Hace unos días Pablo Motos abrió un melón de los grandes en la sección “Voy a pasarme de la raya” de “El hormiguero”. Habló sobre la utopía de la fidelidad en pareja el día de San Valentín. Olé tus bemoles, Pablo. Es necesario plantear estas cosas aunque, eso sí, deberíamos estar capacitados para saber opinar al respecto con criterio propio y saber dónde falla argumentalmente el otro. Pablo hace su papel, muy necesario, pero tenemos que aprender a jugar bien el nuestro.
De entrada deberíamos saber que, si bien la pregunta de Pablo es legítima, la premisa desde la que responde es errónea. Y resulta esencial señalarla, pues es un argumento del que se tira mucho últimamente en cuestiones mucho más relevantes que lo que cada pareja haga con su sexualidad. Pablo nos cuenta el elevado número de población que reconoce haber sido infiel alguna vez. Como las parejas exigen fidelidad, y ésta deja mucho que desear, quizá el fallo radica en pretender que las parejas se guarden lealtad el uno al otro. Es la salida fácil y bobalicona al asunto, podemos verlo claro si trasladamos el esquema a otro tipo de situaciones:
- Está mal robar y matar. Hemos creado instituciones para evitar que la gente robe y mate, tales como la educación, las leyes y la policía. Aun así, hay ladrones y asesinos, quizá nuestras instituciones son las que no funcionan.
En el fondo de todas estas posturas, incluyendo la de Motos, reposa una renuncia y un gran miedo. Miedo al sufrimiento, al fracaso. Miedo a la imperfección, a saber que el mal existe, en los demás y en nosotros mismos. De ahí llegamos a la renuncia: renuncio a poner soluciones, renuncio a asumir la limitación humana -propia y ajena-, renuncio a encontrar en el otro un compañero imperfecto como yo que puede hacerme daño -y yo se lo hago constantemente- pero con el que también puedo crecer. Renuncio a tener que pedir perdón o, peor, a tener que perdonar. Una y otra vez. Miedo a vernos, como Sísifo, arrastrando todos los días la piedra de los defectos, propios y ajenos, para volver al trampantojo de empezar una y otra vez sin sentido aparente.
Pablo Motos es heredero de la visión imperante sobre las relaciones amorosas, la versión del Disney clásico sobre el amor: el problema del amor es encontrar alguien especial que te cautive y resolver todos los problemas que te apartan de estar con esa persona. Una vez conseguido esto, fueron felices y comieron perdices. Erich Fromm denuncia en El arte de amar esta mentalidad actual, centrada en la búsqueda de la persona ideal que te hará sentir siempre maripositas en el estómago. La hiperconexión que trae vivir en grandes urbes, sumado al fenómeno de Internet, nos vuelve todavía más exigentes y melindrosos cuando se trata de establecer contacto con alguien de cara a una posible relación amorosa: creemos que siempre habrá alguien mejor. Y la gente que apenas conocemos siempre parece más atractiva y sugerente que tu pareja actual. Lo parece, nada más.
La hiperconexión que trae vivir en grandes urbes, sumado al fenómeno de Internet, nos vuelve todavía más exigentes y melindrosos
De tu novio o marido ya sabes que necesitarás una máscara anti gas para entrar al baño después de que él lo haya usado, no es todo lo cariñoso que querrías y, además, no soportas a su hermana. A los demás, sin embargo, los envuelve un aura de misterio sensual que se romperá el día que convivas con uno de ellos y te encuentres en su neceser una crema para las hemorroides y un bote de minoxidil: ¡horror, se va a quedar calvo!
Fromm nos recuerda, además, que todo esto tiene un acusado enfoque mercantil de las relaciones humanas: tanto valgo, tanto exijo. Estoy en mis 43, pero todavía estoy muy en forma, soy atractiva y me encanta el fútbol, puntos a favor. Ahora bien, tengo tres hijos adolescentes, un exmarido plasta y un trabajo muy absorbente, puntos en contra. Sobre ese cálculo puedo aspirar a estar con un hombre de mi edad, quizá un poco mayor, no pasa nada si tiene entradas (no puedo aspirar a alguien con pelazo) y estoy dispuesta a negociar que sea sólo un poco más alto que yo (si eres igual o más bajo ni lo intentes). Y así, según el planteamiento de Motos, nos veríamos todos en un ciclo de eterno retorno en el que la satisfacción inmediata, el deseo momentáneo, el miedo al rechazo y a la decepción nos llevarán de una relación a otra, todas siempre con fecha de caducidad. Siempre, porque Pablo objeta que nuestro deseo no se limita nunca a una sola persona.
Y en esto Motos tiene razón, si hablamos del mero deseo sexual y del juego de la seducción propio de los comienzos de una relación amorosa. ¡Y qué bueno que así sea! Gracias a Dios existen muchas personas por las que podemos sentirnos atraídas, ¿se imaginan si fuera verdad lo de la media naranja? Qué horror no encontrarla, qué horror que no nos correspondiera, qué horror que nos dejara, ¡qué horror cuando se muriera! Quizá a Pablo le ayudaría comprender la diferencia entre amor y enamoramiento. El segundo está condenado a morir y el primero hay que trabajarlo. El día de la boda no es un final feliz, es el comienzo de un camino arduo en el que los dos aprenden a ser mejor para el otro, a perdonar, a ser perdonados, a amar al otro tal cual es (esa es la esencia del amor). El amor de tu vida no es ese desconocido maravilloso al que has conocido hace dos semanas. El amor de tu vida es aquel a quien le dedicaste tu tiempo (tu vida). Al fin y al cabo, tiempo es lo único que poseemos en sentido estricto. Pensemos bien cómo y con quien queremos emplearlo.
Xaho
Genial.
Karl
"¿No es un caso de suprema injusticia que algunos individuos sean sexualmente mucho más atractivos que otros?" ~Slavoj Zizek