Esto se hace a través de las familias, o de un sustituto, en el caso de que no existan”. Y eso es porque, “para estar abierto a los otros, hay que tener confianza en uno mismo”, lo que no es fácil cuando se ha sufrido un trauma.

El neurosiquiatra resaltó también que hasta ahora la historia de la humanidad ha estado ligada a la violencia, que ha sido necesaria para sobrevivir, “pero desde hace unas generaciones nos gustaría vivir con otra cosa”. Hasta ahora, en la historia humana “se veía la violencia como un factor de construcción, pero ahora la vemos como un elemento de destrucción”. Y dado que la violencia física se da en mayor medida en los varones que en las mujeres, abogó por una educación que consista en “enseñar a los chicos a dominar sus impulsos”.

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