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Agustín Alonso G.: “Garcilaso se aferraba al amor como una forma de redención”

La novela 'La edad imperfecta', que acaba de llegar a su segunda edición, propone un viaje vivo y lleno de conflictos a la Castilla de nuestro Siglo de Oro

Portada de 'La edad imperfecta'

Las novedades literarias son cada vez más previsibles, por eso supone una alegría especial encontrar sorpresas como La edad imperfecta (Sílex, 2021). Se trata de una novela sobre Garcilaso de la Vega escrita por un filólogo y periodista que ha hecho carrera contribuyendo a los contenidos más modernos de TVE, desde El Ministerio del Tiempo hasta la plataforma Playz, pasando por la serie Isabel. En realidad, la biografía de Agustín Alonso G. era perfecta para cristalizar un relato que combina rigor histórico con el dinamismo de una serie de Netflix.
¿Cómo recuerda el proceso de escritura? “He creado mi propio Garcilaso, por supuesto, pero he buscado que la verdad de la ficción encaje con la verdad de los hechos e hipótesis que tenemos sobre su vida. Eso ha supuesto un enorme trabajo de documentación y de reflexión, horas y horas, años de lecturas y de estudio. Pero aunque pueda sonar agotador, siento que ese proceso maravilloso de búsqueda es en sí mismo una historia de aventuras, de investigación, tiene algo de hacer un puzzle, de modelar una escultura… de ser Dios”, reconoce divertido. Vozpópuli charlo extensamente con el autor.

Pregunta: ¿Qué es lo que más le atrajo de la figura de Garcilaso de la Vega?
Respuesta: A Garcilaso de la Vega llegué un poco por azar. Allá por el año 2000, cuando se estrenó Gladiator, pensé en un personaje de la Historia de España que pudiese protagonizar una narración con drama, romance, épica… y rápidamente pensé en él: soldado y poeta, murió luchando en la guerra, cantó a una amada imposible… Tiene todos los elementos para un historión de aventuras. A lo largo de los años fui profundizando en su vida y descubrí que los elementos de su biografía y, sobre todo, de su personalidad, eran más interesantes de lo que había sospechado. Después de todo este tiempo acompañándolo, creo que lo que más me atrae de él son sus contradicciones y los muchos pliegues de su carácter, más allá de la brillantez de su literatura, que ha marcado toda la poesía en castellano posterior. Garcilaso es como un barro maravilloso con el que moldear buena literatura. Fue un ser humano con mucho talento que vivió en la primera fila de los acontecimientos políticos y sociales una de las épocas más apasionantes de la Historia de Europa y de España. Y eso es oro para un creador y para un lector.
 

P: ¿Fue Garcilaso un hombre poco normativo, digamos, por poner el amor en el centro teniendo a su alcance la gloria artística, palaciega y militar?
R: Creo que sí, que Garcilaso es un hombre muy particular en ese sentido. Debía de tener una sensibilidad muy especial que le hizo sufrir mucho. Prácticamente toda su poesía trata del amor. Del amor erótico y del amor de amistad. No hay épica, no hay temas religiosos, no hay grandes conceptos filosóficos como tema central. Tengo la impresión de que se aferraba al amor como una forma de redención, de embellecer una realidad que le parecería muchas veces tortuosa. Garcilaso tenía algo de poeta maldito. Era intensito. Hoy en día sus amigos dirían que era un poquito drama queen… drama king en su caso.

P: ¿Qué se puede aprender de las relaciones sentimentales en el siglo XVI que sea útil para 2022?
R: No sé si algo bueno, jajaja. O sí, por contraste, jajaja. Es que el Garcilaso de mi novela, al que quiero como a un amigo de toda la vida, se comporta con cierta toxicidad en buena parte de sus relaciones, por su sensibilidad y porque me centro en su paso de la juventud a la madurez, la etapa de formación de los afectos, en la que se cometen más errores. ¿Quién saldría bien en la foto emocional de esos años? Como amigo yo le hubiera dicho que no le vendrían nada mal unas sesiones de psicoterapia. Ya en serio, la verdad es que la época de Garcilaso, la previa a la Contrarreforma, era mucho más abierta afectiva y sexualmente. Luego hubo una involución. Es decir, que un españolito de 2022 se puede sentir mucho más cerca de los usos amorosos del Renacimiento -que diría Martín Gaite- que de los del siglo XIX, por ejemplo. Y luego, hay una realidad, que al recrear a Garcilaso, como creador, lo hago viviendo esta era de capitalismo emocional, de debates sobre la masculinidad, yo mismo he vivido unos años de viaje emocional y eso lo proyecto en el personaje consciente e inconscientemente. Pero por responder a la pregunta con algo concreto: Garcilaso de la Vega vuelve a demostrar que haciéndote el misterioso con tus silencios y siendo el de la guitarrita en las fiestas se liga mucho. (Risas).

P: Hablemos de la intensidad literaria que le caracterizaba: “Escribir le exigía una entrega completa. La poesía le separaba de los demás, como una borrachera”, destacas.
R: Me parece que, aunque en lo estilístico Garcilaso busca la naturalidad del habla, creo que en su espíritu es aristocratizante, un poco artista en su torre de marfil, a pesar de que vive tan de cerca los grandes acontecimientos de su tiempo. Eso sí, los vive desde su clase media-alta, de nobleza de segundo o tercer nivel. Es decir, yo creo que busca todo el rato distanciarse de la realidad, platónicamente. No soporta la fealdad, lo sucio, lo que considera bajo… No tiene interés por hacer una poesía para el pueblo, sino para sus colegas nobles, cortesanos, aspirantes a figurones políticos… Al mismo tiempo que vive este deseo artístico aparentemente elevado, siente el deseo de colocarse en la corte, de ser valorado en la sociedad palaciega, algo que podría parecer más bajo, más pobre. Todo se mezcla, el amor al arte y el amor al reconocimiento. Si lo reflexionas, funciona con una lógica humana muy coherente, porque al final el deseo de ser valorados, apreciados, queridos, puede impulsar a la búsqueda del poder, de cargos políticos, y también a la creación de arte. En algunos casos, a ambas cosas en la misma persona. De hecho, esto sucede mucho en la época de Garcilaso.


P: Muy pronto, en la página 29, el lector encuentra frases que podrían aplicarse a nuestra actualidad política: “Si el pueblo llano no es consciente de que nuestro reino se está vendiendo en trocitos a los extranjeros es obligación de sus representantes hacérselo entender”. ¿Cómo es posible que sigamos en las mismas cinco siglos después?
R: Es que es brutal. La España actual puede fijarse en la de hace quinientos años y decir como se dice ahora “bua, eso es tan yo” o “soy yo literal”. Recuerdo que al comienzo del proceso de documentación, leyendo el libro sobre la guerra de las Comunidades de Joseph Pérez, allá por 2014, me quedé impactado. La Castilla de los 1510 se parece a la España de los 2010: inestabilidad política por la falta de un líder claro que rija los destinos del país, especulación inmobiliaria, corrupción en los cuadros de la administración pública por la proliferación de políticos profesionales y la acumulación de cargos en personas muchas veces mediocres, oligarquías en algunas de las grandes ciudades que se revuelven contra un poder central desafecto… Eso que en la novela se dice en el contexto del espíritu popular previo a la revuelta comunera se agravó después con su derrota.

Puede que la España de Carlos V dominara políticamente muchos territorios, pero la riqueza, también de la que se expolió a América, se despilfarró en decisiones políticas y guerras que se basaban en sentimientos más que en reflexiones geoestratégicas. La riqueza de Castilla acabó en manos de banqueros italianos y alemanes. Demasiado familiar. ¿Por qué parece que no hemos avanzado mucho? Creo que en parte porque en el mainstream las miradas a nuestra Historia son desde la trinchera y por lo tanto de trazo grueso. Unos la desprecian sistemáticamente como quien intenta ocultar una infancia traumática que no fue tal y otros se aferran a esa mitología de lo hispano que es la imperiofilia. Hace falta una mirada crítica de nuestra identidad sin perder de vista que es, eso, nuestra identidad. Es decir, hay que juzgarla como quien juzga su propia vida, con comprensión. No se puede negar la identidad por vía de ignorar o despreciar el pasado que nos ha configurado porque luego vienen las neurosis. Pero tampoco se puede construir una idea triunfal de nuestra genealogía con un forofismo que te impida ver los errores. Conocerte más a fondo te permite cambiar, evolucionar, mejorar.

P: Castilla tiene un enorme protagonismo en la novela. ¿Qué características culturales le parecen clave de este territorio?
R: La novela ha sido para mí un proceso de autoconciencia de mi castellanidad, ese tratar de conocer mejor mi identidad que te decía antes, pero no tengo una respuesta clara sobre lo que me preguntas, la verdad, y creo que sería bueno pensar más sobre ello. Solo tengo intuiciones que a ratos se conectan. Sí que hay una idea de fondo en la novela, que es la lucha entre dos polos de Castilla y España (que se construye políticamente tan castellanocéntrica). Por un lado, la España de la sensibilidad, y por otro la España de la voluntad, que encarnan Garcilaso y su hermano mayor, respectivamente. No son dos realidades monolíticas, porque el puro binarismo me parece inexacto, sino que muchas veces se mezclan. De hecho, pienso que lo ideal es que el gobernante esté entre ambos polos. Pero digamos que en aquellos años acabó triunfando política y socialmente la Castilla de la voluntad, esa en la que “se hace la guerra y se padece una gran pobreza”, como escribía en 1523 el embajador polaco Juan Dantisco a su monarca. Y creo que esa derrota marca la disociación mental entre las clases políticas y las culturales de Castilla por los siglos venideros.


Mentalmente, en Castilla va imponiéndose el porcojonismo frente a una idea más refinada, más matizada, más humanista. Isabel la Católica, que era precisamente esa mezcla de voluntad y sensibilidad, y luego Cisneros, dieron un enorme impulso humanista a la educación y la cultura castellanas. Mientras duró la inercia, siglo y medio, estuvimos en la vanguardia artística y Garcilaso es el primer fruto de ese fantástico impulso. A partir de ahí, la decadencia, en parte por el porcojonismo de Fernando e Isabel que supuso la expulsión de los judíos que no se hicieron cristianos, y con ellos su riqueza económica y cultural, y la Inquisición, que laminó la apertura intelectual y paralizó por siglos la entrada de Castilla en la modernidad. Quizá respecto a las características culturales de Castilla, ahí también nos debatimos entre dos polos.

La lucha entre la sobriedad paisajística de la meseta, el secarral que nos pega al suelo, los extremos climáticos que nos meten para adentro, y el deseo de elevarse, de expandirse. El costumbrismo, la picaresca, el vitriolismo quevedesco, el realismo galdosiano, Solana, Delibes, Laforet, Sabina, por un lado… pero por otro Garcilaso, San Juan de la Cruz, Góngora, Juan Ramón Jiménez, Carmen Conde, José Luis Perales… Y Velázquez y el Quijote elevando lo terrenal como síntesis, tal vez. Teresa de Ávila y Unamuno también, pienso. Tampoco creo que la identidad cultural sea algo inamovible, pero soy pesimista sobre la posibilidad de que la cultura castellana en sentido amplio, y con ella parte de la española, evolucione hacia donde me gustaría. Claro que si hemos podido pasar en el fútbol del “A mí, Sabino, que los arrolló” al tiki-taka, ¿por qué no podemos cambiar la identidad de nuestra cultura? (Risas)
 

P: Más Castilla: otro hilo de su novela es la revuelta comunera, que en 2021 cumplió 500 años. ¿Qué podemos aprender de aquella rebelión fallida?
Muchísimo. Me da una pena enorme que el quinto centenario haya pasado sin pena ni gloria porque podría servir -todavía estamos a tiempo- para hacer una reflexión identitaria e histórica que nos pudiera servir para ser un país mejor, quizá. Aquello fue una grandísima oportunidad perdida. Una revolución protoburguesa que cortó de cuajo la posibilidad de desarrollar tempranamente un parlamentarismo. Con su fracaso, la autonomía de las ciudades castellanas en cortes quedó laminado por siglos, siendo una de las causas de lo que llamamos la España vacía o vaciada.
Creo que lo peor es que, como Miguel Martínez explica en Comuneros. El rayo y la semilla (Hoja de Lata, 2021), el fracaso de la revuelta de las Comunidades impidió acomodar la cuestión sobre la vertebración de la pluralidad de España, de las Españas, que desde entonces sigue coleando. Y es que Castilla fue la primera en perder las libertades que perderán también los valencianos con Carlos V, luego los aragoneses con Felipe II y los catalanes con Felipe V. Castilla fue usada como herramienta del poder absolutista y, al hacerlo, la vació de su singularidad y se la robó al pueblo. En un momento en el que frente a la globalización económica y política y el poder de las grandes tecnológicas se recupera el concepto de comunidades, la revuelta comunera es una cuestión de plena actualidad y se hace vital repensarla.

P: Una pregunta pop: ¿Garcilaso en los ochenta hubiera brillado en La Movida y en los dosmildieces hubiese sido trapero?
R: A Garcilaso lo veo más en el indie, jajaja. Unas letras alejadas de lo político, el rollo intenso y lánguido, una estética aristocratizante, la traslación de las corrientes culturales extranjeras dominantes (lo italiano en el caso de Garcilaso, lo anglo en el indie)… ¿Quién podría ser un Garcilaso de la actualidad? Por ejemplo, Xoel López, que a mí personalmente me flipa. Un Garcilaso gallego.

P: Diría que en España tenemos una idea muy extraña de la modernidad, en el sentido de que muchas veces confundimos ser moderno con que todas nuestras referencias culturales sean posteriores a 1950 (digamos a la cultura 'beatnik').
R: Totalmente de acuerdo. He pensado mucho sobre ello pero no tengo una respuesta clara. Se me ocurren dos entre muchas causas de ese desprecio o desinterés por la tradición. Por una parte, asociar la tradición a un pack ideológico conservador del que el buen progresista debe huir, y por otro, cierto complejo de inferioridad ante culturas con más peso e influencia en los últimos siglos y que deriva en ese esnobismo cateto que te lleva a valorar más lo nuevo de fuera que lo de tu propia tradición. El hecho de que el franquismo intentase apropiarse la tradición castellana también influye en la urticaria que les producirá a algunas personas.

En mi caso, debo reconocer que la tradición en castellano es fundamental para mí porque crecí en un ambiente conservador, casi podría decir antimoderno, o sea que está en mi adn, y mi proceso ha sido el contrario, salir de la burbuja y abrir la mente para absorber la cultura y el pensamiento de los últimos setenta años. Y ese diálogo maravilloso entre tratar de entender el presente y el pasado me parece, casi te diría, que además de producir obras creativas más interesantes, es el quid de la felicidad y de llevarse bien con uno mismo y con el mundo. Es muy interesante que en el libro sobre las Comunidades que antes he citado, Miguel Martínez defiende que la tradición puede ser rebelde, y los comuneros en su defensa de la tradición fueron rebeldes frente a una novedad que supone una merma de sus libertades. En fin, que lo nuevo no tiene por qué ser bueno. Pero un artista debe tener ganas de ir más allá, romper los límites, experimentar nuevas formas expresivas o al menos contar las cosas desde un lugar nuevo para él. 


P: Se habla de una creciente desconexión entre los jóvenes y la cultura y creo que usted -por su trabajo en Playz- es una voz autorizada para opinar. ¿Da crédito a este enfoque o estamos ante la típica pataleta viejuna?

R: No comparto, para nada, que haya una desconexión entre los jóvenes y la cultura. Un análisis correcto debe partir de la base de que cada generación construye su propia cultura, sus propias manifestaciones artísticas, su propio lenguaje. Y generalmente se construye en oposición a las generaciones precedentes, por lo que estas, desde sus espacios de opinión hegemónicos, suelen decir que la nueva cultura no es cultura o directamente que es una mierda. Lo decía Sócrates sobre la escritura y lo dice Rhodes sobre el reguetón. A partir de ahí, es natural que, a medida que aumenta la variedad de herramientas para crear y aumenta el acceso a esas herramientas, la cultura se transforme. Hace 150 años no había cine y ahora no dudamos de que puede ser un lenguaje artístico, y sublime. Hoy encontramos gente haciendo fotos con sus móviles, grandes narradores escribiendo videojuegos, artistas visuales diseñando metaversos…

Cada vez hay más alternativas de ocio y cultura y, en esa diversificación, las actividades que requieren más esfuerzo intelectual, como la lectura de libros, se ven relegadas. Como persona que gestiona contenidos audiovisuales dirigidos a un público joven debo admitir que es muy complicado promover la cultura escrita en libros. Y leer libros, como soporte en el que se recopilan ideas desarrolladas, me parece insustituible. Y me parece que es empobrecedor no hacerlo. Porque si bien es cierto que hay muchas otras formas de transmitir el conocimiento y de que este permanezca, la lectura es la forma más elevada de conocer y dominar el lenguaje articulado, que es fundamental para conocer y dominar la realidad, entenderse y explicarse a uno mismo y a los demás.

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