La rojiza tarde en Madrid es un infierno adelantado. No llueve, pero tampoco hace sol. Puede intuirse a través de las nubes, sin embargo, un círculo de tenue luz blanquecina al que llaman Sol. Los turistas son ajenos al fenómeno, también a la Cuesta de Moyano, a la que miran y desistiendo en subirla; cargan con bolsas de papel con el nombre de Primark. A pocos metros de allí, delante del Museo del Prado discurren los caminantes por el firme empedrado (para disgusto de los pies sensibles o cansados). Una pareja de italianos preguntan a un guardia de seguridad de la Real Academia Española si es ahí donde se habla el mejor castellano y no en Valladolid. “VA-LLA-DO-LIZ”, dicen remarcando la zeta. El tipo no sabe qué decir, solo que dentro del edificio estarán Mario Vargas Llosa y Juan Cruz dialogando con Carme Riera sobre su último título, Carmen Balcells, traficante de palabras (Debate, 2022), un tomo voluminoso para recordar en negro sobre blanco la vida de la agente literaria.
“Muchos escritores no dan un paso sin consultar con ella. Dicen que García Márquez se encomienda a Balcells cuando contrae un catarro o tiene que tomar un avión. Tres cuartos de lo mismo hacen Cela, Vargas Llosa, Isabel Allende y docenas de consagrados”, escribía Carmen Rigalt en El Mundo el 4 de febrero de 2006. “Las editoriales tiemblan al escuchar su voz por teléfono. Es terrible como un John Wayne. Y además lista, voluntariosa, implacable y lúcida”.
Poesía o elocuencia. Literatura o barbarie. Es constante el posicionamiento (natural) al que se somete uno como si se viera en la obligación de elegir. ¿Lo harían los ministros, ex ministros y académicos allí presentes? Fueron testigos de ello los retratos de Felipe V, Miguel de Cervantes y de la propia Carmen Balcells, esta última en una lona con la portada del libro de Carme Riera que pintó Gonzalo Goytisolo. Juan Cruz la mira y pide un aplauso para ella. Recuerda la anécdota que vivió con la agente el día del funeral de Manuel Vázquez Montalbán, cuando fue convidado por Balcells, que mantenía próximo a su persona un retrato del mismo para alzarle la mano en señal de saludo, como si estuviera allí con ellos. Del mismo modo que para Carmen Balcells Montalbán no se había ido, Carme Riera cree que la protagonista de su libro, “un personaje como ella”, no muere nunca.
Balcells y las cláusulas
Quienes la conocieron cuentan que Balcells tenía capacidad de encontrar el talento aunque un autor no se comiera un rosco. Mario Vargas Llosa puede dar fe de ello: “Hablaría horas sobre Carmen Balcells. Además de mi agente literaria, fue una amiga muy querida y extrañada. Pero lo que me parece importante son las cosas que ella transformó y en las que ha quedado una huella suya que es inconfundible”, discurre el Nobel para referirse a las relaciones entre los escritores y los editores. “[Los editores] No tenían mucho respeto por los autores de lengua española. Representaban un segundo lugar respecto a los escritores de más éxito, que eran los extranjeros”. En esto, señala Vargas Llosa, fue una revolucionara. “Cuando Seix Barral me contrató mi primera novela (La ciudad y los perros), firmé inmediatamente sin leer el contrato”. No le preocupaba, estaba don Mario contentísimo con que la editorial le hubiera ofrecido un contrato, pero un cierto tiempo después, Carmen Balcells, que sí leía los contratos, le dijo: “¿Pero tú sabes que has firmado un contrato por toda la eternidad? Hay una cláusula por la cual nunca cesará”, le advertía, pues además había estampado su firma en un documento que marcaba que por todas las traducciones que se hicieran de La ciudad y los perros iba a tener que entregarle a la editorial un cincuenta por ciento de sus derechos.
Llevó un oficio muy menor, agente literaria, a niveles extraordinarios; convirtió Barcelona en la capital literaria de España
Vargas Llosa desconocía esta cláusula. Visto con el tiempo, reconoce que esa clase de contratos eran los que normalmente firmaban los autores de lengua española con los editores. Por otra parte, las gestiones de Balcells en ese sentido fueron revolucionarias y despertó la “inmensa hostilidad” de los editores. Defendía a los autores que representaba (o no) frente a los editores de una manera “valerosa y original”, haciendo que los editores compitieran entre sí. Carmen resistía con “mucho coraje y mucha maña” la hostilidad hacia ella y gracias a su labor se produjo esa transformación -de la que hablaba Mario Vargas Llosa- en las relaciones entre los escritores y los editores.
“Balcells siempre me ganaba las discusiones. Era imposible ganarle. Lo normal era ser derrotado por ella. Esas derrotas eran absolutamente justificadas; siempre tenía la razón en asuntos editoriales y la representación que ella tenía sobre los escritores”, incide el autor peruano. Después de la conversación que él y Carmen tuvieron por el contrato con Seix Barral, ella le preguntó si estaba de acuerdo en que esas condiciones eran inaceptables. Entonces se reunieron con Carlos Barral, el gerente de Seix Barral, casa en la que entonces trabajaba Balcells.
Carmen Balcells: Yo no puedo ser empleada tuya, Carlos. Tengo que ser empleada de los escritores, porque tú eres nuestro enemigo.
Carlos Barral: Pues sí, tienes razón…
Carmen Balcells: Este contrato está firmado por la eternidad. Seix Barral será la dueña de La ciudad de los perros y Mario pagará el cincuenta por ciento de sus ingresos. ¿Te parece justo, Carlos?
Carlos Barral: No me parece justo como autor, pero me parece magnífico como editor.
Carmen Balcells: Reconocerás que tenemos que rehacer ese contrato…
Carlos Barral: Sí, vamos a rehacer ese contrato y vamos a reducir todos los plazos.
“Solo por eso habría que hacerle un monumento público a Carmen Balcells”, alaba Vargas Llosa tras reproducir la conversación entre Carlos Barral y Balcells. “Llevó lo que era un oficio muy menor, agente literaria, a unos niveles extraordinarios. Convirtió Barcelona en la capital literaria de España”. La transformación que se produjo en la Ciudad Condal, el clima que se creó, atrajo a escritores jóvenes latinoamericanos, como: Gabriel García Márquez, José Donoso, Jorge Edwards, Carlos Fuentes, Julio Cortázar o el propio Vargas Llosa, que cuando residía en Barcelona veía recalar en la ciudad catalana a muchachos tan deslumbrados como su generación cuando llegaba a París. “Barcelona tiene una obligación moral con Carmen Balcells. Habría que exigir a las autoridades que recuerden lo que fue la realidad literaria de España”, asevera el autor de La tía Julia y el escribidor.
Luchando a la contra
Carme Riera no quiere olvidar otra gesta de Balcells. Aprovecha el coloquio para recordar que gracias a la agente se permitió no tener que pagar a Hacienda por un anticipo, sino de manera escalonada. Cerca de setenta entrevistas nutren Carmen Balcells, traficante de palabras, título que se lee “como se leen las buenas novelas”, replica Vargas Llosa, aunque admite que lo único que no le gusta del libro de Riera es el título, pese a que era la propia Balcells la que utilizaba lo de “traficante de palabras”. No obstante, el autor latinoamericano se queda con “administradora de fincas literarias”.
Modesta en las cuestiones intelectuales, la agente sentía que no había recibido la formación necesaria
Continuando con el entramado de su libro, Carme Riera ha tenido a bien no eliminar las críticas que recibía Balcells y las dificultades que tuvo al principio de su carrera pública. Hubo conspiraciones contra ella y algunos editores, los más reaccionarios, intentaron hacerle un juicio. Pero al final los propios editores descubrieron que una agente literaria como Carmen Balcells les convenía mucho, porque podían participar, cada vez que salía un libro, en las propuestas que ella manejaba. No ya pensando en el dinero, sino en el futuro de los propios autores. Modesta en las cuestiones intelectuales, la agente sentía que no había recibido la formación necesaria.
En el año 2000, cuando Balcells abandona la agencia, comentó que valía más por lo que callaba que por lo que decía. Entonces empezó a conceder entrevistas y se fue a Santa Fe. “En todos esos años es otra persona la que interpreta su propio mito”, remarca Riera. “Se da cuenta de que ha sido mitificada y que también participaba de ese aspecto. Se definía como una persona sentimental pero a veces nos olvidamos de la risa y de su enorme sentido del humor”.
Una reinona increíble
Mario Vargas Llosa aporta otra anécdota con Carmen Balcells a las afueras de Iquitos, un día que fueron a tomar ayahuasca: “Ella y Josep María Castellet querían probar estos bebedizos espantosos, pero yo prefería no hacerlo”. Había que salir caminando por la selva, en un claro apareció una bruja que había sido pareja de un brujo famoso. Se encontraron con que también había enfermos, tullidos, niños, ancianos… La bruja fumaba unos puros mientras cantaba algo que nadie entendía. Castellet y Balcells cataron esos “bebedizos espantosos” y a ella le dio por reír. “Oye, Carmen, no te rías, que nos pueden linchar. Van a considerar una falta de respeto”, le advertía Mario. “Le ha dado la riera”, tranquilizó la bruja. “Es mucho mejor que si le hubiera dado la llorona”. La razón era que había visto a alguien leyendo un libro. Mientras tanto, Castellet estaba triste por no haber tenido las visiones eróticas que deseaba.
Carmen quería ser ministra y cuando se disfrazaba lo hacía de papisa, representante de Dios en la Tierra
Explica Riera que las autoras “no eran amigas suyas, sino clientas”, haciendo referencia a una broma con la escritora Rosa Regás. Juan Cruz pregunta a la ponente de qué era capaz Carmen Balcells por mantener viva la llama de la amistad. “Inundaba la casa de flores solo porque se había acordado de ti”, contesta. “Tú sabías si podías confiar en ella si te pasaba algo personal. Te podía dar un consejo, pero decía que no daba consejos, sino órdenes”. Hasta cuando Carmen les reñía -coinciden los tres invitados a la presentación-, sentían los autores que eran únicos, que incluso tenía una receta para cada ego. “Se apoderaba de tu vida y la organizaba según lo que iba a mejor a cada persona. Unos se rebelaban y otros se sumergían en sus caprichos, pero en general, acertaba”, señala ahora Vargas Llosa.
En medio de sus emociones, Carmen Balcells tenía una visión de la vida muy precisa y honesta, y los autores sabían que podían confiar en ella para plantearle todas las preguntas habidas y por haber. Entre sus ambiciones estaba convertir los cuarteles de Barcelona en depósitos de manuscritos. “No tenía límites para sus fantasías. Muchas de ellas eran delirantes, pero las convertía en realidades. Se organizaba para que fueran lo más realistas posibles”, destaca de nuevo el Premio Nobel. Riera le dice que Carmen quería ser ministra y que cuando se disfrazaba lo hacía de Papisa, la representante femenina de Dios en la tierra. “Quería ser directora de Iberia para que los aviones salieran puntuales. Se decía que le encantaba el poder y la gente poderosa, pero para que ese poder le resultara útil a sus escritores”. “Era una reinona increíble”, cita Cruz a Rosa Montero.
Si Carmen Balcells influía en lo personal y en lo profesional, ¿lo haría también en la manera de escribir de sus autores? Al finalizar el evento, Mario Vargas Llosa atendió a Vozpópuli para responder a esta cuestión: “En ese campo yo creo que la influencia de Carmen Balcells fue nula, pero en las relaciones personales y profesionales sí. Fue la persona que más me ha ayudado y que me resolvió más problemas. Era una amiga queridísima”, contesta antes de marcharse ayudado por su bastón.
En la calle Ruiz de Alarcón, a las puertas del edificio de la Real Academia Española, los coches oficiales esperan a los ministros, políticos y otro puñado de personalidades. Ni rastro de los italianos que discutían sobre la verdadera cuna del castellano, ni tan siquiera del guarda de seguridad. Solo queda de la calima sus efectos “barrizantes” sobre los automóviles. Alguien escribió con el dedo en un capó “Larga vida a CerBantes”. Pues va a ser verdad que hay que seguir en busca del verdadero idioma castellano.