El pasado lunes 18 de julio, los emblemáticos cines Conde Duque de las madrileñas calles de Santa Engracia y Alberto Aguilera proyectaron películas por última vez y echaron el cierre definitivo. Su adiós se sumó a una larga lista de salas históricas que no pueden mantener el modelo de exhibición ante una falta de espectadores que ha empeorado con la pandemia por covid, responsable de alejar a un público tan importante para su supervivencia, como es aquel que se encuentra en la franja de edad a partir de los 65 años.
La magia que antaño ofrecieron las salas de cine en las capitales españolas desaparece paulatinamente y sus locales se ven amenazados ante la falta de demanda, la alternativa que ofrecen las plataformas como Netflix o HBO y nuevos modelos de ocio. Entre todas las salas que sobreviven en España, el cine Los Ángeles, inaugurado en Santander en 1957, es un ejemplo de aquellos locales que resisten ante la amenaza de cierre y que se han convertido en un símbolo cultural que, como muchos otros, merece ser protegido antes de que sea demasiado tarde.
Este cine abrió sus puertas un 23 de agosto en plena cuesta de la calle Ruamayor, a pocos metros del ayuntamiento de la capital cántabra, hace ahora 65 años. Marcos Restegui Vela, propietario, ya contaba entonces con el extinto cine Alameda, y más tarde inauguró el Cine Capitol y el Cine Santander, ya desaparecidos. El arquitecto Francisco Cabrero Torres Quevedo fue el encargado de diseñar este local, que se mantiene casi intacto, con sus decenas de luces colgadas del voladizo y un letrero luminoso con el nombre del cine que ya forma parte de la imagen de la ciudad.
Tal y como ha explicado Carlos Restegui, que recibe a Vozpópuli en las instalaciones del cine, uno de los diez hijos propietarios de esta sala y encargado de su gestión, su padre eligió como nombre del local el de su esposa, Angelines, y el rótulo se hizo a partir de la letra de su propio puño. La familia Trapp (1956), dirigida por Wolfgang Liebeneiner, fue la película con la que se inauguró esta sala, que en sus años de trayectoria solo ha cerrado entre 2003 y 2005, y que volvió a la actividad tras un acuerdo con el Ayuntamiento de Santander.
Cuando el cine Los Ángeles empezó su actividad contaba con un total de 550 butacas, en un momento en el que las alternativas de ocio eran o bien bailar en los guateques o ver una película. A finales de los años 80, coincidiendo con la época dorada de los videoclubs, pasaron a tener 180 asientos porque "la gente dejó de ir al cine" y, como reclamo, se redujo el aforo. En la actualidad, el cine cuenta con 320 butacas y encara otra crisis: la provocada por la pandemia.
Los Ángeles fue en 2016 el cine con la entrada más barata de España, un puesto que perdió posteriormente aunque sigue teniendo un precio muy atractivo -apenas seis euros- que no ha aumentado con la actual crisis y que no cambiará próximamente. Es, además, una de las tres únicas salas de cine que existen actualmente en el centro de la ciudad, junto a la Filmoteca de Cantabria Mario Camus y los Cines Groucho.
"El público está más fragmentado que nunca", resalta Restegui, quien admite lo "difícil" que resulta llegar a los espectadores jóvenes
Este enclave, que no pasa desapercibido para los cinéfilos que visitan la ciudad, no vende palomitas ni Coca Cola, huye de las luces led que llenan los suelos de las salas modernas, cuenta con una única pantalla y tiene una solera como pocos cines en España: excepto las butacas y el suelo, que han sido renovados varias veces aunque siempre recurriendo a la misma fábrica, el resto de la decoración sigue intacta y bien conservada. Ver una película en esta sala debe ser lo más parecido a viajar en el tiempo.
En las próximas semanas, el cine Los Ángeles proyectará películas como la comedia francesa Mis queridísimos hijos, la cinta de acción protagonizada por Brad Pitt Bullet Train o la comedia musical española Voy a pasármelo bien, una programación variada que se dirige a un espectador diverso. "El público está más fragmentado que nunca", resalta Restegui, quien admite lo "difícil" que resulta llegar a los espectadores jóvenes, tan acostumbrados a una inmediatez y una velocidad que tan mal casan con un modelo que aún confía en el boca a boca, en las recomendaciones y en el éxito que se cocina a fuego lento.
Cine Los Ángeles: futuro incierto
La historia del cine Los Ángeles, si bien se escribe con las particularidades de la ciudad, también comparte muchos rasgos con el resto de cines de España, y sus obstáculos, sus amenazas y sus alternativas de supervivencia son las mismas que las del resto de locales del país. "Nuestro cine lleva muchos años con una actividad que debería ser inviable", destaca Restegui, quien además de la crisis del VHS, añade que se sumó más tarde el auge de los centros comerciales y los multicines, así como diferentes modelos de ocio que poco a poco quitaron protagonismo a los cines.
"Si viene para quedarse cerraremos, porque no tenemos público y tenemos que pagar nóminas de los cuatro empleados que trabajan", advierte Restegui sobre la actual crisis de asistencia a los cines
En los últimos años, el cine ha pasado por "momentos muy buenos", pero con la pandemia la asistencia al cine ha sufrido una fuerte caída. Restegui ha admitido que el cine ha estado "a punto de cerrar este verano" de manera temporal, porque entiende que se trata de una caída "coyuntural". "Si viene para quedarse cerraremos, porque no tenemos público y tenemos que pagar nóminas de los cuatro empleados que trabajan", advierte uno de los propietarios de este cine, "complicado de mantener" al contar solo con una pantalla.
Restegui no cree que la crisis se deba a las plataformas y alerta de que el cierre de los cines en los centros de las ciudades es algo irreversible. "Para que el cine vuelva a las ciudades hace falta un espacio que no existe, con altura, espacios diáfanos, sin una sola columna", explica el propietario de la sala. Si se abandona la posibilidad de ver películas en pantalla grande llegarán cadenas como "Mango o Zara", o los supermercados, como pasado con el cine Capitol de Santander, y ha ocurrido con otras salas como los cines Roxy en Madrid. Entonces, las ciudades habrán perdido parte de su magia y no habrá marcha atrás.