Cultura

Un renacentista del Glam y la psicodelia: los 5 aportes de David Bowie que cambiaron la Cultura Pop

Fue un apropiador y amplificador de influencias, alguien capaz de mezclar el influjo de William Burroughs, Marlene Dietrich, Andy Warhol, Bertolt Brecht, Stanley Kubrick o Iggy Pop para crear una estética y un lenguaje propio.

  • de la mano de su primer personaje, Ziggy Stardust, Bowie tenía un arma secreta: el vestuario del diseñador de 27 años, Kansai Yamamoto.

Era un hombre con nombre de cuchillo. Fue un extraterrestre andrógino, un Duque Blanco, un sacerdote del Glam. Grabó 25 álbumes y vendió 136 millones de copias en toda su carrera. Alguien que incluso para morir buscó la forma más grande, con un regalo de despedida. Tres días después de lanzar su último disco: Blackstar. A pocos personajes tiene tanto que agradecer el mundo de la Cultura Pop como a David Bowie, cuya muerte este domingo a causa un cáncer deja una sensación de orfandad tan profunda como sus aportes. Lo que han hecho artistas como Björk o incluso Madonna ya lo había hecho él décadas antes.

Enamorado del teatro japonés y la ciencia ficción, Bowie fue una especie de renacentista del Glam y la psicodelia. Alguien capaz de unir música, performance, ciencia ficción y moda

Enamorado del teatro japonés y la ciencia ficción, Bowie fue una especie de renacentista del Glam y la psicodelia. Alguien capaz de unir música, performance, ciencia ficción y moda como parte de una misma propuesta. Estudió arte, música y diseño, también composición tipográfica. No es de extrañar que tuviese una idea de conjunto de lo que una nueva propuesta significaba: inventarse un personaje, una melodía, un aspecto, un color, una historia para cada uno de los personajes que creó.

  • Hacer sonar la ciencia ficción. Autor de álbumes como Heroes (1977), Lodger (1979) o Scary Monsters (1980), el artista de Brixton marcó un antes y un después en 1972 con The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spider From Mars, un disco que relata del personaje Ziggy Stardust, un extraterrestre con la misión de transmitir esperanza en la tierra. Un verdadero psicodrama confeccionado como delirio estético. No fue ese el único personaje al que dio vida a través de la música y que hizo suyo como puesta en escena. También existió Aladdin Sane o el Duque Blanco, una extensión de Thomas Jerome Newton, un extraterrestre que interpretó ese mismo año en la película El hombre que vino de las estrellas. Una reinvención incombustible que le permitió coquetear con facetas diferentes durante su prolífica trayectoria. Entender la creación de un personaje público como una entrega literaria, como la encarnación de un personaje. Así, cada disco suyo habría podido ser una obra de teatro, una tragedia, un libro, una historia, una ópera.

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  • Lo musical a lo Bauhaus. Además de tener una melodía, un disco debía de tener una historia, una idea, un concepto. No era sólo cómo lucía o qué look empleaba Bowie en cada placa, sino el sentido que ésta tenía  dentro del conjunto de un disco. Cuando Bowie abandonó la escuela al para dedicarse a la música, le comentó a sus padres que su intención era convertirse en una estrella del pop. No en un cantante, no en un guitarrista, no en un performer, sino nada más y nada menos que en estrella de una cultura, una que ya apilaba las latas Campbell de Andy Warhol y las instalaciones de Rauschenberg. A la manera de un Walter Gropious, Bowie unió mensaje, estética y sonido en una propuesta conjunta, que además debía funcionar: es decir, vender. Bowie puso en marcha su espectáculo como Ziggy Stardust, un personaje que, según admitió él mismo, lo persiguió durante años, en buena medida porque no se sabía exactamente dónde comenzaba él y dónde su invención. En Bowie había no sólo un músico, sino un director de teatro, un guionista, un estilista, un escritor con el cabello cardado. En Nueva York, donde posteriormente se radicó, conoció a Andy Warhol, a Iggy Pop y a Lou Reed.  Apropió e hizo suyo un estilo en el que un hombre podía vestir tacones, llevar tirabuzones, maquillarse .En 1974, publica Diamond Dogs, un proyecto que reúne dos ideas: un musical basado en una ciudad postapocalíptica y la intención de ponerle música a la obra de George Orwell 1984. La coreografía de la gira corrió a cargo de Toni Basil con efectos especiales muy teatrales que reforzaron la idea de un artista, en el sentido amplio de la palabra. Él no es un músico, es una escuela, un movimiento artístico que catapultó a muchos creadores. Trabajó con Lindsay Kemp, bajo cuya influencia reprodujo el maquillaje kabuki, los kimonos coloridos y la indefinición como estética. El golpe vendría con Ziggy Stardus y el vestuario del diseñador de 27 años, Kansai Yamamoto, una propuesta es la que abstracción geométrica y minimalismo se unieron a la manera de trajes-escultura.

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  • Un hombre del renacimiento. Los experimentos innovadores y las tendencias transgresoras de David Bowie no cesaron a lo largo de su carrera. En buena medida ese fue el éxito de Low (1977), la primera de tres colaboraciones con Brian Eno, conocidas como Trilogía de Berlín. El segundo disco de esa serie, Heroes (1977), es la metáfora de la creación como viaje, la capacidad de dejar cosas atrás, algo que Bowie hizo con naturalidad. En los ochenta abrazó el pop y bajó a la pista de baile, con éxitos como Let's Dance (1983). Cambió de registro tantas veces como fue necesario. Si algo sabía Bowie es que debía sorprender. Y nunca falló en su empeño. Desde llegar a Victoria Station en un Mercedes descapotable y saludando como si fuera un nazi hasta encerrarse a pintar en un chalé. Ponerse perdido de cocaína, ir a desintoxicarse con Iggy Pop y regresar al ataque con más bríos. Bowie lo hizo todo, lo reventó todo: trabajó con Lennon; cantó con Fredy Mercury una de las mejores canciones interpretadas en aquellos años y en estos, Under preassure; bailó con Tina Turner, tocó con los Beach Boys, protagonizó la adaptación televisiva de la obra de Bertolt Brecht Baal; creó la música de un video juego; lideró una banda cuando ya lo había hecho casi todo como solista...

  • Amplificar las influencias. Desde su reaparición con The next day, su primer álbum tras diez años de ausencia, el Duque Blanco no paró de dar de qué hablar: filtró en iTunes las catorce pistas de su placa más esperada; se convirtió en objeto de portadas, reseñas y reportajes; obtuvo una exposición monográfica en el Victoria & Albert (V&A) de Londres... David Bowie resurgió, con las fuerzas de los temas imprescindibles. Su figura se ha convertido en objeto de reflexión en los últimos años. Bowie como un gran apropiador y amplificador de influencias, alguien capaz de mezclar el influjo de William Burroughs, Marlene Dietrich, Andy Warhol, Bertolt Brecht, Stanley Kubrick o Iggy Pop para crear una estética y un lenguaje propio.

https://youtube.com/watch?v=yPJkteGe064

  • El Pop como una escuela de pensamiento. En la muestra del Victoria & Albert (V&A) de Londres, se dica un apartado al David Bowie lector, una de las muchas aristas que explican al británico a través de una selección de objetos, listas de lecturas, diarios, escritos y libros. Entre los libros de Bowie es posible encontrar desde lo cásicos americanos de los años 50 y 60 hasta psicología. En el camino de Jack Kerouac; Truman Capote, con A sangre fría,  al igual que una cierta literatura de inspiración working class surgida en los años de la posguerra, por ejemplo, Billy Liar del novelista británico Keith Waterhouse. Se mezclan la ficción temprana de Iac McEwan con la colección de relatos Entre las sábanas (1978) o Martin Amis (Money, 1984) con autores como Anthony Burgess y su Naranja mecánica; Kennedy Toile y su Conjura de los necios, Junot Díaz (La maravillosa vida breve de Óscar Wao, 2007), Don DeLillo (White noise, 1984) o Bruce Chatwin. Resplandecen también clásicos como El Gatopardo, de Lampedusa; 1984 de George Orwell o Lolita, de Nabokov.  Existe un buen apartado dedicado a la creatividad que revela la trastienda del pensamiento de Bowie e incluye títulos como The Outsider, de Colin Wilson, un estudio de la creatividad y la mentalidad de los inadaptados al que se suma The divided self, de RD Laing, enfocado en la psicoterapia y la creatividad. Hay otros títulos relacionados con el tema como El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral, de Julian Jaynes. Aparecen también algunos libros como histora como The Trial of Henry Kissinger (2001), de Christopher Hitchens o A People's Tragedy: The Russian Revolution 1890-1924 (1997), de Orlando Figes.

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