¿Será posible que el último milagro de Jesús antes de su gloriosa resurrección sea reponerle la oreja a Malco, a quien Pedro se la ha rebanado de un sablazo? Poca cosa parece: «Con sólo tocarla la encola de nuevo a la cabeza», según lo cuenta santo Tomás Moro. Ya, pero cuando está a punto de dejar la Iglesia en las manos de Pedro, que Jesús repare un desmán suyo es un signo de esperanza.
Quizá en ese mandoble y la posterior curación quedó instituida —la Cruz y la espada— la Cristiandad, que requiere la misericordia de Cristo por detrás, reparando daños y perjuicios desde el principio. Obsérvese, no obstante, que no reprende a Pedro, como solía y muy severamente por otros motivos. Podemos deducir que tampoco habría afeado, por tanto, las rudas lágrimas de Clodoveo, el fiero rey de Francia, que, recién convertido, cuando le contaban la Pasión del Señor, lamentaba no haber estado allí con un puñado de sus francos para librarlo. La ausencia de rapapolvo a Pedro podría achacarse a lo amargo del momento, pero hay otros indicios de doble filo.
En la exhortación a los apóstoles tras la Cena, esa misma noche, en este mismo capítulo, Jesús ha dicho: «Quien no tenga, que venda su túnica, y compre una espada». Y cuando le respondieron: «Señor, aquí hay dos espadas», no les hizo tirarlas, como se ve, sino que apenas respondió: «Ya basta». Tradicionalmente eso se ha leído como un suspiro exasperado por la falta de entendederas alegóricas de los apóstoles. Lo claro es que tan claro no quedó cuando a renglón seguido se plantan con una espada en el Huerto de los Olivos y, más aún, la blanden con gallardía contra «un tropel de gente […] con espadas y garrotes» y «con linternas, antorchas y armas», como describe Juan con un juego de luces y sombras y brillos helados en los filos de metal. Preguntan los apóstoles: «Señor, ¿herimos con la espada?». La negativa o no llegó a decirse o no fue instantánea, porque dio margen a Pedro para abalanzarse sobre el criado del Sumo Sacerdote, apuntando a la cabeza.
Como Jesús les había pedido comprar una espada y ellos habían mostrado que ya tenían dos, y Jesús había concluido «ya basta», ¿no es posible que entendiesen que con una —la que, en efecto, sí llevaron— ya era bastante? Por eso la segunda no aparece, pero una sí.
Lo indiscutible es que Jesús no hizo una condena taxativa de las espadas. Tampoco en el Huerto reprende al espadachín. Ni le dice que entregue la espada a los soldados, sino que la guarde en su vaina, mientras Él se encara con el tropel: «¿Cómo contra un ladrón habéis salido con espadas a prenderme? Todos los días estaba entre vosotros en el Templo enseñando, y no me prendisteis» (Mc 14,48-49).
Lo indiscutible es que Jesús no hizo una condena taxativa de las espadas
Eso sí, repara con piedad la herida causada al enemigo. Se diría que la misericordia es siempre la mejor parte, como la piedad en el episodio de Marta y María. Pero la gallardía de Pedro, contra una cohorte con su tribuno, ahí se queda. Al perdonarle las negaciones, seguro que Jesús recordó este percance. Pedro, en su primer arranque y a su modo, sí estuvo dispuesto a morir con Él antes de que cantase el gallo.
Un último dato significativo: el evangelista, tras toda esta confusa escaramuza, no consideró necesario suprimir, matizar o aclarar el consejo anterior de comprar una espada. Lo mantiene.
'Gracia de Cristo' se publica el 25 de abril en la editorial Monóculo