Cultura

La disputa cultural por el Génesis

El primero de los libros de la Biblia, que contiene algunos de los mitos culturales fundamentales de Occidente, es ahora objeto de todo tipo de interpretaciones, relecturas y visiones críticas

  • Adán y Eva de Tiziano.

Sus relatos más conocidos, como la tentación de Eva por la serpiente, el Arca de Noé, la Torre de Babel o la historia de Caín y Abel, están grabados a fuego en la cultura occidental, pero, de un tiempo a esta parte, casi no es posible hablar del Génesis sin que se abra la puerta a una disputa cultural y política. Quizás eso explique por qué el primero de los 73 libros de la Biblia cada vez se lee menos -sorprendentemente, apenas se le menciona ya en las clases de religión católica- pero, al tiempo, es objeto de constantes revisiones, reinterpretaciones y lecturas críticas.

Al Génesis se le presentan agravios desde el feminismo (es el gran libro del patriarcado), desde el animalismo (porque establece la primacía del hombre sobre los animales) e incluso es culpado de la superpoblación por quienes ven la causa última del problema en aquella instrucción bíblica de ‘creced y multiplicaos’ que Yahvé le dio a Adán en el principio de los tiempos.

La reciente edición de El libro del Génesis liberado (Blackie Books) permite redescubrir la riqueza y complejidad de un texto fascinante, que se resiste a las simplificaciones contemporáneas tanto como a los reduccionismos antiguos, y que no ha dejado de excitar la imaginación de intelectuales y creadores de todos los tiempos. Algo que podemos descubrir en las decenas de referencias y comentarios complementarios de esta edición, que enriquecen un texto original que aporta también novedad: la traducción de Javier Alonso es la primera española realizada con criterios estrictamente literarios por alguien ajeno a la teología.

A modo de ejemplo del baile de referencias que el Génesis permite, la edición de Blackie Books incorpora un texto sorprendente: la entrada dedicada a El Arca de Noé en la mítica Enciclopedia de Diderot y D’Alambert. Como se sabe, el relato cuenta que Dios, decepcionado por la maldad de los hombres, decide destruir la vida en la Tierra mediante un diluvio. Pero salva a una familia humana, la del justo Noé, a quien encarga preservar dos ejemplares de cada especie existente. Todos ellos se refugiarán en una gran barcaza, el Arca de Noé, en la que vivirán durante un año, hasta que las aguas se disipen. El prolijo texto de la ‘Enciclopedia’, obra del abate Edme-François Mallet, desconcierta por el concienzudo empeño de tantos expertos, biólogos y geógrafos para justificar que una nave con las dimensiones descritas por la Biblia pudiera albergar todos los animales conocidos y comida suficiente para sobrevivir.

Y es que, aunque el Génesis es un texto literario, con elementos míticos, épicos y de leyenda, es considerado verdad revelada por los creyentes judíos, cristianos y musulmanes, y con cierta frecuencia se ha tendido a interpretarlo en forma literal, tanto por partidarios como por detractores. Un literalismo que no respeta la naturaleza del texto y que, a menudo, puede impedir acceder a la auténtica ‘verdad’ que aflora en sus historias.

Entrada al Arca de Noé, de Jan Brueghel el Joven

Arca como metáfora de la cultura y la civilización

Al respecto de la historia de Noé, por ejemplo, el psicólogo y filósofo Jesús González Requena ofrece una visión muy distinta de la habitual: el Arca sería una metáfora de la cultura y de la civilización, concebidas como un cascarón protector que permite a los seres humanos sobrevivir en el mundo salvaje y áspero de lo real, representado por el diluvio. El arca nos habla también de la fragilidad y provisionalidad de lo humano, permanentemente amenazado. El problema es que hoy nuestra ‘arca de Noé’ es tan grande (ciudades, tecnología, internet, medios de comunicación, ingeniería, museos, colegios, hospitales…) que nos cuesta ver el diluvio de fondo sobre el que navegamos. Aunque sigue ahí.

Un ejemplo anecdótico de lectura literal lo encontramos en la convicción de los médicos, hasta el siglo XVI, de que los varones disponían de una costilla menos que la mujeres, certeza que se basaba en el relato del Génesis según el cual la primera mujer, Eva, fue creada a partir de una costilla del primer hombre, Adán.

Este mismo episodio es un ejemplo también de las distintas interpretaciones que pueden darse a un mismo relato. Por una parte, la historia de la costilla ha tendido a interpretarse como un ejemplo de la subordinación de la mujer dictada por la cultura patriarcal. Sin embargo, también puede verse como prueba de todo lo contrario, dado que se trata de uno de los relatos de creación más ‘igualitarios’ de su época y entorno. Los biblistas católicos Gérard Billon y Phillippe Gruson destacan que este texto bíblico “es el único conocido de todo el Próximo Oriente antiguo que habla de la creación particular de la mujer”. Y, a su juicio, la fórmula elegida, que la califica como ‘hueso de los huesos y carne de la carne’ del varón, expresa el mayor parentesco posible entre los dos sexos y un vínculo de responsabilidad.

Génesis desde la mirada feminista

La mirada feminista ha propiciado una lectura crítica del texto bíblico, lo cual no es de extrañar dado que el Génesis es, en uno de sus niveles de lectura, la crónica del establecimiento del patriarcado en el mundo, y, de un tiempo a esta parte, el patriarcado se ha convertido en la némesis de una parte relevante de este movimiento. González Requena no está de acuerdo con esta visión reduccionista y ofrece una mirada cultural de amplio espectro según la cual, el patriarcado supuso “un avance indudablemente progresista” en la historia de la humanidad.

“Podemos imaginar que las primeras divinidades fueron las fuerzas de la naturaleza y las grandes bestias, tal y como sugiere Bataille. Pero en un segundo momento la conciencia de la potencia de la mujer como alumbradora de vida se traduce en la aparición de diosas, y la divinidad se hace materna”. Frente a esto irrumpe la novedad radical del patriarcado, que, por un lado, establece el monoteísmo y, por otro, otra idea de Dios.

“El monoteísmo pone las bases para la igualdad humana”, afirma González Requena, y es que permite pensar, por primera vez, en los hombres como miembros de una única familia. El propio Génesis nos cuenta bien a las claras que los vínculos familiares no evitan los conflictos en absoluto -y ahí está la historia del asesinato de Abel por su hermano Caín apenas empezada la historia- pero sólo una mirada que ve a todos los hombres como ‘hijos del mismo Dios’ puede concebir los derechos humanos.

La otra novedad del patriarcado es la irrupción de un nuevo Dios varón, pero cuyo cometido no es legitimar el dominio de un sexo sobre otro, según el profesor Requena, sino “abrir un espacio para la dignidad del hijo”. “La otra cuestión progresista del patriarcado es la separación de la divinidad de la carne originaria. Es una gran construcción simbólica que limita el poder de la madre sobre el hijo, pero también el poder del padre”, explica.

Abraham e Isaac

El ejemplo más claro de esto es el episodio de Abraham e Isaac, tan mal interpretado habitualmente. El relato del Génesis nos cuenta que Yahvé pone a prueba la fe de Abraham, el primero de los patriarcas, y le exige que le entregue en sacrificio a su único hijo, Isaac. Roto de dolor, Abraham está dispuesto a obedecer, pero cuando su mano está a punto de ajusticiar a su hijo, la voz de Dios le detiene. Hay varios elementos aquí. Uno de ellos es que, en contra de las primeras apariencias, el episodio del (no) sacrificio de Isaac lo que hace es marcar una ruptura radical con el mundo anterior de las diosas maternales, donde eran muy habituales los sacrificios humanos. Y, muy especialmente en el mundo mediterráneo, el sacrificio del hijo primogénito. El nuevo Dios patriarcal, el Dios del Génesis, prohíbe esa forma de culto.

Pero, además, el episodio del sacrificio de Isaac nos muestra cómo Dios separa primero al hijo de la madre, a través de Abraham, que se lo lleva por su cuenta, y luego también del padre. El hijo, por tanto, no es ni de uno ni del otro; es de Dios. Y eso permite la aparición de un espacio para la dignidad del hijo.

“Para que haya individualidad, el primer requisito es separar al hijo de la madre, que tiene un poder absoluto sobre él. Hace falta un tercero que medie, y ese tercero es el padre”, explica González Requena. La distancia que existe entre la visión ‘política’ del patriarcado y la antropológica o cultural se percibe con claridad cuando vemos que el gran modelo de ‘padre’ del cristianismo es San José, el padre de Jesús, que es justamente lo opuesto a una figura de poder o que aspire a relevancia social.

El sacrificio de Isaac por Caravaggio

Aunque el Génesis es el resultado de un proceso de escrituras y reescrituras a partir de diversas fuentes, recoge las huellas del matriarcado previo y no son pocos los episodios en los que las mujeres llevan las riendas. “No hace falta esforzarse mucho para intuir que ellas eran las que elegían con quien se acostaban”, opina González Requena. El relato de las hijas de Lot, en el que las vemos emborrachando a su padre para quedar embarazadas de él, y asegurarse descendencia, impresiona incluso hoy, y no es un caso único. Hay más historias que obligan a repensar la idea monolítica del patriarcado. La escritora y periodista Sara Mesa evoca sus recuerdos infantiles sobre el Génesis y su estupor. “¿Qué podía entender una niña de todo aquello? Muy poco, apenas nada, y, sin embargo, ahí estaba latente todo el peso de esas mujeres fuertes, decididas, valientes, a menudo sin escrúpulos con tal de privilegiar a los de su estirpe. Manipulaban y confundían a los hombres a su antojo haciéndose valer de unos poderes que yo no alcanzaba a definir, pero que eran, al parecer, tan infalibles como los de un hechizo mágico”.

El episodio de las hijas de Lot no es el único que desconcierta. El miedo de Abraham a que los egipcios puedan asesinarle para arrebatarle a su bella esposa Saray le lleva a renegar de su condición de marido y presentarla como su hermana, lo que permite una relación carnal de ella con el faraón y deriva en una historia poco compatible con la imagen tópica del patriarca. Pero lo más desconcertante para el lector contemporáneo es que, pese a actuar de modo tan innoble, no pierde el favor de Yahvé.

“La clave del Génesis y la Biblia es que Dios irrumpe en la historia y lo hace de manera impredecible”, explica el filósofo Miguel Angel Quintana. Si de los dioses anteriores podía decirse, con Ludwig Feuerbach, que eran proyecciones de los deseos, temores, o ideas morales de los hombres, no cabe hacerlo del Dios bíblico “que muestra que hay algo más allá que no tiene por qué ajustarse a los estándares de la persona o de la sociedad”. El Dios bíblico “no es un Dios moralista, aunque tampoco excluye la moral: la fe exige una respuesta moral, pero no es el centro”.

La clave del Génesis y la Biblia es que Dios irrumpe en la historia y lo hace de manera impredecible

A juicio de Miguel Ángel Quintana, la interpretación “humanista” de la religión, que la reduce a ser depositaria de los ‘valores’ de su tiempo, aboca a su desaparición. Por eso, frente a esta visión, revindica al Dios del Génesis, que aparece como lo Otro, con mayúscula. “Y aceptar a lo Otro permite aceptar al ‘otro’ con minúscula. De ahí surgen la tolerancia y el perdón”. Por otra parte, que un elegido de Dios, como Abraham, se comporte de forma más que discutible y no pierda por ello la condición de protegido “es consolador”, según el también director del Instituto ISSEP. “Esto va contra la visión puritana según la cual hay que ser perfecto (y mostrárselo a todos) para conservar la relación con Dios”.

Adán y Eva

Otro episodio que suscita todo tipo de interpretaciones diversas es el del pecado original, cuando Adán y Eva comen la fruta del árbol del bien y del mal, que Dios les había prohibido. Voltaire, por ejemplo, considera inconcebible que un Dios bondadoso pudiera prohibir a los hombres el conocimiento de lo que está bien y mal, pero lo cierto es que la filosofía y la ética llevan milenios intentando discernirlo sin llegar a un acuerdo. El árbol del bien y del mal es el árbol de la moral, y la prohibición puede interpretarse también como una advertencia contra sus peligros. Y también contra la tentación de juzgar a los demás, que se hará explícita en los relatos evangélicos que narran la vida de Jesús de Nazaret: “No juzguéis y no seréis juzgados”. En un contexto tan hipermoralista como el nuestro, tan proclive a los rápidos juicios categóricos, quizás esta advertencia resulte difícil de entender.

El árbol del bien y del mal es el árbol de la moral, y la prohibición puede interpretarse también como una advertencia contra sus peligros

Por otra parte, la idea de pecado original, tan denostada por todos los optimistas y vitalistas del mundo, encaja bien con la idea psicoanalítica de la ‘falta’: la conciencia de que la promesa de plenitud que sugiere el útero materno se rompe al aterrizar en el mundo. De hecho, si lo que diferencia a los seres humanos del resto de los animales es el lenguaje articulado y simbólico, de ese poder se deriva un inevitable malestar en forma de desajuste respecto de lo real y que se traduce en la dramática conciencia de que vamos a morir, de la que carecen los demás animales.

Por otra parte, si interpretamos el ‘árbol de la sabiduría’ como una alegoría de ese lenguaje que nos hace humanos, adquiere un nuevo sentido el castigo que Dios impone a la mujer: parir con dolor. Y es que el parto con dolor es consecuencia del anormal tamaño de la cabeza del bebé humano, tal y como explica el paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro. Un tamaño que tiene que ver con nuestros altos índices de encefalización (relación de tamaño entre cerebro y cuerpo) y que es la base de nuestra capacidad lingüística y racional. Huelga decir que, visto desde este ángulo, el ‘error’ de Eva debería ser reevaluado, en la medida en que abre la puerta a nuestra humanidad.

torre babel
Torre de Babel por Pieter Brueghel el Viejo

Torre de Babel

Para concluir esta mirada sobre el Génesis y sus debates culturales, nos detendremos en el relato de la Torre de Babel, sujeto también a interpretaciones muy contradictorias. Como es sabido, el texto nos cuenta la ambición de los habitantes del país de Sinar que decidieron desafiar a Dios construyendo una torre capaz de alcanzar los cielos y éste, como respuesta, les castigó confundiéndoles mediante distintas lenguas, con lo que no pudieron seguir adelante con su obra. La interpretación habitual destaca que Dios castiga la arrogancia humana, aunque una lectura literal del texto permite ver a Yahvé como un Dios temeroso del exceso de poder de los hombres, lo que casa mal con su condición divina y su omnipotencia. “Un pueblo con una sola lengua ha empezado a hacer esto y ahora no habrá nada imposible para ellos si se lo proponen”, reflexiona Yahvé.

Y, sin embargo, hay otra interpretación posible. El Licenciado en Ciencias Bíblicas Josep María Soteras recuerda que Babel es Babilonia, un estado caracterizado por su rígido autoritarismo, y que la torre se construirá cociendo ladrillos de barro, que es el mismo trabajo que los hebreos esclavos realizaban en Egipto. “Estamos pues ante la pretensión de construir un imperio avasallador de ámbito universal, que someta a la humanidad a una autoridad, bajo el poder de una sola voluntad, de una única palabra, de una misma lengua”. El empeño de todos los totalitarismos, en última instancia. Frente a esto, “Dios libera al hombre de sus pretensiones absolutizantes, totalizadoras, uniformistas, restrictivas, dominadoras… en una palabra, autodivinizantes”. Después de todo, el relato de la Torre de Babel quizás no esté tan alejado de nuestro presente.

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