Hay libros póstumos que marcaron, por igual, a lectores y editores. París era una fiesta, una de las obras mayores de Ernest Hemingway, se publicó en diciembre de 1964, dos años después de que el novelista se disparara con su escopeta Richardson de dos cañones. A esa siguieron Islas a la deriva (1972) y El jardín del Edén, que comenzó a fraguarse en 1946 pero vio luz 40 años más tarde: en 1986. Para libros publicados después de la muerte de su autor, Truman Capote es, también, un caso de los buenos. por ejemplo Crucero de verano, una novela que el portero de la antigua casa de Capote en Brooklyn conservó durante años, hasta que en 2004 fue consignada en Sotheby's para ser subastada. Sin embargo, su libro póstumo por excelencia fue Plegarias atendidas, para muchos la última venganza de Truman Capote sobre la alta sociedad a la que retrató con acritud y brillantez.
El protagonista de Plegarias atendidas es un narrador encantador, bisexual, absolutamente amoral, quien logró escaparse de un orfanato a los trece años, aprendió el oficio de masajista y se las ingenió para convertirse en un pícaro moderno y codearse con los ricos y los famosos, desempeñando unas veces el papel de confidente, otras el de bufón y, para los lectores de esta novela, el de divertidísimo cronista de la jet set. En sus páginas, Capote no tuvo reparo en incluir detalles de la vida de Gloria Vanderbilt, Peggy Guggenheim o Jacqueline Kennedy Onassis.
De libros póstumos está llena la historia de la literatura, en ese caso, es obligatorio mencionar a Roberto Bolaño, a quien después de muerto le crecen por igual los amigos y los inéditos. El primer libro que se publicó póstumamente suyo fue 2666, una obra ambiciosa y de una dimensión que superaba las mil páginas. A pesar de que el chileno dejó instrucciones de que se publicaran por separado los cinco textos que la conformaban, Jorge Herralde editó todas en un solo volumen. A 2666 siguieron el volumen de poesía La universidad desconocida, el libro de relatos El secreto del mal y Los sinsabores del verdadero policía, duodécima novela del chileno y la tercera editada después de su muerte. Otro santo laico literario, David Foster Wallace, tiene también un libro póstumo. Cuando se suicidó en 2008, Wallace dejó en su estudio una ingente cantidad de materiales que formaban parte de un ambicioso proyecto novelístico en el que llevaba trabajando más de una década. Poco después de su muerte, su editor, Michael Pietsch, llevó a cabo la labor de ordenar y clasificar los fragmentos destinados a integrar una novela que hubiera llevado el título de El rey pálido. El libro concursó en el Premio Pullitzer 2012, declarado desierto ese año.
Hay cajones que no paran de escupir inéditos, por ejemplo los de Julio Cortázar. En 2009 salió a la luz Papeles inesperados. La primera mujer de Cortázar, Aurora Bernárdez, heredera universal y albacea de su obra, con la ayuda del crítico y escritor César Álvarez Garriga, seleccionaron los textos que había dejado el autor guardados en una vieja cómoda de su casa de París que, al parecer, no se había revisado aún. Se trata de textos que el propio Cortázar había escrito para sus libros Historias de cronopios y de famas, Libro de Manuel o Un tal Lucas, pero que había decidido no incluir en ellos; también poemas, relatos inéditos, artículos, discursos, crónicas, prosas dispersas, que terminaron por agruparse en este volumen de Alfaguara. Sin embargo, ya tenía el argentino varios póstumos: El examen, Divertimento, Diario de Andrés Fava o incluso su Correspondencia.
En 2005 se publicó El caballero Hector de Sainte-Hermine, novela póstuma de Alejandro Dumas que estuvo desaparecida durante más de cien años y que fue encontrada por el investigador Claude Schopp, uno de los mayores expertos en la obra del autor francés. Se conoce esta como la última novela de la trilogía napoleónica junto a Los blancos y los azules y Los compañeros de jehú. En España se publicó, en 2007, de la mano de Emecé. Cuatro años más tarde, en 2009, salió también a la luz El original de Laura, la última novela de Vladimir Nabokov, que el escritor no llegó a terminar y sobre la que pidió, expresamente, que fuese destruida. Escrita de manera fragmentaria en 138 fichas, el manuscrito no corrió la suerte que Nabokov dispuso para él. Véra, su viuda, lo guardó en una caja fuerte. Muerta la esposa del novelista, la decisión de qué hacer con el libro recayó sobre su hijo Dmitri, albacea de la obra del ruso, quien decidió publicarla. Alfred A. Knopf la editó en Nueva York, en 2009, en una hermosísima edición facsímil de la que el lector puede extraer todas las fichas de archivador que usó el ruso para escribirla. En España la publicó Jorge Herralde, en una versión menos fetichista y bibliófila.
Existen sin embargo dos figuras emblemáticas de los libros póstumos, porque fue justamente después de su muerte que se convirtieron en autores de referencia. El primero es el norteamericano John Kennedy Toole. Su incapacidad para que una editorial aceptara su manuscrito lo sumió en una profunda depresión que él decidió resolver suicidándose con monóxido de carbono. Años después de su muerte, en 1980, gracias a la insistencia de su madre, el manuscrito vio finalmente la luz. Y La conjura de los necios no sólo obtuvo el Premio Pulitzer en 1981, sino que las peripecias de su estrafalario protagonista Ignatius J. Reilly se convirtieron en la referencia de una novela de culto.
Aunque de una calidad literaria más bien relativa, algo parecido le ocurrió a Stieg Larsson. El escritor sueco murió a los 50 años, víctima de un infarto, justo cuando acababa de entregar el manuscrito de la tercera novela de lo que años después conoceríamos como la saga Millennium, trilogía superventas en todo el mundo y de la que forman parte Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.
El tiempo también escribe, dicen algunos, y en algunos casos se cumple. El cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges Tema del traidor y del héroe de Ficciones, publicado en 1944, tenía otro final. Y lo acaban de descubrir, hace apenas unos meses. Se trata de un párrafo que había añadido y que no se había descubierto hasta ahora. Unos investigadores encontraron este verano un manuscrito inédito del autor en los depósitos de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional que remata el relato de una manera distinta. Hace tres años, en 2010, fue hallado otro inédito: Los Rivero. ¿Cuándo lo escribió? Los grafólogos que estudiaron el texto lo consideraron dos o tres años posterior a El Aleph. Está catalogado como escrito "circa 1950".