Cultura

Monegros Desert Festival: la grandeza de bailar techno veinte horas en el desierto

El festival aragonés brilló por un cartel arrollador y un ambiente de fraternidad visto muy pocas veces

Monegros no es solo un festival de música techno, pero el techno es un ingrediente clave en el menú de esta fiesta de veinte horas en el desierto. Hablamos de un estilo musical sin apenas adornos, donde resulta esencial que cada pieza funcione perfectamente para que el resultado contagie al oyente. Irrumpió a mediados de los ochenta en una Detroit desindustrializada y se convirtió en una bomba musical, que se expandió por el mundo sin prisa pero sin pausa. Arrasa en España desde los años noventa, conquistando a los fiesteros con sesiones en clubes del centro de las ciudades y de polígonos industriales. Gracias a una nueva generación de productores, hoy suena más viva y fresca que nunca, hasta el punto de que parece un filón inagotable. No puede pasar de moda porque nunca ha estado de moda. Su belleza es sencilla y eterna, como la estampa de un desiertoPasar horas y horas escuchando techno en Monegros es una experiencia perfecta para entender su grandeza. Y el sábado pasado funcionó a la perfección.

Hace veintinueve años que arrancó este festival. Temporada tras temprada, la organización ha conseguido mejorar lo logrado. El gran acierto de 2022 fue aumentar el número de escenarios hasta once, logrando una mayor dispersión del público y una reducción de las aglomeraciones. Allí estábamos 55.000 personas bailando y escuchando en el desierto sin que en ningún momento hubiera atascos humanos. Además, y esto es importante, tampoco se veían escenarios desamparados, sin apenas público, lo cual corrobora el acierto en la selección de artistas. En realidad, los escenarios son trece, si contamos que también hay sesiones en el interior de un avión que te encuentras al principio del recinto y en un vagón de tren situado en la zona exclusiva de los artistas. Festivales como Sónar y Primavera Sound sufren procesos de masificación peores cada año, pero Monegros ha sabido manejarlos con eficacia.

El gran triunfo de este año fue Industry City, un espacio nuevo que replica uno de esas zonas urbanas devastadas por la desindustrialización. Dos escenarios, uno pequeño y otro grande, separados por una pista para hacer skate. La programación del escenario más grande fue sencillamente perfecta, como para quedarse a vivir. Me acerqué sobre las once a escuchar a Phase Fatale, joven artista neoyorquino que arrasa en Berlín y que ofreció una lección de techno tenso y descarnado, justificando de sobra su prestigio. A partir de entonces, me resultó complicado apartarme del escenario porque no había ningún un minuto aburrido. Ansome ofrecieron un directo áspero, con partes vocales casi trogloditas, electrónica de las cavernas. En la misma línea, pero con un sonido mucho más sofisticado, el afilado Ancient Methods impresionó con una sesiónn elegante, pero llena de crudeza, que hace pensar que es el equivalente techno de grupos de metal como Pantera o Sepultura. Estamos ante alguien capaz de devolver al género ese punto de agresividad que necesita para no convertirse en inofensivo.

Monegros y la belleza macarra

Llega un momento en las noches electrónicas, especialmente en las largas, en los que tu percepción te dice que ya tienes suficiente, que acabas de ver una sesión perfecta y estás saciado de lo que viniste a buscar. Yo pensé que me había ocurrido con Ancient Methods, pero al estar en mitad del desierto y con coche de vuelta programado a las diez de la mañana todavía tenía siete horas por delante. Me decidí por la pujante artista sueca SPFDJ, también es Industry City, y la verdad es que bendita decisión: una sesión perfecta de principio a fin, donde usó los recursos más clásicos del techno consiguiendo que sonaran frescos como el primer día. Quizá la mejor prueba de su talento apabullante fue la remezcla que hizo a mitad de sesión de ‘Born slippy’, himno clásico de Underworld que fue la canción principal de la película Trainpotting (1996). Confieso que Underworld nunca me gustaron, que detesto incluso esta canción universalmente aclamada, pero SPFDJ nos regaló una versión destripada, quedándose con dos elementos de la música y unas pocas palabras de la letra, y a la vez multiplicando el poder de contagio de la pieza. En el resto de su actuación, cien por cien majestuosa, la artista consiguió jugar con la intensidad a su antojo, riendo traviesa en cada transición entre tema y tema, sabedora del enorme placer que estaba proporcionando a sus fieles (que tenían mono de festival desde que se interrumpió en 2015 por una disputa inmobiliaria). Después de escuchar a SPFDJ en vivo, caben pocas dudas de que llevará su carrera tan alto como ella quiera y también de que es capaz de mirar cara a cara a cualquier artista del techno actual. Fue la gran confirmación de Monegros 2022.

Los puntos calientes del festival fueron el espacio Industrial City y la carpa Moon, donde se concentraba el segmento más macarra del festival tanto artistas como público

Un festival es su cartel, espléndido en este caso, pero también su ambiente. Muchas veces, cuando dices que vas a Monegros, los amigos y curiosos te preguntan si no te da miedo meterte en un recinto con miles de las personas más macarras de España (y de Italia y de Francia también, donde el festival tiene un prestigio seguramente superior al que le otorgamos aquí; el porcentaje de público español anda por el 45%). Esta pregunta -la del miedo- solo puede hacerla quien no haya pisado el festival: especialmente este año, las vibraciones fueron de máximo amor y compromiso con la fiesta, después de seis años de abstinencia. El público estaba centrado al máximo en la música y en compartir esas horas de felicidad, hasta extremos difíciles de imaginar. Un ejemplo personal: me puse a sudar como un cochino en la carpa Moon a las cuatro de la madrugada y se me acerco una chica de veintipico años a darme aire con su abanico de Barraca, templo clásico de la ruta del bakalao (el riesgo de Monegros no es un encuentro desagradable, sino más bien verse envuelto en una cordialidad que te lleve de fiesta otras veinticuatro horas). Escenas así presencié unas cuantas, con desconocidos charlando con máxima amabilidad y ayudándose unos a otros. El ambiente de este año fue realmente cálida, demostrando que no podemos juzgar a un público por su afición a los tatuajes, los coches tuneados y las camisetas con estampados intimidantes. Ayudó también que la temperatura fue perfecta, sin calor extremo por la tarde ni frío por la mañana.

También hay cosas mejorables, por supuesto. Dediqué el arranque del festival por el escenario grande, que a esas horas programaba hip-hop y la verdad tampoco se vio nada espceialmente relevante. El discjockey Real El Canario hizo una sesión muy digna de clásicos del hip-hop, que brilló algo en los recuerdos a “Cantaloop” (US3) y “La raza” (Kid Frost), pionero del hip-hop latino cuyo mejor himno ha aguantado bien el paso del tiempo. SFDK estuvieron correctos, pero su rap palidece ante formas actuales de música urbana, mucho más dinámicas y desafiantes. Las Ninyas del Corro suenan enérgicas y descaradas, con una disfrutable naturalidad de barrio, pero todavía les faltan los temazos que les hagan dar un salto de voltaje. El clásico burlón Busta Rhymes venía con un repertorio rotundo y un vestido rosa bufonesco con logos de Louis Vuitton, pero se mostró huérfano de la energía y el flow que exige su género. Como muchos otros raperos veteranos, él y su rimador de apoyo hacen demasiadas pausas para hablar, pedir al público que se anime o preguntarles si conocen tal o cual canción antigua que van a tocar; muchos parones de ritmo pueden matar un concierto.

Pregunté a la organización el motivo de la cancelación del legendario colectivo rapero Wu-Tang Clan y me contaron que a última hora el grupo neoyorquino les dijo que solo habían podido reunir a la mitad de sus miembros. Es todo un gesto de dignidad de Monegros haber preferido no programarlos que dar a su público menos de lo prometido. En general, el hip-hop atraviesa un momento de impasse y en el festival no pueden permitirse a los artistas grandes, por ejemplo un Jay-Z o un Kanye West que podrían merendarse fácilmente un tercio o la mitad de su presupuesto completo del festival (que ronda los seis millones de euros). ¿No sería mejor tirar alguna vez de músicas urbanas más vivas como el trap o el reguetón hasta que se aclare el futuro del rap? Otra mejora deseable sería poner una barra y servicios dentro del escenario Industry City, ya que las colas para entrar llegaron a ser muy largas y, una vez dentro, salir a por un agua o hacer una visita a los aseos podía costar perderte media sesión. El buen rollo en Monegros era tal que la gente ni siquiera se quejaba cuando grupos de desorientados se te colaban en la fila de un escenario o en el momento de pedir en una barra. Y eso lo pagan los más respetuosos.

Muchos festivales en uno

Otro de los puntos calientes del festival, sin duda alguna, fue la carpa Moon, donde se concentraba el segmento más macarra del cartel. En este espacio brillaron artistas las actuaciones trepidantes de Kobosil y 999999999, entre otros. Allí se encontraba el público más militante, hasta el punto de que muchos daban la impresión de haberse pasado la mayoría del festival sin moverse del sitio. El ambiente era el más fraternal de todos, pura fiesta y entrega. Aunque no le dedicase mucho tiempo, hay que decir que fue una excelente idea la apuesta del escenario Open Air, por donde pasaron clásicos consolidados como Laurent Garnier, Ben Sims y Óscar Mulero, además de apuestas pujantes como la californiana Avalon Emerson. Cualquier chaval que se acercase una rato tenía la opción de aprender los fundamentos clásicos de la historia de la música electrónica. El sonido de la Catedral Techno, donde el discjockey pinchaba desde un púlpito, estrenaba sistema de sonido 360, un círculo de bafles apuntando al centro de la pista. No es que se note un cambio espectacular respecto a otros escenarios de Monegros, pero sí está muy por encima del nivel al que nos tienen acostumbrados otros festivales.

También hay que decir que es un mérito del cartel marcharte del festival habiendo dado vueltas durante veinte horas y que aún así te dejases en el tintero nombres tan apetecibles como la alquimista techno Paula Temple, la salvaje polaca VTSS, el misterioso enmascarado STNS y el ascendente Héctor Oaks, madrileño emigrado a Berlín. Quien se aburra alguna vez en Monegros es que se ha aburrido de la música electrónica. El escenario que apenas visité fue Elrow, pero ya sabemos que en este festival caben muchos festivales y que podrías encontrarte en la puerta con un amigo que hubiese estado todo el rato bailando sin ver ni de lejos a ninguno de los artistas que has disfrutado tú. Hay muchos Monegros dentro de Monegros.

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