Cultura

Annie Ernaux y las salvajes mutaciones del sexo en el siglo XX

La Nobel francesa ha puesto el sexo en el centro de su escritura, compartiendo experiencias traumáticas y rechazando miradas consumistas sobre el cuerpo de las mujeres (entre otras, la de Houellebecq)

Atención a esta frase: “Como el deseo sexual, la memoria no se detiene nunca. Empareja a muertos y vivos, a seres reales e imaginarios, el sueño y la historia”, escribía Annie Ernaux en su aclamada autobiografía Los años (2008), que fue un éxito internacional. En ella explica los vertiginosos cambios morales del siglo XX, que ella vive en primera fila. Pasa de ser una adolescente aterrada por perder la virginidad a permitir que sus hijos se acuesten con sus novias el domicilio familiar. Sus escritos también reivindican la madurez femenina como etapa de esplendor sexual. “En el plano personal, el periodo más luminoso va desde los 45 hasta los 60, cuando tuve la impresión de ser una mujer realmente libre, que hacía lo que quería. Fue un tiempo de gran libertad en que me sentía bien en la vida”, confiesa en una intensa entrevista con The Guardian en 2019.

Curiosamente, su mayor antagonista en cuanto a enfoque narrativo del sexo es otro eterno candidato al Nobel: Michel Houellebecq. Así lo explicaba en la revista española Jot Down hace pocos años: “No hay nada de transgresión en Houellebecq, y parece que no nos damos cuenta. Va con la corriente de la opinión en un momento dado, además con una escritura extremadamente simple, sin ninguna profundidad. Eso hace que, bueno, sean libros que están casi listos para la traducción. Houellebecq no es más que un captador de la opinión dominante. Por ejemplo, cuando habla de las mujeres en el libro donde le dejé de leer, al final de los años noventa, él anima abiertamente esas tendencias machistas, viriles. No hay ninguna transgresión en hablar de las mujeres de esa manera”, denuncia.

Una experiencia que sin duda marcó su forma de ver el sexo fue su primera relación sexual, mantenida con un monitor de campamento donde ella ejercía la misma función. Tenía diecisiete años y tardó medio siglo en contarla con detalle, en el libro Memoria de chica (2016). Un fragmento clave: “Él hace fuerza. A ella le duele. Dice que es virgen como una defensa o una explicación. Grita. Él la reprende: ‘Preferiría que te corrieras en lugar de dar voces’. A ella le gustaría estar en otra parte, pero no se va. Tiene frío. Podría levantarse, encender la luz, decirle que se vista y se largue […] Es como si hubiera sido demasiado tarde para echarse atrás, como si las cosas debieran seguir su curso. Como si no tuviera derecho a abandonar a ese hombre en el estado que ha provocado ella. Presa de ese furioso deseo que tiene de ella”, explica en la página 54. “… le pone la polla en la boca. Recibe inmediatamente un chorro graso de esperma que le salpica hasta la nariz. No hace ni cinco minutos que han entrado en la habitación”, sigue en la página 55.

Ernaux y el feminismo

La escritora y psicoanalista Lola López Mondéjar destaca la importancia de esta experiencia en su completa reseña del libro, aunque lo más relevante más tarde: “La vergüenza no apareció entonces, se sorprende la Annie Ernaux octogenaria. La chica del 58 solo quería integrarse en el grupo de monitores del campamento, tener una relación sexual, hacerse mayor, ser autónoma e independizarse de las reglas católicas familiares. La vergüenza aparecerá después, cuando las lecturas feministas, con Simone de Beavoir a la cabeza, despiertan su dignidad”, señala.

En efecto: uno de los libros que marca a la reciente Nobel es El segundo sexo, de Beauvoir. “Es un texto filosófico y teórico, pero recuerdo que lo que amé de él eran las situaciones concretas: la noche de bodas, que era siempre una violación; las mujeres que trabajan en la casa haciendo todo el oficio y, al mismo tiempo, la gran mirada filosófica que entrañaba sobre cómo las mujeres estaban en un mundo dominado por hombres, en el que ellas representaban la inmanencia, es el término que ella emplea, y los hombres, la trascendencia; es decir que los hombres nacen con todas las posibilidades de libertad, en cambio las mujeres son sumisas al deseo, la voluntad y las leyes de los hombres”, recuerda Ernaux en una entrevista con El Tiempo de Colombia.

Gracias a Beauvoir, Ernaux descubre que hasta los años setenta las mujeres no fueron capaces de decir 'este cuerpo es mío'

Más madera: “Me di cuenta de mi sumisión y ahí tuvo lugar ese rechazo orgulloso de todo lo que pudiera tocar de cerca o lejos la sexualidad. El cuerpo se convirtió para mí en un objeto que me asqueaba, caí en la bulimia, estuve muy mal con mi cuerpo. Existió esa ambivalencia del hecho de leer a Beauvoir. Además, tenía el ejemplo de mi madre: una mujer fuerte que en su pareja fue la ‘ama’ que nunca se dejó dominar, algo que encontramos en El segundo sexo cuando Beauvoir habla de la igualdad que puede existir en una pareja de comerciantes, porque efectivamente mis padres tenían una tienda. Pero en la sociedad, que era tan machista, solo hasta los años 70 pudimos decir: ‘Mi cuerpo es mío’, y solo ahí hubo un verdadero cambio. Porque antes, por ejemplo, todo lo que implicaba la anticoncepción y el aborto era prohibido. Y, claro, Simone de Beauvoir fue muy activa en ese movimiento”, celebra.

Hoy en cada entrevista, o casi en cada entrevista, le preguntan sobre el movimiento #MeToo, cuestionado por celebridades francesas como Catherine Deneuve. Ernaux, refiriéndose específicamente a la actriz, considera que rechazar este movimiento tiene que ver con los privilegios de clase social. “El #MeToo rompió el silencio sobre el poder que los hombres atribuyen al cuerpo femenino. No todos, obviamente. Pero todos se aprovechan del consenso implícito de la sociedad de que al hombre se le permite coquetear intensamente. El Movimiento ha cuestionado, por ejemplo, el dogma de que los hombres necesitan más el sexo que las mujeres y por lo tanto tienen más derechos. Entonces descubrimos que no estamos solas con nuestra vergüenza. Así sucedió en los años 70 tras el Manifiesto de las 342 putas que afirmaron haber abortado”, explica a la web Italy24 en 2019.

Edmund White, crítico literario del New York Times, destaca en una pieza de 2018 que para Ernaux hablar de sus recuerdos era una forma de reivindicar el pasado frente al presente eterno de Internet. “Ciertamente Ernaux no es marxista, pero ve la Historia como Sociología y la Economía como determinante en nuestras vidas. Se usa a sí misma como caso de estudio, el de una persona que ha sido condicionada por la publicidad y el consumismo”. En el plano sexual, algunos pasajes de Los años muestran la dureza de envejecer sometida al bombardeo promocional constante de productos que "no sabías que necesitabas para ser considerada deseable". La escritora señala el callejón sin salida del consumismo contemporáneo, que consiste en que todos sabemos que los productos no nos hacen felices pero actuamos como si esa certeza “no fuera suficiente como para decidir abandonarlos”.

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